Trampa de los impuestos distorsivos y el costo país
Imaginemos un país donde el precio de un producto está compuesto en mayor medida por impuestos que por el costo de producción. Argentina es hoy un claro ejemplo de esta trampa tributaria: en muchos casos, el 60% del precio final es carga fiscal. A esto se suma que solo el 50% de la población cumple con sus obligaciones impositivas. Pensemos por un momento: ¿qué sucedería si bajamos estos impuestos a la mitad y, sobre todo, eliminamos los más distorsivos como Ingresos Brutos o el Impuesto al Cheque? ¿Es posible que, ampliando la base de contribuyentes, podamos sostener la recaudación fiscal sin que los precios terminen tan inflados?
Con una estructura impositiva menos asfixiante para las pymes sería posible abaratar los productos en un 30% en dólares de inmediato, convirtiendo a la Argentina en un país más competitivo a nivel regional y global. Al reducir el peso de los impuestos y costos asociados tendríamos más recursos para aumentar salarios y mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores mejorando así la calidad de vida de los argentinos.
Además, los bienes de capital como maquinarias, automóviles, materiales de construcción, y todo lo necesario para producir bienes se volverían más accesibles. Esta sería una invitación atractiva para inversionistas que dejarían de ver el mercado local como un entorno donde cada proyecto de expansión conlleva costos desmedidos, sino un lugar para generar negocios y ganancias.
Este ahorro se traduciría en una mejora en todos los niveles de la economía. Producir sería más barato, al igual que transportar y comercializar. Incluso exportar se tornaría más accesible transformando al país en la potencia que realmente es.
Así, el crecimiento económico se transformaría en un círculo virtuoso: menos costos, más consumo y mayor capacidad de producción dan como resultado la creación de empleo, aumento del mercado interno y mayor volumen de ventas, lo cual reduce aún más los costos. Esto, en última instancia, atrae divisas y mejora la estabilidad macroeconómica.
Un ejemplo claro de esta dinámica es la industria del software argentino que con un esquema tributario amigable y libre de obstáculos es un modelo de crecimiento exitoso.
Gracias a las leyes de promoción que redujeron las cargas, el sector creció hasta emplear a 450.000 personas y generar US$ 9.000 millones en exportaciones, sin verse atrapado por los costos de logística o transporte físico.
En el software la inversión se enfoca en capital humano, y el entorno legal permite competir sin las trabas fiscales y de infraestructura que afectan a otras industrias.
Imaginemos por un segundo si este modelo, de baja carga fiscal y mínima intervención, se extendiera a otros sectores productivos. Si el país lograra un marco más competitivo, muchos sectores podrían crecer y exportar más, beneficiando a toda la economía.
La realidad es que en lugar de ser “caros en dólares” podríamos ser más accesibles a través de una reforma impositiva seria. Como empresario no pido una baja de impuestos sino una redistribución adecuada para todos con la reducción del costo impositivo. Un país menos gravado, pero con más contribuyentes activos, logra un crecimiento más sólido.
La pregunta es si estamos dispuestos a pensar distinto, cuestionar nuestras estructuras y darnos una oportunidad real de cambio.