Mucho se ha dicho sobre la crisis griega, pero poco sobre lo que debería ser una de sus primeras enseñanzas: haber mostrado con toda crudeza que, en el largo plazo, las posibilidades de bienestar de un pueblo están indisolublemente asociadas al nivel de productividad agregada de su economía.
Si bien la crisis se visibilizó en 2008, luego del abrupto corte de financiamiento externo tras la caída de Lehman Brothers, la verdadera causa de su colapso es anterior: en años previos y mientras acumulaba inconsistencias, Grecia pretendía -mediante el atajo del endeudamiento- sostener un nivel de bienestar superior al de su capacidad productiva. Más crudamente lo describe el investigador económico Michael Lewis en su bestseller mundial ‘Boomerang: viajes al nuevo tercer mundo’, cuando retrata un país que festejó su incorporación al euro y su acceso a créditos bancarios baratos ‘viviendo muy por encima de sus posibilidades’.
Hoy, independientemente de los resultados del plebiscito del pasado 5 de julio y de la promesa del fin de la austeridad con la que llegó al poder, el partido gobernante Syriza somete al parlamento heleno a aceptar las medidas propuestas por el denominado Grupo de Bruselas a aprobar un programa de ajuste que el semanario alemán Der Spiegel define como "un catálogo de crueldades".
No obstante las contradicciones que han surgido entre el FMI y los europeos respecto al tratamiento de la deuda -que hoy es 1,8 veces el PBI griego-
la propuesta definitiva de rescate va en el mismo sentido de los ajustes tradicionales aplicados en los programas de restructuración de 2008 y 2012: se le impone aumentar impuestos sobre el consumo, reducir gastos en personal y jubilaciones; e incluye privatizaciones y un fondo fiduciario garantizado por activos del orden de los 50 mil millones de euros a cambio de un potencial programa de financiación de entre 82 y 86 mil millones de euros en tres años. Según un analista europeo, semejante dislate podría llevar al Estado heleno ‘a retener en su poder sólo a las islas y al Partenón’.
En definitiva, estamos frente a una estrategia más pensada para evitar el Grexit que para resolver el problema griego, que ahora debe afrontar dos grandes dilemas: más ajuste en lo inmediato; y, en el largo plazo, permanecer atado monetariamente a economías más competitivas, entre ellas nada menos que la alemana.
¿Qué podemos esperar para Grecia de este tercer ‘plan de rescate’ cuando, como consecuencia de los dos anteriores, lleva siete años de caída de su PBI, acumulando una contracción del 25%, una caída del salario del 40%, y un nivel de desocupación del 25%?
Más allá de un desafío con final aún abierto y, sin minimizar las implicancias posibles sobre su pertenencia a la Eurozona, es aconsejable no gastar energías en comparaciones ociosas con otros tiempos de nuestra historia y hacer foco en el origen del problema.
Al observar el déficit de regulaciones globales del sistema financiero, resulta difícil no coincidir con las recientes afirmaciones del Papa Francisco cuando pide "que se construya una alternativa a la globalización excluyente". Si nos remontamos a la causa primaria de la crisis griega, a la hora de gobernar no se debería caer en el voluntarismo político, tan proclive a los atajos y a las decisiones enmarcadas en el populismo tradicional que busca la satisfacción inmediata. Debemos comprender definitivamente que en economía no existe la magia para no caer en la ilusión de que imprimir moneda o pedir dinero prestado crea riqueza.<
(*) Diputado provincial y presidente del bloque Frente Renovador.
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