En cada rincón de nuestro país, a diario, miles de niños dejan de ser niños. Se trata de una realidad abrumadora y perversa que es urgente cambiar.
El 12 de junio pasado se conmemoró el Día Mundial Contra el Trabajo Infantil, una fecha instaurada por la Organización Internacional del Trabajo con el fin de alertar a la población acerca de este flagelo que afecta a millones de niños en todo el mundo. Según datos del Fondo para la Infancia de Naciones Unidas, hay más de 150 millones de niños que trabajan. Argentina no escapa a esta situación. Según datos del Barómetro de la Deuda Social, hay más de un millón de niños, niñas y adolescentes de entre 5 y 17 años que trabajan.
Trabajo infantil es toda actividad económica y/o estrategia de supervivencia remunerada o no, realizada por niñas, niños y adolescentes que se encuentran por debajo de la edad mínima de admisión al empleo, o que no han finalizado la escolaridad obligatoria, o bien que no han cumplido los 18 años si se trata de trabajo peligroso.
Como en todo fenómeno social, es imposible analizar el trabajo infantil aislado de otros factores que inciden sobre él. Necesidades básicas insatisfechas, aspectos culturales, dificultad de acceso a servicios y bienes, entre otros aspectos, inciden en las configuraciones socio-familiares que conducen al trabajo infantil. A diario presenciamos situaciones en las que los niños, por diversas estrategias de supervivencia y organización familiar, quedan expuestos a un prematuro ingreso al mercado laboral. Esta situación se repite en centros urbanos y áreas rurales de nuestro país lo que condiciona el presente y futuro de cada niño, de cada familia y de la sociedad en su conjunto.
Desarrollo afectado
Cada vez que un niño o adolescente se ve obligado a trabajar, sea a cambio de una retribución económica o no, sus posibilidades de desarrollarse integralmente y alcanzar su máximo potencial se ven afectadas. El trabajo infantil constituye una vulneración severa a los derechos de niños, niñas y adolescentes que en muchos casos permite suponer otras vulneraciones tales como el abandono escolar, la falta de cuidados en la salud, la imposibilidad de jugar y descansar adecuadamente, solo por mencionar algunas de ellos.
En Argentina, que un niño o niña trabaje, de manera remunerada o no, constituye un delito. El trabajo está prohibido para niños por debajo de los 16 años, de acuerdo a la Ley N° 26.390 de Prohibición del Trabajo Infantil y Protección del Trabajo Adolescente. En esta dirección la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (Conaeti) coordina, evalúa y da seguimiento a los esfuerzos para prevenir y erradicar el trabajo infantil. Esta entidad tiene su correlato en la Copreti, Comisiones Provinciales para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil que coordina las actividades que se implementan en cada jurisdicción del país.
Ahora bien, está claro que no es suficiente con la existencia de legislación y organismos nacionales que velen por la protección de los niños, niñas y adolescentes. Es imprescindible un cambio colectivo que garantice a cada uno de ellos las mismas posibilidades de crecer y desarrollarse. En esta dirección, la erradicación del trabajo infantil es una de las metas a alcanzar entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible a 2030, que convoca a empresas, organizaciones sociales, gobiernos, y a la sociedad en general a comprometerse por un futuro de equidad y protección para los niños.
El ejercicio pleno de derechos es el único camino que nos asegurará un futuro mejor para cada niño y niña.
OPINIÓN
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