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Las sociedades que fueron abusadas por mucho tiempo comienzan a pensar que se lo merecen.
TENDENCIAS

Desesperanza aprendida

No sé si alguna vez jugaron a un juego que se llama “la aduana”. También se conoce como “el puente” o “la cajita musical”. Se juega de a mucha gente y el objetivo es encontrar la regla que te permite pasar por la aduana, cruzar el puente o guardar algo en la cajita musical.
Un participante inventa la regla y no se la dice a nadie. Una podría ser que el objeto o la prenda con la que uno pasa la aduana debe empezar con la primera letra del día de la semana en orden. Si el participante anterior pasó con lentes, el siguiente podrá pasar con un marsupial, o con un matambre, el que sigue con Mirta Legrand, el siguiente con jugo de pomelo, y así.
Puede ser que si uno no encuentra la regla rápidamente, no la encuentre nunca, es como si uno se diera por vencido y asumiera que simplemente no está hecho para estos juegos y hasta quizás llegara a la indiscutible conclusión de que es un idiota irremediable. Muchas veces hasta la regla más simple le es esquiva a personas a las que uno considera muy inteligentes.
En un episodio de Los Simpsons, Lisa no puede resolver una sencilla serie lógica de símbolos. Todos los que la rodean lo logran, hasta Ralph, pero ella casi no puede dormir, se obsesiona con que no le sale y además empieza a fallar en la resolución de otros problemas con los que normalmente no tendría inconvenientes. En el momento en el que Lisa decide que es tonta y que no tiene remedio, nada más le sale.

El miedo condiciona
En 1967, el psicólogo estadounidense Martin Seligman inició una serie de experimentos con el objetivo de estudiar el condicionamiento de miedo. Usó perros en experimentos que afortunadamente no habrían sido aprobados en el presente. Tenía 3 grupos de perros, a los del grupo uno, les colocaron arneses por un tiempo, y luego los liberaron. Los perros de los grupos 2 y 3 también fueron atados, pero además recibieron choques eléctricos desde un suelo electrificado. Mientras que los del grupo 2 podían frenar el shock apretando una palanca, para los del grupo 3, la palanca era inservible y el shock terminaba aparentemente al azar.
En la segunda fase del experimento, los perros de los tres grupos fueron colocados en una caja con dos compartimentos, en uno de ellos recibían un shock, pero podían escapar hacia el otro simplemente saltando la pared que dividía la caja. Los perros de los grupos 1 y 2 aprendieron rápidamente a escapar, pero la mayoría de los del grupo 3, no sólo no aprendieron a escapar, sino que ni siquiera lo intentaron, se habían dado por vencidos sin siquiera probar. No escaparon aunque hubiese algún incentivo de comida del otro lado o hubieran visto a otros perros haciéndolo. Los investigadores tuvieron que moverlos con sus manos al menos un par de veces para que aprendieran que era posible huir.
Denominaron a este efecto “desesperanza aprendida” o “indefensión aprendida”. Según los científicos, los perros habían aprendido que no importara lo que hicieran, no iban a poder huir del shock, aprendieron a darse por vencidos. En el presente se considera que la desesperanza aprendida podría contribuir a ciertos casos de depresión, ya que, al menos en animales, es reversible con algunos antidepresivos.
En seres humanos, la desesperanza aprendida es difícil de definir ya que ocurre mezclada con otros procesos psicológicos que pueden contribuir al estado mental final. Sin embargo, como le ocurrió a Lisa, la frustración en el contexto de aprendizaje podría ser una causa. Existen evidencias de que es más probable que se produzca en individuos que tienden a atribuir sistemáticamente que el resultado negativo de situaciones externas es por causa propia y no de la coyuntura.
Por ejemplo, si a uno le va mal en un examen o en una entrevista laboral, podría justificarlo de distintas maneras: 1) esta vez no me pude preparar porque me abdujeron los aliens y me dejaron una sonda molesta; 2) mis vecinos festejaron la noche de los 1000 petardos y no pude dormir bien; o 3) tengo el gen de la estupidez. En los dos primeros casos, las causas pueden ser internas o externas, pero son específicas de esa experiencia, mientras que en el caso 3, la causa es global –se traslada a todas las situaciones de la vida- y estable –no cambia con el tiempo-.

¿Es lo que nos merecemos?
La desesperanza aprendida no solo puede explicar algunos aspectos del rendimiento académico o profesional, sino también el comportamiento en casos de abuso. Supongamos que a alguien le hacen bullying, cuando trate indefectiblemente de encontrar razones por las que ocurre este abuso, podría pensar que hay algo intrínseco en él o ella que está mal y por eso merece que le hagan daño, total, “no hay nada que yo pueda hacer”. A veces me pregunto si la desesperanza aprendida no funciona también a nivel de las sociedades. Las que fueron abusadas por mucho tiempo comienzan a pensar que se lo merecen.
Lo pienso cuando escucho frases como “los argentinos tenemos lo que nos merecemos”, “somos nuestros políticos”, “la corrupción es inherente a nuestra sociedad”, “a los argentinos nos gusta pelearnos” ¿No será que luego de muchos años de abuso por parte del Estado, por ejemplo, por dictaduras cívico-militares, somos como el perro del grupo 3? Varios estereotipos creados conducen a pensar que está bien ser discriminado por ser mujer, gay, pobre, gordo o judío porque simplemente “la sociedad es así”.
Pero nada “es así”, somos lo que construimos. Aquí no hay quien nos mueva las patas para escapar del shock, en este caso, la sociedad se tiene que mover por sí misma. No tiene sentido justificar los males de la sociedad argentina en base a que simplemente tenemos lo que nos merecemos y no hay nada que hacer. Quizás se necesiten muchas generaciones para desaprender la desesperanza, ninguna sociedad merece ser abusada, pero a veces las consecuencias duran muchísimo tiempo, en las personas pueden durar toda la vida, y en las sociedades probablemente también.

(*) Biólogo, autor de 100% Cerebro.

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