La Argentina continúa repitiendo ciclos de políticas públicas inconsistentes que son propios de dos corrientes que se suceden en el poder, se alimentan mutuamente y terminan en crisis profundas. Cerrada la última fase del inconsistente “expansionismo populista”, otra vez estamos ensayando el inconsistente “neoliberalismo responsable”.
La experiencia histórica es ilustrativa de lo que está pasando. Luego de la crisis del régimen anterior, el neoliberalismo responsable abre los mercados y aumenta la tasa de interés para facilitar la entrada de capitales y expandir la liquidez y el crédito, con emisión de deuda pública y aliento al endeudamiento privado.
Desde los pisos recesivos heredados (y profundizados) en algún momento se retoma el crecimiento por expansión de la demanda, aumento de precios de los bienes no transables y déficit público. Esto aprecia el tipo de cambio, lo cual refuerza la entrada de capitales que buscan rápidas rentas especulativas.
Al comienzo del ciclo expansivo, la entrada de capitales es mayor que el déficit de cuenta corriente y se acumulan reservas. Pero con el tiempo crece el déficit de la balanza comercial y más tarde el de la cuenta corriente. Así se inicia la reversión del ciclo con erosión de liquidez, caída de precios de activos, pérdida de reservas, etc. La deuda externa acumulada durante el boom se vuelve difícil de refinanciar, las divisas empiezan a escasear y el déficit de cuenta corriente sigue aumentando.
Aquí se intenta recortar el déficit público y eventualmente se devalúa. La fase contractiva se refuerza porque sube aún más el riesgo país y la tasa de interés, hasta que finalmente se profundiza la crisis financiera y del mercado de cambios con caída de reservas del Banco Central. La intensidad de estos ajustes depende del circunstancial escenario internacional.
Dejando de lado los matices, esto es lo que enseña la historia. La seducción de la inversión externa, la apología del emprendedor arriesgado y la pretendida eficiencia en la gestión administrativa no pueden resolver estas inconsistencias. Tampoco el apriete monetario remueve las raíces de la inflación, ni la promoción de la extracción de rentas de recursos naturales mejora la desestructuración productiva y la inserción subordinada del país en la economía internacional.
El confuso uso de palo y zanahoria frente a los conflictos sociales no mejora la cuestión social si nada se hace con la fragmentación institucional y las desigualdades de un sistema de políticas sociales cuyas bases se desmoronan por cambios demográficos, en el mercado laboral y en los arreglos familiares.
Por ahora, no hay nada que indique que no se van a repetir las fases históricas de este ciclo, aunque el crecimiento venga atrasado y la inflación siga muy alta para una economía que no arranca. Como dicen los voceros oficiales, hay que tener paciencia y confianza que la rueda (o la ruleta) va a moverse. Lo más dudoso es la duración de las fases históricas de este ciclo reiterado (que depende más de factores externos que internos). Pero, si no se producen cambios, la secuencia y los resultados son previsibles, como así también lo que puede venir después.
(*) Economista,director del CIEPP.
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