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MIRADA ECONÓMICA

¿Quién pagará efectivamente el muro?

Entre las disparatadas medidas del flamante presidente de los Estados Unidos, como todos saben, se encuentra la decisión de construir un muro que presuntamente impermeabilizaría a los Estados del sur de las consecuencias negativas de su extenso límite con México.
Si no fuera porque los antojos salen plata y porque esa monumental obra que costará cerca de 20.000 millones de dólares tiene que ser pagada por alguien, el capricho quedaría en el terreno de las extravagancias; una nota de color, como la del artista famoso que pide que le traigan el agua mineral del Himalaya.
Por esta razón, la primera pregunta que todos le hicieron a Donald Trump cuando en plena campaña lanzó su propuesta, fue quién se iba a hacer cargo de la cuenta, porque todo parecía indicar que serían los propios contribuyentes de su país. Esta semana, sin embargo, durante la entrevista que le hiciera el periodista David Muir, el magnate fue categórico cuando dijo que “el muro lo pagarán los mexicanos”.
Ante la incredulidad de propios y ajenos, unos días después el Presidente anunció que establecería un arancel del 20% para todas las importaciones provenientes de tierra azteca y que con el producido de ese nuevo impuesto financiaría las obras del muro.
Brillante idea, si no fuera porque tiene la rigurosidad analítica de un verdulero. Con el perdón de los verduleros.

¿Quién paga los aranceles?
Si Estados Unidos fuera un país cualquiera la respuesta sería simple. Puesto que para importar alimentos, autos o cualquier otro producto hecho en México habrá que pagar un arancel; el nuevo precio pagado por los consumidores norteamericanos será igual al anterior, más el impuesto de ingreso. Los argentinos sabemos por experiencia propia que cada vez que se pone un tributo a las importaciones, somos nosotros los que terminamos pagando más caros los perfumes, los electrónicos, o cualquier otra cosa que traigamos de afuera.
Pero dado que el país del Norte compra el 77,5% de las exportaciones mexicanas, la cosa es un poco más complicada, porque tampoco se trata de commodities como la soja, que podrían encontrar fácilmente un destino alternativo. Hay muchos bienes con demandas elásticas por parte de los estadounidenses, que optarán por comprar menos productos de los que antes importaban desde México, o por adquirirlos desde otros destinos, salvo que los vendedores acepten hacerse cargo del impuesto. Trump en este sentido, sienta su promesa sobre la expectativa de una combinación de consumidores norteamericanos ignorantes, que no lo responsabilicen por eventuales mayores precios, y exportadores mexicanos sin opciones, que se vean obligados a capitular para seguir entrando a su mercado más importante.

La fuerza de las represalias
Pero la verdadera ignorancia de Trump se refleja en su incapacidad para anticipar las represalias que su actitud prepotente puede causar. El economista Dean Baker, del Center for Economic and Policy Research de Washington, lo graficó explicando que México simplemente podría anunciar que en represalia a la violación de los compromisos que Estados Unidos contrajo no solo en el Nafta, sino sobre todo en la Organización Mundial de Comercio, no garantizará más el respeto por los derechos de propiedad intelectual norteamericanos.
De un plumazo le asestaría un duro golpe al cine de Hollywood, a la industria del software de California y a los laboratorios farmacológicos más importantes del mundo, por solo mencionar tres casos emblemáticos del desarrollo económico de Estados Unidos. Esto podría generar una cascada hacia el resto de Latinoamérica e incluso más allá, porque tarde o temprano el mundo entero podría negarse a pagar por las patentes y preferir los productos genéricos copiados por los indios o los chinos.
No solo Trump atrasa 85 años, demostrando su ignorancia sobre los efectos de las guerras comerciales que se sucedieron como respuesta a la crisis del 30, sino que prueba que tampoco comprendió el giro del comercio mundial desde el modelo del centro productor de manufacturas de la segunda mitad del siglo pasado, hacia el centro productor de derechos de propiedad intelectual que, apoyándose en la globalización, sentó las bases del espectacular avance tecnológico de los últimos 30 años.
En la anterior crisis del comercio mundial, la periferia dejó de vender materias primas y quedó imposibilitada de comprar las manufacturas del centro. La contracción económica fue compartida para todos. Ahora puede que no venda los alimentos o los ensamblados industriales que exporta, pero será difícil evitar que siga usando los programas de Microsoft, viendo las series de Warner, o copiando los avances farmacológicos del Primer Mundo. El único cambio es que puede que deje de pagar por ellos y haga colapsar los incentivos a la generación de todas estas industrias en los países desarrollados, con epicentro en los Estados Unidos.
Trump está tirando por la borda los esfuerzos diplomáticos en materia de construcción de instituciones de la posguerra y se está llevando puestos los logros norteamericanos de la ronda Uruguay del GATT, en adelante.
Pero el mundo entero puede salir ganando si se rompe el canal que le ha permitido a los Estados Unidos captar los frutos del avance tecnológico, siempre que no acabe teniendo razón el filósofo esloveno Slavoj Zizek y la ruptura de los derechos de propiedad arrastre al capitalismo tal y como lo conocemos.
En cualquier caso, no solo que los norteamericanos acabarán pagando por el muro hasta el último dólar, sino que acabará siendo la pared más cara de la historia de la humanidad.<

(*) El autor es economista, profesor de la Unnoba y la UNLP, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de “Casual Mente” y “Psychonomics”. 

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