La propuesta surtió el efecto que buscaba y posicionó a Sergio Massa nuevamente en un escenario político dominado por el eje que al oficialismo le interesa poner en debate, en el que los aciertos y los errores del gobierno se contrastan con los bolsos de la corrupción y las amenazas más o menos violentas de las caricaturas del kirchnerismo residual.
El líder del peronismo renovador planteó la conveniencia de suspender las importaciones por 120 días, una propuesta que con el paso de la semana se fue edulcorando a medida que recibía los cachetazos argumentativos que ponían en evidencia el desacierto inicial. Al final, el proyecto elevado al Congreso se convirtió más en un reclamo por mayor control al contrabando, que en un intento por cerrar la economía, pero lo cierto es que la polémica quedó instalada.
Las ventajas del comercio
El comercio exterior es, en primer lugar, una herramienta para cerrar la brecha entre la estructura productiva de una sociedad y su matriz de consumo, pero además es una manera de producir indirectamente bienes y servicios de una forma mucho más eficiente, toda vez que favorece la división y la especialización del trabajo, claves para incrementar la productividad y por ende los salarios.
De allí que no tenga sentido exportar sin importar, del mismo modo que no tiene sentido trabajar sin consumir. Es verdad que transitoriamente cualquiera puede postergar sus gastos invirtiendo el dinero pero, a la larga, el objetivo final es tan solo el de posponer el consumo, en la medida que hay un premio por hacerlo, en términos de la rentabilidad de una inversión que permitirá un consumo aún mayor a futuro. Tan es así que el economista Abba Lerner demostró incluso que existe una relación de simetría por la cual cualquier límite a las importaciones resulta equivalente a suspender exportaciones.
El costo de cerrar el comercio
Un país que no está inserto en el comercio internacional, se ve forzado a producir todos los bienes que desea consumir, lo cual implica un desperdicio de sus recursos escasos, toda vez que, por ejemplo, en vez de destinar 3.000 horas hombre a producir tres autos, puede poner esa misma gente a fabricar tres camionetas, que luego puede cambiar, comercio internacional mediante, por cuatro autos, siempre suponiendo que tiene mayor productividad en la elaboración de pick ups o 4×4.
Pero, además, sin comercio exterior la escala de producción está acotada por dos vías. En primer lugar, por las limitaciones de demanda que impone el tamaño del mercado interno, lo cual puede no ser un problema para China, la India, Brasil o los Estados Unidos, pero ciertamente es catastrófico para un país más chico como Argentina y mucho más aún para algunos de nuestros vecinos como Chile o Uruguay. En segundo lugar, porque prácticamente todos los productos que se confeccionan localmente tienen insumos importados, en mayor o menor medida.
Incluso suponiendo que las limitaciones fueran solo para productos finales elaborados fronteras afuera y dejando de lado la ilegalidad de la medida, porque no lo permite la Organización Mundial del Comercio, la propuesta seguiría siendo disparatada porque si se bloquean las importaciones, caería la demanda de dólares y se hundiría su precio, condenando ahora a los exportadores a convivir con un tipo de cambio mucho menos competitivo.
Por último, pero no menos importante, el cepo a las importaciones reduciría notablemente la competencia que enfrentan los productores locales de bienes alternativos que hoy deben esforzarse por ser mejores o más baratos. El resultado serían precios aún más altos en Argentina, lo cual resulta escandaloso si pensamos que por ejemplo ya estamos pagando el triple de lo que cuesta afuera un textil o un juguete y el doble cada vez que compramos un electrónico.
Crisis de inflación versus crisis de desempleo
Lógicamente, la medida podría tener racionalidad en un contexto de hiperdesempleo y baja inflación, como el de la crisis del 30 o el colapso de la Convertibilidad en el 2001. Pero en una economía que tiene bajo desempleo coyuntural y donde los problemas de trabajo son de naturaleza estructural, más por limitaciones educativas de los jóvenes que por el freno de la actividad, la idea no tiene asidero. Máxime cuando realmente el problema grave es que la plata no alcanza por los precios altos y la furibunda inflación.
Pensemos que el mismísimo Keynes, que siempre fue un defensor del libre comercio, sugirió la conveniencia de proteger la producción local trabando importaciones, porque el problema más grave, en plena crisis del 30, era el desempleo del 25% y no la inflación. Keynes era consciente de que el bloqueo a las importaciones bajaba los salarios reales, porque obviamente encarecía el precio de los bienes de consumo, al reducir la competencia. Pero proponía la medida porque sabía que de otro modo los salarios no bajarían y el mercado no resolvería solo el drama del
desempleo. En el corto plazo prefería menores salarios reales y más empleo. En el largo plazo su propuesta seguía siendo la del libre comercio, una vez que la crisis se superara.
Y aquí es donde la improvisación de la propuesta del cepo importador se hace más evidente, primero porque no hay una crisis de empleo y segundo porque aún si la hubiera, nadie en su sano juicio tomaría un trabajador nuevo motivado en la protección de 120 días, sabiendo que la economía se vuelve a abrir en seis meses.
La consecuencia de prohibir importaciones sería en el corto plazo más inflación y menores exportaciones. En el largo plazo, si el cepo luego no se pudiera sacar, nos condenaría al subdesarrollo, con el consecuente impacto negativo en materia de empleo y salarios reales.
(*) Economista. Docente de la Unnoba y la UNLP
MIRADA ECONÓMICA
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