Hoy comparece en Melbourne el cardenal George Pells, sospechado de pederastia y de proteger a curas pedófilos. Fue designado jefe de finanzas del Vaticano por el papa Francisco en 2014, año en que se formó la comisión pontificia para la protección de menores con el fin de que “crímenes como los que han ocurrido no se repitan dentro de la Iglesia”.
Marie Collins, víctima de abusos, renunció a esa comisión en marzo por encontrar enormes resistencias dentro de la curia a la hora de tomar medidas concretas. Peter Saunders, víctima de abusos, crítico de Pells, fue apartado de ella en 2016. Entre una cosa y otra, el Papa reclamó tolerancia cero para curas abusadores.
Este año fueron detenidos dos sacerdotes acusados de abusar de niños sordos en Mendoza, Argentina, pero el Vaticano no brindará información a la justicia puesto que “la Iglesia tiene facultad de investigar para su propio fin”, aunque un cura pedófilo esté hecho de la misma materia que un pedófilo civil y produzca idénticos efectos: hecatombe psíquica masiva.
Meses atrás, Daniel Pittet, violado por un capuchino que en 2011 recibió dos años de prisión en suspenso, publicó un libro de título sintomático: Le perdono, padre. Pittet visitó a su violador y le expresó su perdón. El libro tiene prólogo del papa Francisco.
A las víctimas hay que intentar entenderlas. Pero cambiemos las palabras violación por tortura y cura por militar, pongamos al presidente de un país prologando con elogios un libro donde el torturado perdona al torturador. “Ha elegido encontrar a la persona que lo atormentaba -escribió el Papa-. Y le ha dado la mano”.
Una condena amable para los violadores, la exigencia del perdón por parte de los violados: esa es la tolerancia cero que la Iglesia auspicia. Hay que ser, realmente, muy hijos de Dios.
(*) Escritora y periodista juninense, columnista del diario español El País, donde se publicó esta nota.
COMENTARIOS