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El continente europeo debe recobrar el estado de bienestar que perdió la población.
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El legado de la Gran Crisis

Lo esencial hoy es financiar el Estado de bienestar a través de impuestos y no mediante deuda.

El 9 de agosto de 2007, el banco francés BNP Paribas suspendió la retirada de tres de sus fondos. Para el premio Nobel de Economía Paul Krugman, ese día es la fecha a partir de la cual la primera gran crisis financiera del siglo XXI empezó a desencadenarse.
Diez años después, no hemos vuelto al punto de partida. La crisis ha modificado el sistema socioeconómico del capitalismo avanzado. Lo que he llamado edad de hielo ha dejado un profundo legado. Sería un error político descomunal no advertirlo. Tan grande como el que se cometió al no querer ver que la gran crisis se avecinaba. Quién más pagó ese error fue la izquierda del mundo occidental. Especialmente el socialismo europeo, que se quedó sin programa, sin objetivo y sin muchos de los gobiernos europeos.
El primer cambio estructural de la década lo ha experimentado la joya de la corona de Europa, el Estado de bienestar. Su contenido histórico era: pleno empleo, estabilidad en el empleo de calidad y seguridad en la naturaleza universal y gratuita de los grandes servicios públicos (sanidad, educación, pensiones, asistencia y protección social). Casi todas esas garantías están dañadas o amenazadas ahora. En unos países (España y sur de Europa) más que en otros (Alemania y norte de Europa). 
En la Unión Europea el paro está cercano al 10%, con una tasa de ocupación a la baja. La temporalidad se ha hecho ya estructural. El reparto de la riqueza producida es clamorosamente desigual, en perjuicio de los trabajadores, que viven el subempleo y los salarios pobres como su horizonte vital. Y todo eso en un contexto de crecimiento económico nominal, lo que hace aún más preocupantes las asimetrías entre países, entre ciudadanos, entre géneros y entre generaciones. Se crece, pero el nuevo modelo polariza los estratos sociales.
Además, la tendencia -afortunadamente imparable- es el aumento de la esperanza de vida y de los gastos sanitarios y en pensiones. Los Estados parecen impotentes ante esa situación. Lo son y lo serán si no son capaces de afrontar un objetivo esencial: la financiación del Estado de bienestar a través de impuestos y no mediante una deuda aplastante (100% del PIB en España).
Este es el elemento crucial. La década de crisis ha consolidado la incapacidad del Estado en detraer impuestos progresivos y suficientes de las rentas más altas, personales y corporativas. En vez de ello, lo que se ha consolidado es la evasión fiscal -apoyada en cada vez más potentes y descarados paraísos fiscales, el mayor Estados Unidos- y la elusión fiscal de las compañías multinacionales. Y unido a ello, una carrera suicida entre países -que lidera Reino Unido del Brexit- por bajar los tipos máximos de los impuestos directos a personas físicas y jurídicas, para así atraer capitales a costa de las arcas públicas. La UE muestra aquí lo contradictorio que es tener una Unión Económica y Monetaria (bueno) sin armonización fiscal (malo).
Lo anterior conecta con el tercer legado de la gran crisis: las gigantescas compañías transnacionales, nuevos agentes económicos que se imponen a los Estados-nación sin contemplaciones. Las cinco mayores corporaciones del mundo -Apple, Google, Amazon, Microsoft y Facebook- tienen tres puntos en común: son tecnológicas, son norteamericanas y son las mayores practicantes de evasión/elusión fiscal del planeta.
Estas son las tres más importantes transformaciones (negativas) que nos deja la gran crisis: un Estado de bienestar gravemente deteriorado; unas cifras de evasión fiscal descomunales que impiden la financiación de ese tan valioso welfare, y unas corporaciones transnacionales, de tamaño colosal, a la vanguardia de tal evasión y con una capacidad de influencia política, económica y social (redes) inimaginable hace solo una década.
El desafío de hoy es combatir los aspectos patológicos del legado de la gran crisis. Pero lo peor es la debilidad del instrumental político a nuestra disposición. Para las fuerzas progresistas europeas, los caminos son difíciles, pero no cabe transitar los antiguos, que han llevado a la socialdemocracia a un callejón sin salida, inquietada por los populismos emergentes de raíz nacionalista y proteccionista. Hay que actuar desde la UE -aún demasiado pasiva- contra manifestaciones tan crudas de la dureza del legado de la crisis. El Estado-nación no puede hacer la guerra por su cuenta en la era de la globalización.

(*) Autor del libro La Edad de Hielo. Europa y Estados Unidos ante la Gran Crisis: el rescate del Estado de bienestar (RBA, 2014, edición en inglés LPP, 2015)

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