Estuve analizando los lanzamientos de las campañas políticas y no puedo evitar referirme al tema. No es la primer columna sobre esto y corro el riesgo de que algunos crean que estoy ensañado. Sucede que quienes trabajamos en comunicación tenemos mayor conciencia de los mecanismos que se utilizan y me parece que se está notando mucho.
Sentado a la mesa, compartiendo pantalla con Pichi, los televidentes asistimos a la necesidad de confiar en alguien. Con esa ilusión ejercitamos el pulgar en un zapping frenético que busca información y construcción de credibilidad. A fin de cuentas hay que votar y eso de meter el sobre sin nada adentro no me parece.
La sensación es la de un chico que sube al trencito de la alegría y divisa que al personaje le asoman las zapatillas, un reloj o que el traje tiene agujeros por todos lados. Es como escuchar que Mickey y el Pato Donald están acordando quien compra el fernet y quien el asado de la noche. Duro, difícil, chocante para los niños y lo mismo nos está pasando a los adultos con algunos políticos.
La mano del titiritero se asoma en cada acto, en cada gesto, frase y mirada. En el vestuario, la ubicación del escenario y la identidad gráfica de las campañas. No seré yo quien hable en contra del desarrollo profesional de las comunicaciones, de hecho soy testigo cotidiano de su efectividad. El punto es que, al margen de las vetas bizarras de aventurados candidatos, quienes pujan por el podio se están copiando unos a otros bajo la barita del ecuatoriano Durán Barba.
Sobre el contenido, no mucho para decir, lo de siempre. Lugares comunes, obviedades, chismes, denuncias falsas, hipocresías, chicanas y golpes bajos. Todo combinado con una cuota de creatividad que se suma de la mano de los nuevos medios de comunicación, como si fuese lo mismo vender unas zapatillas que un candidato. Animaciones, videítos graciosos ridiculizando al rival y otras yerbas. En el escenario, montajes, cambios de cámaras y la imagen de una pareja feliz entre otras cuestiones que saltan de la pantalla generando la indignación colectiva.
Se nota demasiado que se quieren vender y ahí pierden credibilidad. No exageren, no expongan discursos de memoria, expresen ideas genuinas dejando de lado el coaching, no le tengan miedo al error, es probable que si se traban les creamos un poquito más. Quizá la mejor estrategia de marketing sea disminuir la exacerbación, con un lenguaje más liso, llano y literal. Se está notando, aflojen un poco.
MARKETING APLICADO
El tren fantasma
Postulado anti marketing político
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