El Presidente experimentó ayer en carne propia el efecto de la polarización, que en la Argentina no es meramente electoral. Cuando salía de la Iglesia del Santísimo Sacramento en Tandil, ciudad a la que llegó con su familia para pasar los días libres de la Semana Santa, Macri fue abordado por un grupo de vecinos, que se dividió entre quienes lo apoyaron y los que lo repudiaron amargamente.
El mandatario estaba al volante de una camioneta y sentada a su lado, en la parte delantera, iba su pequeña hija Antonia. El vehículo del Presidente partió raudamente, a contramano, tras unos segundos en los que se escucharon gritos de aliento –como “no aflojes, Mauricio”- con otros que le exigieron: “¡Pará la mano!”. La escena reflejó el desencuentro político que atraviesa el país.
Pero el mal momento que pasó Macri no puede sorprender a nadie. En esta oportunidad no hubo agresiones directas, como las pedradas que le arrojaron en Mar del Plata o en Villa La Angostura, aunque el clima de tensión pareció ser el mismo, dominado por la lógica amigo-enemigo, que socava los valores democráticos y descalifica al que piensa diferente sin analizar los argumentos.
Los obispos católicos, en las homilías que dieron este fin de semana, pusieron justamente el dedo en esa llaga. El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo, advirtió que un país dividido “no da soluciones a los problemas de la gente” y reclamó que se promueva una “cultura del diálogo y la honestidad” en el marco de las instituciones del Estado.
¿Será posible? Difícilmente lo sea en un año electoral. El obispo de Nueve de Julio, Ariel Torrado Mosconi, dio en la tecla cuando sostuvo que “se busca ahondar (las divisiones) como una forma estratégica de tener preponderancia sobre los otros”. Por cierto que esa forma de hacer política no es nueva en la Argentina: tiene una extendida raíz histórica y hegemonizó la última década.
Escenario electoral
La inminencia del proceso electoral determina que se agudicen estos rasgos de la política criolla. Los estrategas de la alianza gubernamental Cambiemos están a la búsqueda de consolidar el caudal electoral que obtuvo Macri en la primera vuelta presidencial de 2015 (34,15%), al que consideran un piso a nivel nacional, basado en los votantes del PRO, la UCR y la Coalición Cívica.
“Vamos a tener el voto de la primera vuelta a presidente. Podremos subir sólo si hay impacto de la obra pública y una mejora efectiva en la economía”, analizó un intendente oficialista del Gran Buenos Aires, justamente el territorio que más dudas encierra para el futuro de Cambiemos. Esa fidelidad del votante original del actual Gobierno se basa en una comparación con su antecesor.
Por ende, ratifica el juego de las diferencias que aplica el macrismo con el kirchnerismo desde que desembarcó en el poder. La columna vertebral de esa estrategia es la prédica anticorrupción. Por eso Carrió es una figura central de Cambiemos, mucho más que lo que desearían en el PRO. La jefa de la CC actúa como una suerte de voz de la conciencia que suele incomodar al espacio oficialista.
La última cruzada de “Lilita” aún no terminó y tiene en la mira nada menos que al presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti. “Se van a ampliar las denuncias”, deslizaron en su entorno, para fastidio de la Casa Rosada. No obstante, la dama no sacará los pies del plato en el terreno electoral y anunciará –posiblemente hoy mismo- que será candidata en la Capital Federal.
De esa forma, Carrió contribuirá con el alcalde porteño Larreta a intentar el bloqueo del ascenso de Martín Lousteau, que acaba de renunciar a la embajada en Washington para competir contra el PRO de la mano del radicalismo. Para convencerla, el presidente Macri y la gobernadora Vidal le habrían hecho alguna concesión respecto de la integración de las listas en la provincia de Buenos Aires.
El vacío judicial
El territorio bonaerense será una de las ocho provincias en las que se renovará la representación en el Senado nacional, donde el Gobierno espera que el PJ-FpV pierda el quórum propio para los dos años de mandato que le restarán a Macri tras el recambio legislativo de diciembre. Aunque por ahora, Cambiemos debe negociar cada proyecto con el influyente senador Miguel Pichetto.
El próximo martes, por caso, comenzará a debatirse en comisiones un proyecto –ya sancionado en la Cámara de Diputados- para limitar las salidas anticipadas de los presos, en medio de la conmoción que provocó el femicidio de Micaela García en la ciudad entrerriana de Gualeguay. Pichetto accedió a votarlo, pero a cambio pidió la creación de un Registro de Delitos Sexuales.
Estas discusiones, que se repiten cada vez que hay un caso resonante, ya forman parte del folclore político nacional. Ayer el ex juez de la Corte Raúl Zaffaroni criticó duramente al diputado Massa por haber conseguido frenar la reforma del Código Penal en 2014, una acción que según el jurista provocó un “hueco legal” que posibilitó la liberación del violador reincidente que mató a Micaela.
El cuestionamiento de Zaffaroni fue considerado como un punto a favor de Massa en el Frente Renovador, donde califican al ex juez supremo identificado con el kirchnerismo como un “abolicionista” de penas. En la misma intervención mediática, el propio Zaffaroni advirtió que “no va a tardar mucho en haber un muerto” por la forma en que el Gobierno encara la protesta social.
Así, replicó la opinión de Cristina Kirchner, quien instruyó a sus seguidores para que identifiquen al Gobierno como un “régimen autoritario”, que utiliza la “represión” para acallar demandas como la de los docentes. Ese encuadre político hace eje en el caso de Milagro Sala.
Escraches y crispación
Los manifestantes que ayer insultaron a Macri en Tandil portaban banderas con la imagen de Milagro Sala. La batalla declarada entre macristas y kirchneristas –que el Gobierno pretende trasladar al escenario electoral pese a numerosas advertencias- incluye el avance de una investigación a la procuradora Gils Carbó y un proyecto para limitar los fueros parlamentarios.
La intención del oficialismo sería desarmar el principal escudo de protección judicial que tiene la ex presidenta y preparar el terreno para una eventual detención de ex funcionarios, como Julio de Vido -que actualmente es diputado- y la propia Cristina Kirchner, que podría competir por una banca en el Senado nacional por la provincia de Buenos Aires o eventualmente por Santa Cruz, con lo que obtendría los tan valorados fueros que le brindarían cierta protección ante los procesos judiciales por las acusaciones sobre su protagonismo en actos de corrupción.
Aunque en la provincia patagónica el clima político no es favorable al kirchnerismo, a raíz de los problemas financieros que afronta la gobernadora Alicia Kirchner. En aquel árido y frío rincón del país ya hubo “escraches” a kirchneristas -incluido Carlos Zannini- que no la pasaron nada bien. La propia gobernadora también pasó momentos de mucha tensión. Esa modalidad cuestionable podría replicarse contra funcionarios macristas en otros puntos del país.
La convivencia democrática no atraviesa por su mejor momento. Si hace 30 años el radicalismo y el peronismo fueron capaces de unirse para conjurar la amenaza carapintada en la Semana Santa de 1987, cuando Raúl Alfonsín emergió por encima de las divisiones, ahora parece registrarse una involución en los niveles de tolerancia política, en lo que influye la “necesidad” del kirchnerismo de crear enemigos.
La crispación distorsiona, por otra parte, los verdaderos debates que tiene que encarar la sociedad argentina sobre su rumbo económico y social, que tiene a un tercio de los habitantes sumergidos en la pobreza, en un contexto internacional en el que vuelve a irrumpir el carácter beligerante de los Estados Unidos. Todos asuntos mucho más importantes que el resultado de una elección.
COMENTARIOS