La celebración del voto
“Qué anticuado eso de seguir obligando a todos los argentinos a ir a votar”, me espetó alguna vez un colega mexicano en un Congreso académico. Futbolísticamente no pude menos que replicar: “Prefiero que la Constitución nos ordene invertir tiempo en legitimar nuestra todavía joven democracia a que exija meses enteros de todos los ciudadanos en un anacrónico servicio militar obligatorio”, como ocurre aún hoy en la nación del norte.
Más allá del debate sobre las obligaciones constitucionales que cada Estado estipule para su ciudadanía, lo cierto e inminente es que el domingo todos los argentinos deberemos acudir a cumplir con una obligación electoral adicional y antecedente a las elecciones generales de mitad de término, para definir justamente a quienes podrán participar de esa segunda elección a realizarse un par de meses después.
Es lógico que esté en duda la razón de ser de esta elección Primaria, Abierta, Simultánea y Obligatoria (PASO) en tanto la oferta electoral de octubre ya se encuentra casi definida, y salvo unas pocas contiendas internas locales, los comicios de agosto sólo servirían como un filtro de partidos minoritarios (sólo participarán en octubre quienes superen el piso mínimo de 1.5% de votos válidos) y de virtual y costosa encuesta previa.
Pero nunca quizás como ahora se ha cuestionado tanto el sentido práctico de unas elecciones, siendo que además son varios los funcionarios y legisladores del gobierno que han cuestionado no solo a las PASO, sino a la existencia de las propias elecciones legislativas intermedias, considerándolas un gasto excesivo y un obstáculo a la gobernabilidad. Pero bien vale anticipar que para acceder a tal “ahorro” de legislativas habría que reformar a la propia Constitución (lo cual afortunadamente es muy difícil), además de que sólo distanciaría aún más a la gente de sus representantes, restringiendo la rendición al menos bianual de cuentas al electorado.
Aclarado ello, corresponde reconocer que transcurridas ya tres elecciones, las PASO han ido desdibujando su sentido práctico, principalmente por no haberse sellado bifrontalmente su tránsito de carácter obligatorio: sólo se ha enfatizado el deber cívico de participar en ellas, mas no el de los candidatos de utilizarlas adecuadamente, lo que ha devenido en un esquema de dispersión partidaria que habilita la irrupción a último minuto de ofertas electorales sorpresivas, para evitarse justamente la contienda interna previa de quienes dicen comulgar ideologías similares: así la ex presidente ha renegado incluso del sello justicialista para evitar una confrontación con su ex ministro del Interior (ambos justamente impulsores de las PASO), o el oficialismo actual ha desalentado también el enriquecimiento de su oferta mediante una lista única verticalmente diseñada (nuevamente, contrariando el espíritu horizontal que guían a estas primarias) y, finalmente, casi todo el espectro político ha ignorado el sentido legitimador y ordenador de esta elección previa optando por ofrecer un menú acotado al electorado obligado a participar de un acto electoral insípido y sin sentido.
Reforzar el sistema
Antes bien de coadyuvar a las tesis abolicionistas de las PASO, entendemos oportuno defender su motivación originaria y enfatizar que su aparente inutilidad actual deriva más bien de sus propias debilidades reglamentarias que han dado lugar a que los candidatos personalicen egoístamente su visión: el caso bonaerense -como siempre- es paradigmático, pues en lugar de llevar a octubre con una oferta electoral clara y depurada, los bonaerenses tendremos que elegir nuevamente entre centenares de candidatos a senadores y diputados nacionales, y muchos más en legisladores locales. Por ello, más que tender a eliminarlas presupuestariamente, es necesario reforzar el actual sistema de las PASO por uno que además obligue a los candidatos (frentes, partidos y personas) para que definan anticipadamente en qué oferta ideológica participarán, para evitar que jueguen a último momento con la apertura de espacios inéditos, temporarios y volátiles para evitar la confrontación interna.
A esta altura es claro que la democracia en Argentina no es un simple triunfo histórico (como se festejaba en 1983) sino un proceso diario y trabajoso que se nutre necesariamente de la energía legitimadora del voto universal. Cuestionar el sistema de consulta obligatoria a la ciudadanía (la inversión de un par de horas un par de domingos cada dos años) importa ignorar el valor que tiene una obligación constitucional que los argentinos nos comprometimos a honrar.
A modo de conclusión, es inexorable admitir que corresponde exigir una actualización de las reglas del juego electoral para evitar que la conveniencia de candidato vaya tornándolo aburrido y desabrido, garantizando una oferta amplia y clara de candidaturas a una ciudadanía que exige y se merece una mejor democracia, y no una vuelta a esquemas personalistas y oportunistas que solo debilitan a nuestras instituciones. Celebrar el voto siempre es amar a la democracia.
(*) Profesor de Derecho Constitucional (UNLP)