Son las dos Españas de Antonio Machado. Las del poema breve, pero locuaz, en el cual “una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Una España, Cataluña, la de Carles Puigdemont, dice que está decidida a hacer efectiva la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), sancionada por el Parlamento regional y declarada ilegal por el Tribunal Constitucional, si la otra España, la de Mariano Rajoy, rechaza la oferta de diálogo e insiste en aplicar por primera vez en la historia el artículo 155 de la Constitución. El que suspende la autonomía. Esa España insiste en anteponer la ley a la política.
Vencido el plazo del segundo ultimátum del gobierno de Rajoy para que el presidente de la Generalitat confirmara si declaró la independencia o no y, en su caso, se rectifique y vuelva a la legalidad, la dinámica de tira y afloje continúa. Sólo una convocatoria a elecciones autonómicas anticipadas podría atemperar los ánimos, caldeados en Cataluña por la detención de los líderes de la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural. Los dos Jordis, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, acusados de sedición. El cargo que también podría caberle a Puigdemont de no ceder en su postura intransigente.
¿Cuál es la estrategia de Cataluña? La de Eslovenia, parece, emancipada de Yugoslavia. En 1991, mientras se disolvía la Unión Soviética, hubo una guerra breve contra Serbia. La de los diez días. Un partido nacionalista convocó a un referéndum separatista con la oposición unánime del Estado y de la comunidad internacional. Obtuvo el 93 por ciento de adhesión. Veintiséis años después, la proclama de Puigdemont, más allá del veto de España al referéndum del 1 de octubre y de la participación de menos de la mitad de la población, no varía mucho de la eslovena, aunque transcurran tiempos menos convulsos que los posteriores a la caída del Muro de Berlín.
Otro espejo: Kosovo. Cuando celebró en 1991 su referéndum de autonomía, reconocido sólo por Albania, sabía que liberarse del resabio de la Yugoslavia del mariscal Tito, requería cumplir cuatro requisitos básicos: tener un territorio definido con una población estable y un gobierno capaz de interactuar con otros Estados; declarar la independencia; ser admitido por otros gobiernos, y unirse a la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El trámite llevó lo suyo. Kosovo debió esperar hasta 2008, casi una década después de haber librado una guerra en la cual Serbia, su enemigo, quiso emprender una limpieza étnica en su territorio. Fui testigo de la masacre.
En Kosovo, la guerra de 1999 resultó clave para obtener el guiño de 23 de los 28 miembros de la Unión Europea (UE). La última provincia separatista de la colapsada Yugoslavia recibió la venia de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y otros 66 países. La Corte Penal Internacional de Justicia le dio la razón frente al reclamo de Serbia, apoyada por Rusia, China, India y España. Esos Estados cobijan territorios que pueden seguir el derrotero de Kosovo y de Eslovenia, como Cataluña. La Constitución de Yugoslavia permitía el derecho de separación. No así la española ni la mayoría de las contemporáneas.
Croacia libró una guerra durante cuatro años contra el Ejército Popular Yugoslavo, regido por Serbia. Montenegro, a su vez, declaró la independencia de Serbia en 2006 por medio de un referéndum. Quedó fuera de los tratados internacionales, pero logró ser readmitido y, como pretenden los independentistas catalanes, siguió circulando el euro como moneda a pesar de no ser miembro de la UE. En el mundo existen, también, independencias de facto, como la de la República Turca del Norte de Chipre. Pertenece a Chipre, miembro de la UE, pero la apadrina Turquía. Un caso raro. Tan raro como los de Transnistria, Moldavia, y Donbass, Ucrania, que están bajo la órbita de Rusia.
Eslovenia, el virtual espejo de Puigdemont, labró su DUI con el apoyo del 94 por ciento de los diputados, no de la mitad como en Cataluña, y con los avales de Alemania y Estados Unidos, algo que no ocurre con Cataluña. España no acepta el divorcio, planteado como si se tratara de Estados en igualdad de condiciones. Sería el caso de República Checa y Eslovaquia, separadas en 1992 por decisión de ambos parlamentos. Una partición de seda. Sin referéndums. El presidente de Checoslovaquia, Václav Havel, dimitió antes que suscribirla porque no la aprobaba. Tampoco estaba de acuerdo un tercio de la población de ambos países.
Los modelos de Eslovenia y Kosovo, así como los de Montenegro, Lituania, Escocia y Quebec, inspiraron a los mentores de la ley de referéndum de Cataluña. El gobierno de Eslovenia, acaso como Puigdemont, declaró la independencia, pero suspendió su aplicación en forma inmediata. El ínterin negoció con el régimen de Slobodan Milosevic, hallado muerto en su celda, en 2006, mientras esperaba ser juzgado por crímenes de lesa humanidad en Kosovo, Bosnia-Herzegovina y Croacia. En Yugoslavia regía una dictadura, no una democracia como en España. O en las dos que, en los versos de Machado, pujan “entre una España que muere y otra España que bosteza”.
(*) Periodista, dirige el portal de información y análisis internacional El Ínterin, y es columnista en la Televisión Pública Argentina.