Si bien la humanidad existe en el planeta desde hace un millón y medio de años, en América tan solo hace 15 mil años, cruzando de Siberia a Alaska y avanzando desde allí al Beagle.
A diferencia de otras regiones de nuestra América, el Chaco, Pampas y Patagonia presentaban cierta escasez alimentaria a principios del siglo XVI, cuando los europeos retornan aunque no caminando sino en carabelas. Los habitantes que encontraron Solís y Mendoza a su llegada eran esencialmente cazadores recolectores, con escaso dominio comparado de la técnica de sembrar y cosechar, en relación al que poseían mil kilómetros más al norte los guaraníes, o lo largo de los Andes, Meso y Norteamérica centenares de pueblos agricultores.
La agricultura se había desarrollado exitosamente en América, pero no en nuestro territorio. Hasta la creación del Virreynato, la economía tuvo su epicentro al norte del Río de la Plata. Potosí fue la ciudad más populosa del mundo y las misiones jesuíticas uno de los Estados más exitosos, a mediados del siglo XVII. Ambas experiencias coloniales contaron con abastecimiento alimentario sofisticado y diverso, garantizado por la agricultura aborigen preexistente, enriquecida con el agregado de cereales y la proteína aportada por las especies animales traídas de Europa.
Por aquí, en cambio, todavía comíamos monótono. No habían llegado aún los inmigrantes que en los dos siglos consecuentes constituirían la peculiaridad poblacional y agroalimentaria de este ejemplar caso mundial.
La mitad de la población en el 3% del territorio nacional
De allí en adelante, la estrecha cuenca litoral del Paraná y el Atlántico que se extiende entre Santa Fe y Mar del Plata, evolucionaría para convertirse en albergue de la mitad de la población argentina en tan solo el 3% del territorio nacional y en uno de los más exitosos ejemplos de inmigración, diversidad e integración de todo el orbe.
A partir de Caseros, la llegada de colonos adquiere dimensión aluvional. Esperanza hace punta con los suizos, Concordia deviene vitícola y olivícola, el Delta es un emporio de frutas. Y adquirimos carácter de apoteosis agrícola periurbana cuando Dardo Rocha y Pedro Benoit trazan La Plata, concibiendo expresamente su vigente cinturón verde, que resignifica la prudencia planificadora de las leyes de Indias y les agrega la inmigración italiana que caracterizaría el abastecimiento de frescos durante el siguiente siglo.
La dieta mexicana ha sido recientemente proclamada patrimonio de la humanidad por la UNESCO y la peruana ha logrado desplazar, a partir de Gastón Acurio a la Haute cuisine francesa como emblema de sofisticación. Ambas son consecuencia de entornos en que desarrollaron clases sociales, jerarquías, propiedad y subordinación muchísimo antes de la llegada de los colonizadores. Nosotros, la franja plebeya de América, ubicada en el este de los Andes, no tuvimos emperadores, ni esclavos, ni siquiera obreros, hasta el proceso globalizador de la revolución industrial y la emigración europea. Es tal vez por ello, que constituimos este experimento particular de la humanidad. La Argentina es variada e incluso caótica en su dieta tanto como en su poblamiento.
Inmigrantes de todos los rincones
Italianos, gallegos, turcos, judíos, polacos, croatas, ucranianos llegamos a la Argentina en busca de libertad, paz y progreso, y huyendo de miseria, injusticia y hambre. El auge argentino fue la contracara del fracaso europeo de la primera mitad del siglo XX, cuando intolerancia y violencia azotaron aquel continente como equivocada respuesta política a la necesidad histórica de evolución social.
En todas las cuencas hortícolas del mundo hay profusión de inmigrantes, dada la relevante participación de la mano de obra en la estructura de tareas y costos que caracteriza al sector. En todos los casos, menos el argentino, los recién llegados no logran trascender la responsabilidad de obreros y peones. Sólo entre nosotros se verifica la peculiaridad de que en dos décadas un obrero inmigrado sin nada más que lo puesto, deviene patrón y empresario.
Cuando los inmigrantes provenientes de Europa dejaron de venir, aparecieron nuestros compatriotas del norte. Cruzaron nuevamente el Bermejo y el Pilcomayo, y se vinieron a sustituir a tanos y gallegos, otrora gringos quinteros cuyos hijos universitarios eligieron togas, escuadras y ecógrafos.
Millones de desplazados
La humanidad vuelve a padecer una erupción en materia de refugiados. Hoy 65 millones de personas están boyando sin destino por haber sido desplazadas de sus contextos de origen. Algunos prevén que la cifra puede multiplicarse exponencialmente en el futuro próximo.
A ese problema se agregan otros desafíos trascendentales para nuestra especie a nivel global: conocimiento, participación y ciudadanía, cambio climático y medio ambiente, convivencia y migraciones, relaciones familiares y de género, alimentación y salud.
Mientras que algunos pseudolíderes mundiales proponen muros y alambrados, quisiéramos instar a repetir aquella epopeya argentina exitosa, que consecuente con Avellaneda, Alberdi y Sarmiento pudo promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad … para todos los hombres del mundo que quisieron habitar en el suelo argentino.
Evocando a aquel memorable Chauncey Gardiner, invitamos “desde el jardín” a pregonar nuestra cuota de responsabilidad sobre el conjunto. La Argentina necesita duplicar su producción agroalimentaria y frutihortícola; los refugiados y migrantes son una de las herramientas para lograrlo.
(*) Ingeniero agrónomo, economista y directivo de la ONG 5 al día Argentina.
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