Se calcula que en los últimos años mueren dos policías al mes en la provincia de Buenos Aires.
Algunos caen en enfrentamientos con delincuentes y otros son abatidos cuando intentan quitarle su vehículo o vulnerar su domicilio. Es probable que los heridos en este tipo de actos represente una cantidad similar o mayor que la de muertos.
Cuando se intenta una aproximación para comprender la mecánica de estos casos, surge un elemento que podría ser clave para entender la extrema vulnerabilidad de los agentes. Y es la confianza que tienen en la institución que los alista: ante una situación que supone un desenlace violento, se dan a conocer como agentes policiales y desenfundan su arma reglamentaria.
Para los delincuentes, esa advertencia no tiene un efecto disuasivo. Por lo general, la mención del término policía despierta un ánimo exacerbado y un propósito cierto de abatir al agente, esté uniformado o no.
Vale decir, la contraseña que en apariencia pudiera protegerlo (“Alto. Policía”) lo marca como enemigo total.
Otro elemento que los agentes sienten como accesorio protector es la pistola reglamentaria. Saber que están armados y que tienen facultad para utilizar su arma en situaciones adecuadas, les otorga un cierto grado de seguridad. Ocurre que el arma que portan es un artefacto letal, con una potencia muy difícil de sopesar y un largo alcance, con lo que podrían afectar a terceros ajenos al ilícito.
Suponiendo que el agente haya visitado un polígono de tiro con cierta frecuencia y tenga una puntería aceptable, deberá enfrentarse con personas que aún teniendo armas de menor calibre, estén acostumbrados a su uso, se muestren mucho más desinhibidos al momento de apretar el gatillo y menos preocupados por el daño que pudieran ocasionar a personas ajenas al asunto.
Los policías podrían beneficiarse en su funcionamiento si se los asesorara acerca del riesgo del arma que portan, el inconveniente de utilizarla en lugares públicos y la necesidad de ser entrenados en maniobras de inteligencia que maximice la posibilidad de solicitar refuerzos para enfrentar un ilícito.
Cuando los agentes salen a perseguir el auto de un presunto delincuente tienen que tomar en pocas cuadras una serie de gestos de manejo absolutamente riesgosos, que por lo general culmina con resultado traumático o letal para los integrantes de la persecución o para terceros ajenos al caso. Resultan tan peligrosas las persecuciones como el uso del arma reglamentaria en lugares públicos.
Todos los trabajadores deben estar protegidos en el desarrollo de sus tareas, recibiendo la información y los elementos necesarios para evitar accidentes. Los policías también.
(*) Psicólogo.
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