La Gendarmería secuestró y desapareció, en Chubut, a un joven de 28 años, durante un allanamiento nocturno e ilegal a una comunidad mapuche. Hace 26 días que Santiago Maldonado está desaparecido. Los medios más vistos y leídos del país empezaron a construir, mediante cómplices civiles e institucionales que actúan, la futura realidad que estos medios ya tienen lista para publicar, un relato del terrorismo mapuche y sus intenciones de crear una república separatista en la Patagonia.
Veo una conferencia de prensa en la que se pide la aparición con vida de Santiago. Allí están, entre otros, Estela de Carlotto, Roberto Baradel, Horacio Verbitsky: todos ellos ya han sido previamente demonizados. Todos los dirigentes políticos y sociales que denuncian que a Maldonado lo secuestró la Gendarmería, ya han sido demonizados.
Recuerdo un reportaje a Haroldo Conti en el que dice: “Yo al compromiso lo asumo como intelectual, no exactamente como creador, porque creo que la creación es el terreno de la pura libertad. Yo no puedo comprometerme a escribir una novela justamente comprometida, o política, con mensaje político; pero sí me puedo comprometer, y debo hacerlo, estoy obligado a hacerlo, a firmar una solicitada, a reclamar por los presos políticos, a rebelarme contra una injusticia”.
Si la imagen -virtual- de los dirigentes sociales y políticos fue demonizada, la del intelectual fue banalizada: ¿qué peso tiene la firma de un escritor en una solicitada hoy en día? La figura de los intelectuales la ocupan ahora dinámicos periodistas: ¿qué hacer ante los poderes casi hipnóticos de hombres y mujeres tan modernos y elocuentes?
La imagen lavada del escritor y del intelectual no pudo haberse construido sino después de un genocidio; el citado Haroldo Conti como ejemplo: asesinado y desaparecido por el terrorismo de Estado.
David Viñas reparó en tres elementos que hicieron de la campaña del desierto un éxito bélico para la República: el Remington, el telégrafo y el ferrocarril. Ante estos elementos, la fotografía de las “armas” incautadas durante el allanamiento a los mapuches cobra el valor de una metáfora: martillos, serruchos, hachas y una hoz. Todas herramientas de trabajo.
No sé cuántos céntimos de megabytes pesa una solicitada. No sé si en la Nube, en la Gran Nube, la información brilla un momento y luego se pierde, pero sé que una metáfora es de largo aliento.
¿Será posible que un buen trabajo sobre esta imagen haga callar a los elocuentes y dinámicos periodistas que hablan sentados en sillones que les fueron arrebatados mediante la tortura y la muerte a sus legítimos dueños? ¿Puede ser que el deber de los intelectuales contemporáneos sea trabajar, o al menos pensar, en la imagen de esta imagen?
Quizá se pueda sacar provecho de la pérdida de peso de la figura del escritor: hay más tiempo para pensar en el valor de la metáfora y para “hacer -vuelvo a citar a Conti- las cosas más bellas que el adversario”.
Nuestros poemas y cuentos no tienen por qué hablar de la cruenta represión en el sur ni de la desaparición de Maldonado, pero nuestra reflexión sí debe tener en cuenta el peso de la realidad y su relación inquebrantable con nuestra historia o ¿hemos sido banalizados junto a nuestra imagen?
(*) Escritor y acompañante terapéutico
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