De acuerdo al último informe cambiario del Banco Central, 843.000 argentinos compraron dólares por 2.593 millones durante el pasado mes de marzo. La voracidad por el billete verde coincide con la catarata de inquietudes que recibo a diario por las redes sociales por parte de mucha gente que, palabra más, palabra menos, me trasladan la misma pregunta: “¿Conviene comprar dólares?”
Mi respuesta es repetida. Por desgracia los economistas no tenemos la bola de cristal. No hay manera de saber si el dólar subirá la semana que viene o si por el contrario, seguirá perdiendo valor como viene ocurriendo desde el año pasado.
Es cierto que podemos conjeturar sobre lo que pasará tanto con la oferta como con la demanda de divisas y, consecuentemente, sobre las tendencias fundamentales de dicho precio, pero en la medida que manejemos información pública, que es conocida por todos los actores del mercado, pues lo más probable es que eso ya esté incorporado en el precio actual.
Supongamos, por ejemplo, que supiéramos que la próxima cosecha del sector agropecuario será mejor que lo que se esperaba y que por lo tanto entrarán más dólares al país. Esa abundancia debería deprimir el tipo de cambio haciendo que fuera más barato comprar moneda extranjera. Pero en la medida que ese dato estuviera disponible, el precio caería antes de que si quiera fuera cosechado el cereal, o llegado las oleaginosas al puerto, porque nadie va a querer quedarse en su poder con una moneda que pierde valor. Y viceversa; si hubiera alguna novedad en el sentido de que van a escasear los billetes norteamericanos, su precio ya subiría desde el mismo momento en que esa noticia fuera difundida, puesto que todos van a querer comprar una moneda que saben que subirá pronto.
¿No hay atraso cambiario?
Por supuesto, cualquiera que piense que el dólar va a subir hace muy bien en comprar, pero el punto que quiero hacer es que esa decisión no es muy diferente que la de apostar el dinero al colorado, en el casino de Mar del Plata. Pude salir bien o mal, pero no hay modo de anticiparlo.
Evidentemente si hay casi un millón de personas comprando “dólar ahorro” todos los meses es porque son más los que piensan que el billete va a subir, que los que creen lo contrario. Buena parte de esta expectativa tiene que ver con que a $15,70 el dólar está barato, sobre todo si uno piensa que en los últimos doce meses esa moneda foránea aumentó solo 8% en un contexto en el que la inflación acumuló 35%.
Pero aún cuando efectivamente estuviera barato, esto no quiere decir que esté atrasado, en el sentido de que sea un valor insostenible que tarde o temprano acabará en una fuerte devaluación.
Es cierto que el financiamiento del déficit fiscal con deuda externa genera una avalancha de dólares cuyo efecto es pinchar la cotización. Pero también es verdad que esto no puede durar para siempre y que en la medida que el rojo del sector público se vaya cerrando, el ingreso de dólares por ese motivo menguará, para convertirse en una fuente de salida de divisas, cuando haya que pagar la deuda que hoy se contrae.
En condiciones normales este es un proceso gradual e incluso cuando todos sepamos que las divisas de la deuda se acabarán y que ocurrirá un proceso inverso de salida de dólares, no hay un día D, en el que la reversión tendrá lugar y saltará el dólar. Por eso, mientas la suba proyectada del dólar sea menor que lo que nos pagan en el sistema financiero por nuestros ahorros en pesos, seguirá siendo conveniente quedarse en moneda local. En números concretos, según el mercado de futuros Rofex, los operadores apuestan a que la moneda verde cierre el año en $17,65 de modo que cualquier inversión que hoy rinda 22,8% anual nos cubre de esa devaluación esperada
“Es cierto que podemos conjeturar sobre lo que pasará tanto con la oferta como con la demanda de divisas y, consecuentemente, sobre las tendencias fundamentales de dicho precio, pero en la medida que manejemos información pública, que es conocida por todos los actores del mercado, pues lo más probable es que eso ya esté incorporado en el precio actual.”
Otras inversiones alternativas
Cuando un país pasa por una crisis como la que nos tocó atravesar, el ciclo de las inversiones suele estar marcado en tres grandes etapas. Al principio, la tasa de interés de corto plazo resulta la opción más tentadora, porque las autoridades deben subirla para contener la inflación o una corrida cambiaria; las Lebacs son en ese contexto la mejor opción, como ocurría el año pasado cuando rendían 38%. Luego en la medida que vuelve la confianza, las tasas bajan perdiendo atractivo. Los bonos del tesoro, de mediano y largo plazo se recuperan entonces constituyéndose en una buena alternativa.
En una tercera instancia los inversores se vuelcan a comprar acciones y es entonces el momento en que la bolsa se pone de moda. Desde principios de año el índice Merval que resume las principales acciones argentinas lleva ganado 23 y todo parece indicar que será la estrella del 2017.
Lamentablemente mucha gente le tiene miedo a salirse del binomio dólar-plazo fijo, o piensan que se requiere mucho dinero para incursionar en bonos o acciones. Sin embargo, los principales bancos ofrecen fondos comunes de inversión armados por especialistas, que permiten invertir en esos papeles sin tener ningún conocimiento y además dependiendo de la institución se puede empezar con aportes tan bajos como 1.000 pesos.
Por supuesto, siempre una inversión es una decisión personal, donde influyen las necesidades de liquidez, los apetitos ante el riesgo, las memorias de las crisis y los prejuicios también.
(*) El autor es economista, profesor de la Unnoba y la UNLP, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de “Casual Mente” y “Psychonomics”.
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