Tiene que empezar de a poco. Un día cualquiera dígale una mentira menor. Miéntale, por ejemplo, con el precio del cactus que acaba de comprar. A ella el precio real le parecería un escándalo, entonces dígale que lo pagó por mucho menos. Vea cómo ella, en vez de decir “¿Pagaste eso por un cactus?”, de mirarlo con una reprobación muda que a usted ha empezado a producirle un miedo cerval, sonríe, dice qué lindo.
Sienta que dentro suyo crece algo parecido al alivio. Después de todo, era fácil: sólo se trataba de mentir un poco. Empiece a hacerlo seguido, siempre con pequeñas cosas. Convénzase de que son maniobras de reacomodamiento, necesarias para que usted nunca vuelva a pensar, como ha pensado, “¿Quién es esta mujer, por qué me mira como si me odiara?”. No le diga que votó a la derecha: dígale que votó a la izquierda, como ella. No le diga que el perro se escapó unas cuadras porque usted lo sacó sin correa: dígale que se asustó y que usted no tuvo fuerzas para retenerlo. Dígale que salió a correr -aunque no haya salido-, que pasó un lindo feriado estando solo mientras ella trabajaba -aunque desde las dos de la tarde la quietud opresiva de la ciudad le haya pesado como una manta negra-. Sienta que el alivio, dentro suyo, crece.
Después de todo, era fácil ahuyentar el miedo. Sólo se trataba de inyectar una dosis de ficción inocua. De limar las partes de su personalidad que a ella -quién sabe desde cuándo- la desesperan. De ofrecer una versión de usted desinfectada. Pase así uno o dos años. Un día, mientras estén cenando, vea cómo ella se lleva el tenedor a la boca con un gesto remilgado, desconocido, y escuche que le anuncia que se hará vegetariana. Sienta que dentro suyo la cólera crece. Las mentiras encerradas en un cuarto oscuro son, ahora, gatos dementes que arañan la puerta. Pregúntese “¿Quién es esta mujer?”. Sepa que todo está perdido.
(*) Escritora y periodista juninense, columnista del diario español El País, donde se publicó esta nota.
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