ANÁLISIS
Academias científicas y desafíos para el futuro
Las Academias en general, pese a llevar el nombre de la escuela fundada en Atenas por Platón en 390 a.C. y que desarrollaban sus actividades de enseñanza en los Jardines de Akademos, son creaciones de mediados del segundo milenio. La continuación histórica de la Academia Platónica debemos buscarla, más bien, en las actuales Universidades.
Las Academias científicas del presente, organizaciones varias veces centenarias, han mantenido el espíritu que les dio origen, de allí su vigencia pero, ante el cambio radical de las circunstancias en que deben desenvolverse, han debido modificar bastante sus procederes para alcanzar los inmutables fines fundacionales: promoción, creación, coordinación, discusión y difusión del pensamiento científico y tecnológico.
Antecedentes remotos
Más allá de ciertas anécdotas históricas sin demasiada trascendencia, podemos afirmar que las primeras Academias Científicas modernas aparecen alrededor del año 1660 y son la “Academie Royale des Sciense” de París y la “Royal Society” de Londres. Ellas crean, en 1665, sus propios medios de difusión, respectivamente el “Journal des Savants” y los “Philosophical Transactions”. Un caso particular de trascendencia, pero que no encaja del todo bien en el modelo que estamos analizando, lo constituye la “Academia dei Lincei”, creada en Roma el 17 de agosto de 1603 por Federico Cesi, un acaudalado noble italiano que se dedicaba a la botánica y que la tomó casi como un “hobby”. Cerró sus puertas con su muerte en 1651. La importancia esencial de esta Institución se debe a que Galileo Galilei, el fundador de la ciencia moderna, se incorpora activamente a ella el 25 de diciembre de 1611.
Antes de la aparición de las Academias, la discusión de las cuestiones científicas y su difusión se realizaba en forma epistolar. Pierre de Fermat (1601-1665), de quien, a través de su correspondencia se conoce hoy una extensa e importantísima obra, fundamental para el desarrollo de amplias áreas de la matemática, no publicó nada en vida.
A partir de la aparición de las Academias Científicas modernas, los estudiosos comenzaron a enviar a ellas sus descubrimientos y nuevos resultados para su análisis y discusión y, también, para obtener una cierta validación y definir autorías, prioridades y preeminencias. Por ejemplo, siendo Isaac Newton presidente de la Royal Society, formó una comisión para que dilucidara quién tenía la prioridad en la creación del cálculo infinitesimal, él o Leibniz. Naturalmente, en esa instancia ganó él.
En nuestro país la creación de la primera Academia, destinada al estudio de las Matemáticas, corresponde a la Asamblea de 1813. En 1821 se la incorpora a la Universidad de Buenos Aires, por entonces provincial. Varias décadas después, a partir de los Consejos Académicos de las Facultades, se recrean las Academias en Buenos Aires. Pero en 1881, con la ley de nacionalización de la ciudad de Buenos Aires, la Provincia no sólo pierde su Universidad, que recupera en 1889 con la creación de la Universidad de La Plata, sino que también pierde, entre muchas otras cosas, sus Academias. La reparación de esto último tarda bastante más en producirse y ocurre el 23 de junio de 1980 con la creación de la Academia de la Ingeniería, actualmente única Academia de la provincia de Buenos Aires.
Un jurado
Pero las Academias no sólo recibían y discutían los escritos de científicos prominentes, también tenían relación con el resto de la sociedad pues podía presentar ponencias cualquier persona que quisiera que la Academia se las analizase y juzgara. A tal punto que, en 1775, la Academia de París decide “no examinar más las pretendidas soluciones de la cuadratura del círculo, de la duplicación del cubo o de la trisección del ángulo, ni los proyectos de máquinas que realicen el movimiento perpetuo, pues está atiborrada de envíos de este género”.
Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, con la aparición de las primeras revistas científicas independientes, comienza poco a poco la cultura de los “papers” y, hoy en día, los científicos publican principalmente en revistas de este tipo y “con referato” y lo hacen muy poco en los Anales académicos. Aun así, durante cuatro tardes de noviembre de 1905 Albert Einstein (foto) presenta en la Academia de Berlín su primera versión de la Teoría de la Relatividad antes de su publicación.
Entre las revistas “con referato”, que se ocupan de las fronteras del conocimiento, y que no están al alcance del gran público, y las publicaciones de divulgación que tratan de acercar a este los nuevos descubrimientos, no siempre con el rigor requerido, existe toda una gama no cubierta de niveles del saber. Dar respuesta a ello es uno de los cometidos que competen actualmente a las Academias.
La energía, entre otros grandes problemas
En consecuencia, luego de haber recorrido el largo camino de su organización y encuadre legal, durante la presidencia de Miguel De Santiago (2010-2014) y por su iniciativa, la Academia de la Ingeniería crea un “Programa de Estudio y Análisis de Problemas Trascendentes de la Argentina con Soluciones Técnicas”, en las cuales participa insoslayablemente la educación de la gente. Las tareas que a este respecto realiza la Academia responden esencialmente a dicho objetivo, difundir datos ciertos para contribuir a la educación general y su consecuente toma de conciencia de las implicancias globales del problema de que se trate.
El programa de actividades de 2015 se orienta a analizar los problemas vinculados a la Energía, su demanda y su producción. El mismo dará comienzo el día 19 de agosto a las 18:00 horas, con una mesa redonda referida al tema “El Futuro Energético Argentino ¿Hacia dónde iremos?” cuyos integrantes habrán de ser reconocidos expertos en diferentes problemáticas del área.<
(*) Presidente de la Academia de Ingeniería de la Provincia. Ex rector organizador de la Unnoba.
Las Academias científicas del presente, organizaciones varias veces centenarias, han mantenido el espíritu que les dio origen, de allí su vigencia pero, ante el cambio radical de las circunstancias en que deben desenvolverse, han debido modificar bastante sus procederes para alcanzar los inmutables fines fundacionales: promoción, creación, coordinación, discusión y difusión del pensamiento científico y tecnológico.
Antecedentes remotos
Más allá de ciertas anécdotas históricas sin demasiada trascendencia, podemos afirmar que las primeras Academias Científicas modernas aparecen alrededor del año 1660 y son la “Academie Royale des Sciense” de París y la “Royal Society” de Londres. Ellas crean, en 1665, sus propios medios de difusión, respectivamente el “Journal des Savants” y los “Philosophical Transactions”. Un caso particular de trascendencia, pero que no encaja del todo bien en el modelo que estamos analizando, lo constituye la “Academia dei Lincei”, creada en Roma el 17 de agosto de 1603 por Federico Cesi, un acaudalado noble italiano que se dedicaba a la botánica y que la tomó casi como un “hobby”. Cerró sus puertas con su muerte en 1651. La importancia esencial de esta Institución se debe a que Galileo Galilei, el fundador de la ciencia moderna, se incorpora activamente a ella el 25 de diciembre de 1611.
Antes de la aparición de las Academias, la discusión de las cuestiones científicas y su difusión se realizaba en forma epistolar. Pierre de Fermat (1601-1665), de quien, a través de su correspondencia se conoce hoy una extensa e importantísima obra, fundamental para el desarrollo de amplias áreas de la matemática, no publicó nada en vida.
A partir de la aparición de las Academias Científicas modernas, los estudiosos comenzaron a enviar a ellas sus descubrimientos y nuevos resultados para su análisis y discusión y, también, para obtener una cierta validación y definir autorías, prioridades y preeminencias. Por ejemplo, siendo Isaac Newton presidente de la Royal Society, formó una comisión para que dilucidara quién tenía la prioridad en la creación del cálculo infinitesimal, él o Leibniz. Naturalmente, en esa instancia ganó él.
En nuestro país la creación de la primera Academia, destinada al estudio de las Matemáticas, corresponde a la Asamblea de 1813. En 1821 se la incorpora a la Universidad de Buenos Aires, por entonces provincial. Varias décadas después, a partir de los Consejos Académicos de las Facultades, se recrean las Academias en Buenos Aires. Pero en 1881, con la ley de nacionalización de la ciudad de Buenos Aires, la Provincia no sólo pierde su Universidad, que recupera en 1889 con la creación de la Universidad de La Plata, sino que también pierde, entre muchas otras cosas, sus Academias. La reparación de esto último tarda bastante más en producirse y ocurre el 23 de junio de 1980 con la creación de la Academia de la Ingeniería, actualmente única Academia de la provincia de Buenos Aires.
Un jurado
Pero las Academias no sólo recibían y discutían los escritos de científicos prominentes, también tenían relación con el resto de la sociedad pues podía presentar ponencias cualquier persona que quisiera que la Academia se las analizase y juzgara. A tal punto que, en 1775, la Academia de París decide “no examinar más las pretendidas soluciones de la cuadratura del círculo, de la duplicación del cubo o de la trisección del ángulo, ni los proyectos de máquinas que realicen el movimiento perpetuo, pues está atiborrada de envíos de este género”.
Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, con la aparición de las primeras revistas científicas independientes, comienza poco a poco la cultura de los “papers” y, hoy en día, los científicos publican principalmente en revistas de este tipo y “con referato” y lo hacen muy poco en los Anales académicos. Aun así, durante cuatro tardes de noviembre de 1905 Albert Einstein (foto) presenta en la Academia de Berlín su primera versión de la Teoría de la Relatividad antes de su publicación.
Entre las revistas “con referato”, que se ocupan de las fronteras del conocimiento, y que no están al alcance del gran público, y las publicaciones de divulgación que tratan de acercar a este los nuevos descubrimientos, no siempre con el rigor requerido, existe toda una gama no cubierta de niveles del saber. Dar respuesta a ello es uno de los cometidos que competen actualmente a las Academias.
La energía, entre otros grandes problemas
En consecuencia, luego de haber recorrido el largo camino de su organización y encuadre legal, durante la presidencia de Miguel De Santiago (2010-2014) y por su iniciativa, la Academia de la Ingeniería crea un “Programa de Estudio y Análisis de Problemas Trascendentes de la Argentina con Soluciones Técnicas”, en las cuales participa insoslayablemente la educación de la gente. Las tareas que a este respecto realiza la Academia responden esencialmente a dicho objetivo, difundir datos ciertos para contribuir a la educación general y su consecuente toma de conciencia de las implicancias globales del problema de que se trate.
El programa de actividades de 2015 se orienta a analizar los problemas vinculados a la Energía, su demanda y su producción. El mismo dará comienzo el día 19 de agosto a las 18:00 horas, con una mesa redonda referida al tema “El Futuro Energético Argentino ¿Hacia dónde iremos?” cuyos integrantes habrán de ser reconocidos expertos en diferentes problemáticas del área.<
(*) Presidente de la Academia de Ingeniería de la Provincia. Ex rector organizador de la Unnoba.