El 1A será recordado como aquella fecha en la que cientos, miles, quizá millones de argentinos, difícilmente podamos estimar el número exacto, salimos a la calle y nos dirigimos en un mismo sentido: a las plazas. ¿Por qué a las plazas? Porque las plazas tienen desde años inmemoriales esa condición de espacio público por excelencia al que vamos cuando queremos expresarnos, peticionar y ser oídos. ¿La consigna? “Defender la democracia”. Pero defender la democracia es un concepto muy amplio, por ello pudimos ver varias subconsignas que se desprendían como gajos de un mismo tronco: “No aflojemos”, “Basta de patotas”, entre otras. Creo que había tantas consignas como personas marchando.
La convocatoria, lejos de ser organizada desde el gobierno, fue hasta en algún punto desalentada desde la primera línea, hasta el momento en que cobró una dimensión inusitada.
Pero sucede que todo ocurre en el marco de dos variables: tiempo y espacio, y a propósito de esto, el mes de marzo fue particularmente conflictivo; paros, movilizaciones y marchas de distintos sectores (piqueteros, docentes, movimientos sociales, entre otros).
Pero hubo dos cuestiones puntuales sobre las que quiero hacer foco porque me alarmaron profundamente y creo no ser el único. Me refiero a la marcha del 24 de marzo por el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, donde por primera vez organizaciones de DD.HH. reivindicaron la lucha armada, y a nivel internacional el autogolpe acaecido en la hermana (cada vez menos República) de Venezuela. Vi con asombro cómo una retórica que creía superada volvía a instalarse entre nosotros.
Si hay algo que tengo muy en claro es que la única revolución posible es la democrática, como sostenía aquel presidente constitucional que fuera víctima de una triste dictadura militar que lo despojaría del poder; me refiero a Don Arturo Illia, ejemplo cabal de austeridad y hombre de bien.
El estremecimiento que sentí fue similar a aquel cuando se conoció lo que estaba sucediendo en Venezuela, donde el Tribunal Supremo de Justicia asumía las funciones de la Asamblea Nacional declarando a esta en “desacato” por permitir la Jura de tres diputados del Estado de Amazonas, que fueran impugnados.
La división de poderes supone que estos no sólo deben ser independientes sino que también funcionen en un pie de igualdad, sin que ninguno de ellos opere sobre el otro; claro ejemplo de lo que no viene sucediendo allí, donde como paradigma de un régimen populista que divide y somete a su población a las carencias más absolutas también se ha llegado al extremo de subyugar a todo aquello que se le oponga, se trate de un alcalde, de un legislador, de un líder opositor o directamente una asamblea con mayoría no oficialista.
El régimen venezolano fue el modelo a seguir elegido por los Kirchner durante doce años. Todo parece indicar que de haber seguido ese rumbo en 2015 ese camino se habría profundizado en la Argentina. Pero afortunadamente nada de eso sucedió y por esta parte del continente decidimos dar vuelta esa página.
Pero la historia no es una foto; es una película cuyo guion escribimos todos los días los 40 millones de argentinos. Es por ello que quiero expresar la alegría y satisfacción que experimenté al ver que, bajo el paraguas de una consigna cívica y republicana como es la “Defensa de la Democracia”, nos dimos cita tantos compatriotas decididos a mirar para adelante, enfrentando el escepticismo con el arma más eficaz que tenemos los seres humanos: la esperanza.
Somos millones los que queremos un cambio en la Argentina y que creemos que se puede vivir mejor. No estamos solos en este camino. La emocionante marcha del sábado nos obligar a doblegar nuestros esfuerzos por aquellos que no viven del relato y que sueñan en un país inclusivo, con oportunidades para todos, y tirando juntos para el mismo lado y bajo una misma bandera.
(*) Diputado nacional
por Pro.
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