Días pasados, el doctor Miguel Ángel Carabajal recibió un reconocimiento por parte de sus colegas del Colegio de Médicos, una distinción por su trayectoria profesional de unos 45 años, en los que ofreció una gran dedicación a su actividad, principalmente en la salud pública.
Es que Carabajal siente que un médico es un “privilegiado” y, como tal, tiene una responsabilidad especial con su comunidad”.
Probablemente algo de eso hayan pensado sus pares cuando decidieron hacerle un pequeño pero merecido homenaje.
Hacia la medicina
Oriundo de Germania, Carabajal es el mayor de dos hermanos, ambos hijos de un matrimonio conformado por un ferroviario y una ama de casa. Cuando Miguel tenía nueve años, la familia se mudó a Junín.
Acá se crió, prácticamente, en la cancha de Moreno, donde jugaba como mediocampista, primero, y luego defensor.
Inició su escolaridad en la Escuela N° 11 de Germania y la completó en la N° 19 de Junín. El secundario lo hizo en el Normal, donde egresó con el título de maestro de grado.
“Hice el magisterio con mucha alegría y dedicación, pero el fútbol me tironeaba”, recuerda. Siendo muy joven y ya participando de la Primera de Moreno, luego de un partido con Ambos Mundos que terminó con incidentes –de los que no participó–, junto con otros compañeros recibió una insólita sanción de dos años de inhabilitación por “no haber intentado separar”. Esa decisión tan absurda hizo que optara por meterse de lleno en los estudios. Y fue la medicina la que lo atrajo.
“El instrumento técnico más efectivo para el clínico es la silla”.
Médico
Una beca que le dieron en Junín y otra de la propia Universidad de Buenos Aires les permitieron hacer la carrera.
También le ayudó el hecho de poder vivir en esos años en un pensionado para estudiantes de la Congregación Concepcionista, en donde el padre Florencio le dio alojamiento a cambio de colaborar en tareas administrativas del lugar.
Hizo su carrera en la UBA y eligió la clínica como especialidad. “El clínico es un educador nato y creo que ahí hay una vinculación con el magisterio, por eso fue mi elección”, explica.
Hizo su residencia en el viejo Policlínico Ferroviario de Buenos Aires y, también, en el Instituto de Investigaciones Médicas Dr. Alfredo Lanari. “Ahí estuve cinco años –recuerda– y regresé a Junín en 1978. No obstante, seguí vinculado al Instituto Lanari hasta hace pocos años, viajando todas las semanas para participar en actividades con residentes, ateneos y demás”.
“Somos privilegiados porque tenemos un buen ingreso y una formación universitaria, por lo tanto, si uno toma esa condición, debe pensar que tiene una responsabilidad social que debe asumir”.
En Junín
En Junín fue nombrado como médico clínico del Policlínico Ferroviario, luego de ganar un concurso. También estuvo un tiempo en la guardia del Sanatorio Junín como externo, pero fue poco tiempo porque enseguida ingresó al PAMI.
Más adelante, comenzó con una concurrencia en el que todavía era hospital regional. “Estuve un tiempo allí –cuenta– y, en la medida en que se fue empezando a hablar sobre la posibilidad de crear el área de terapia intensiva, mi tarea se fue redireccionando. Entonces fui mermando mi actividad en el PAMI para dedicarme a eso, que era mi verdadera vocación. En 1983 logramos habilitar la sala de terapia intensiva y en 1986 fui nombrado como jefe de esa sala”.
Esa actividad, que es “muy agotadora”, le resultó “difícil de sostener en el tiempo”, por lo que fue virando sus intereses a un nuevo proyecto dentro del hospital: la sala de docencia e investigación, que fue inaugurada en 1995.
Carabajal recuerda que “en el momento de mayor desarrollo llegaron a pasar, por año, entre 120 y 130 alumnos de la carrera de Medicina”, lo que “modificó notablemente la vida diaria del hospital”, con mucha gente joven “que circulaba por el lugar y que le daba otra fisonomía”.
Así fue como se desempeñó en el hospital hasta fines de marzo de este año, cuando se jubiló.
“El clínico debe ser un humanista, un pluralista y un demócrata”.
Salud pública
Carabajal desarrolló su carrera preponderantemente en la salud pública y, en ese sentido, señala: “Nosotros somos privilegiados, porque tenemos la posibilidad de tener un buen ingreso y de haber tenido una formación universitaria, por lo tanto, si uno asume esa condición, debe pensar que tiene tantos deberes como derechos; el médico tiene una responsabilidad social que, creo, debe asumir”.
Asimismo, en cuanto a su especialidad, sostiene que “el clínico debe ser, en principio, y básicamente, un humanista, un pluralista y un demócrata, para luego ser un distinguido en la profundidad de los conocimientos, pero siempre en ese marco de esos valores”. Según su criterio, “en un contexto de explosión tecnológica, el instrumento técnico más efectivo para el clínico y aún no superado, es la silla y la escucha”.
Balance
Finalmente, al momento de repasar sus 45 años de profesión y hacer un balance, Afirma: “Es sumamente positivo. La profesión fue uno de los motores de mi vida, obviamente que en esto tuvo mucho que ver mi familia, y estoy sumamente satisfecho. Insisto en que soy un privilegiado y pongo mi conocimiento en función de lo social. Fue un recorrido altamente satisfactorio y hoy uno se da cuenta de que ha enriquecido su bagaje, no solamente desde la mirada médica, sino general”.
COMENTARIOS