Un nuevo siglo tan veloz como veteado de líneas oscuras perfila una Europa que debe enfrentarse a un yihadismo encriptado, al terrorismo islamista de generación 2.0, a la amenaza terrorífica de jóvenes lobos solitarios. Unos días antes del último Ramadán, el imán delincuente Es Satty se fue de Ripoll -lugar de fundación ancestralmente monástica-, donde adoctrinaba a jóvenes de la tercera generación de inmigrantes musulmanes alistándoles para imponer el terror yihadista, como ha ocurrido en Las Ramblas de Barcelona.
El yihadismo urde sus tramas de terror en toda Europa, con fondos de financiación salafista. Más de 5.000 jóvenes europeos -según Europol- han ido a luchar por la yihad en Siria e Irak, regresando luego a una Europa que envejece y con baja natalidad, una Europa incierta, en un proceso de integración intermitente, institucionalmente débil, con vecinos como Putin o Erdogan, que representan concepciones geoestratégicas contrapuestas a las de la Unión Europea e incluso valores hostiles.
En las más de cincuenta mezquitas salafistas que hay en Cataluña los imanes adoctrinan de forma intensa, fanática, altamente combustible e intolerante, pero todavía se considera políticamente incorrecto o islamófobo proponer la tolerancia cero contra la violenta intransigencia islamista.
Desde hace tiempo Barcelona era un objetivo probable del terror yihadista y la respuesta social al atentado de Las Ramblas ha sido más abierta de lo que es la actual sinrazón política, del mismo modo que los operativos de seguridad de las diversas Administraciones están siendo -en general- menos estancos de lo que supondría la inestabilidad institucional a causa del proyecto secesionista. Habrá tiempo para escrutar detalles y malentendidos, pero hubiese sido descabellado afrontar el atentado de Las Ramblas sin mantener e incluso incrementar la sinergia de experiencias que son las de la gobernabilidad de España, tanto en el caso de larga lucha contra ETA como en el atentado islamista de Atocha.
Es necesario, aunque no siempre practicable, distinguir entre zonas urbanas intranquilas por la saturación inmigratoria y los viveros de terror islamista. En casi toda Europa, las políticas inmigratorias laxas o improvisadas en virtud de iniciativas legislativas a remolque de la ideología multiculturalista, o por el contrario, del electoralismo, han alterado el comportamiento de los votantes. En paralelo, como aquel Viejo de la Montaña que fundó la Secta de los Asesinos, imanes como Es Satty llegaron a la Cataluña profunda para provocar la disociación radical de una parte del bloque inmigratorio de origen musulmán más reacia a integrarse, desatenta al respeto por la ley del país que le acoge. Era sabido que en Cataluña -con una población musulmana de cerca de medio millón de personas- existía un riesgo de atentado yihadista.
El viejo fanatismo fundamentalista y teocrático, ya on line, ha entrado para propagar sus apelaciones a la intolerancia y coartar a los musulmanes más dispuestos a respetar el sistema legal del país de acogida e integrarse en sus modos de vida. Algo ha fallado en las políticas de inmigración, comenzando por el psicodrama que beatificó a los sin papeles. Por suerte, la actuación preventiva de los Mossos d’Esquadra, de los cuerpos de seguridad y de los servicios de inteligencia ha atajado numerosos peligros potenciales que la sociedad desconoce. A menudo registros y detenciones son solo un indicio de otros operativos resolutorios que no se dan a conocer en razón del sigilo estratégico consecuente.
Jóvenes ciudadanos cuya familia era originaria de países musulmanes han estado dispuestos a ir a Siria o Irak a matar y morir, para regresar con el propósito de seguir ejecutando infieles en nombre de un Estado islamista. Han nacido en un hospital de la Seguridad Social y pasaron por las aulas de la enseñanza pública mientras la red protectora del Estado de bienestar asistía a sus familias.
No se entiende, salvo por las soflamas del imán, que nuestro modo de vida haya podido defraudarles tan radicalmente como para enrolarse por un nuevo califato o lanzar la furgoneta del horror contra las buenas gentes de Barcelona. El terrorismo se adapta rápidamente: dejó de usar el vídeo y recurre al mensaje del imán borrado automáticamente por Telegram, al ritmo exponencial de la fibra óptica. Es otra zona cero. A pesar de todo, si el objetivo yihadista es fragilizar las sociedades abiertas –vulnerables-, para Europa eso no puede ser una amenaza determinista ni existencial, pero es un enemigo por identificar, una brecha de muy alto riesgo que acaba de ensangrentar Las Ramblas de Barcelona.
(*) Escritor
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