Las lecciones de Lebensohn
El hombre que pudo cambiar la historia." Este es el subtítulo que lleva la biografía de Moisés Lebensohn, que acaba de publicar José Bielicki. No es un subtítulo arbitrario. Félix Luna le ha dedicado un sustancioso prólogo. Años antes, en su libro Encuentros a lo largo de mi vida , Luna habló de Lebensohn: "En el congreso de la juventud radical, en noviembre de 1951, y como postre, escuché uno de los más hermosos discursos que oí en mi vida: el de Moisés Lebensohn, para cerrar las deliberaciones". Escribió después: "Aunque se suponía que Frondizi disponía de una singular formación, lo cierto es que ésta era unilateral y armada sólo en función política. Lebensohn no había sido así. Podía comentar una gran novela clásica o contemporánea, o hablar de la obra de un gran pintor".
En efecto, fue uno de los políticos más cultos y universales que registra el catálogo argentino. Una persona de extraordinaria sensibilidad social, coraje ético y visión de largo plazo.
Lebensohn cumplió un papel sobresaliente en la década del 30, pues combatió el fraude. Fue un adalid de la democracia en los trágicos años de la Guerra Civil Española; luchó sin miedo contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella, y logró formar el bloque de Intransigencia y Renovación, con su histórico Programa de Avellaneda. Condujo a la oposición durante la reforma constitucional de 1949, y suscitó el asombro y la hostilidad de sus adversarios, pero a la vez una inocultable admiración.
Si no hubiera fallecido muy joven, en 1953, habría podido imprimir a la historia argentina otro curso. Era evidente por la energía y lucidez con las que empujaba su acción política, de la que no se olvidan quienes tuvieron el privilegio de conocerlo.
Su padre era un médico que desembarcó en Buenos Aires a fines del siglo XIX. Nacido en Ucrania, se perfeccionó en Suiza y Francia. Hablaba y escribía en nueve idiomas y se carteaba con la intelectualidad europea. Entabló amistad con Juan B. Justo, pero se afilió al radicalismo. Luego de vivir en distintas ciudades, se instaló en Junín, ciudad por entonces muy importante por el cruce de las vías del Ferrocarril del Pacífico y el Central Argentino. Su hijo Moisés había nacido en Bahía Blanca. Como Borges, su infancia transcurrió, en gran parte, disfrutando del paraíso que era la enorme biblioteca de su padre.
Moisés Lebensohn se zambulló de pleno en las cuestiones argentinas y mundiales al fundar en 1931, durante el régimen de Uriburu, el diario Democracia . Con artículos y editoriales incandescentes, comenzó a señalar el rumbo que debía orientar a la República mancillada por la profanación constitucional del golpe de Estado. Se había recibido de abogado y prestó ayuda legal a los trabajadores y disidentes perseguidos por el gobierno. Viajó por ciudades y pueblos hasta conseguir que, a pocos meses del golpe, en la provincia se le pudiera infligir al régimen una derrota política.
Por aquella época, la Legión Cívica, la de Mayo y otras bandas fascistas desfilaban uniformadas, con la complicidad del gobierno usurpador. Centenares de dirigentes radicales eran detenidos y muchos optaban por el exilio. La dictadura iba en serio.
El diario Democracia no se abstuvo de denunciar las persecuciones y el secuestro de libretas, ni de señalar, por ejemplo: "Hay un ambiente de temor y se ha clausurado un centro socialista". También investigó las torturas a los presos políticos.
Lebensohn luchaba contra tres frentes simultáneos: el avance fascista internacional, las violaciones institucionales en la Argentina y la confusión reinante en la Unión Cívica Radical. Fue severo con la decadencia de la vocación política: "Nuestros políticos ya no son los escultores del alma nacional y la estructura del país... Su habilidad consiste en ocultar su pensamiento, simular o disimular, flotar sobre las corrientes contradictorias como madero sobre el mar; permanecer en la superficie".
En 1935, se constituyó Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Pero Lebensohn no había sido invitado por el tufillo fascista y antisemita que había penetrado en esa organización por la influencia de revisionistas reaccionarios, como los hermanos Irazusta y Ernesto Palacio. Se había desencadenado un fuerte debate en el seno del radicalismo, que se intensificó gracias al triunfo de Sabattini en Córdoba. Lebensohn sacó conclusiones y aceleró la marcha hacia el cambio.
Sus compañeros o discípulos eran Gabriel del Mazo, Arturo Frondizi, Ricardo Balbín, Crisólogo Larralde, Damonte Taborda. Era el indiscutible docente de voz seductora y frases llenas de contenido. Un pilar que no se agrietaba por las tormentas. Lo admiraban y elogiaban Alfredo Palacios, Enrique Dickman, Alicia Moreau de Justo. Criticó "las leyes que posiblitan el fraude y permiten que candidatos desechados sean consagrados intendentes", como si no sólo describiese su tiempo, sino como si leyera el lamentable futuro argentino.
"Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad, y ese canto parece compatible con las cadenas y la opresión." No hesitaba en cuanto a la defensa de la democracia, la Constitución, el pluralismo y la tolerancia. Denunció con filípicas ardientes la hipocresía de los discursos que dicen lo contrario de lo que se hace (otra referencia a nuestro tiempo).
Antes de que apareciera Perón, escribió: "Hace poco leía a un ensayista inglés que decía que la lucha en el siglo pasado fue por el sufragio; en éste, por el pan. Es decir, por la justicia social". Su flexibilidad mental y el respeto al poder de las evidencias le permitieron expedirse en cada instante con la palabra justa. En nuestros días habría modificado muchas de las posiciones que eran correctas en los 50, pero que resultan un anacrónico lastre en la actualidad. Por eso es importante seguir su conducta basada en valores, pero atenta a las circunstancias de cada etapa histórica. No dudaba en estar siempre actualizado. Lo afirmaba respecto a su partido: "El problema central es, ante todo, el reajuste de la máquina partidaria, su adecuación a las circunstancias y exigencias presentes, a un nuevo espíritu y nuevos métodos de lucha".
Lebensohn denunció que el fascismo extrae su fuerza del hambre y la desesperación de los pueblos. "El hombre que ignora si al día siguiente llevará un trozo de pan a su hogar, qué será de él y los suyos si dura la desocupación y la enfermedad, el hombre que se siente aislado ante el duro existir de una sociedad sin piedad... ese hombre y ese joven entregan sus libertades a los regímenes totalitarios a cambio de la eliminación de esas incertidumbres."
De nuevo aparece el profeta que quita el velo a un principio fundamental del populismo: mantener la pobreza para sobornarla con subsidios y regalos, y seguir atornillado al poder comprando votos.
El 4 de abril de 1945 se constituyó en la ciudad de Avellaneda el Movimiento de Intransigencia y Renovación, inspirado por Moisés Lebensohn. Allí se selló un pacto para defender la moral, la justicia social, la libertad, la república, el federalismo, la libertad sindical, el voto femenino, la reforma educativa y una firme repulsa a toda forma de régimen corporativo.
Es curiosa y casi novelesca la amistad que este hombre excepcional mantuvo durante un tiempo con Eva Duarte, por haberse conocido en Junín. Democracia la ayudó con algunos comentarios favorables a su carrera artística. También se los vio charlando en la confitería Politeama, de la calle Corrientes. El la llamaba "Negrita" y ella, "Rusito".
Moisés le había inculcado la necesidad de luchar por los desposeídos. Nunca se agraviaron, pese a que luego fueron divididos por trincheras opuestas. Eva Duarte regresó por poco tiempo a Junín para casarse con Juan Domingo Perón.
Lebensohn jamás se dejó arrastrar por el odio que fue suscitando el acelerado autoritarismo de la primera etapa peronista. Pero consiguió que al Congreso de la Nación ingresara el famoso Grupo de los 44, que tenía una mayoría intransigente. Pese a su equilibrio, no tenía pelos en la lengua y describía con trazos irrefutables la realidad imperante: "Hay una destrucción del sindicalismo independiente, avasallamiento de las universidades, humillación del régimen parlamentario, monopolio de la radio y del cine; restricción de la libertad de prensa; manejo discrecional de los fondos públicos y de los inmensos recursos sustraídos a la producción; absorción burocrática del control económico y financiero; reelección indefinida del jerarca". Semejante pintura concluía con una frase terrible: "Ya están dadas las condiciones totalitarias".
¿No fue una descripción también destinada a nuestros días? ¿O son nuestros días un retroceso patético a la espantosa ciénaga del pasado? Como si no hubiese sido explícito, dejó una inolvidable ilustración al preguntarse qué había hecho el señor Mussolini al capturar el dominio de Italia. Había mantenido las instituciones, sí, sin suprimir el Parlamento. Pero había desjerarquizado el Parlamento. No suprimió a la oposición, no, pero la ignoró y humilló. Cambió las leyes electorales para tener una mayoría automática. No estableció una censura manifiesta, no, pero creó un sistema de coacción económica y moral hasta dominar toda la prensa. Los sindicatos fueron ganados uno por uno por la fuerza o el soborno. El partido oficial fue convertido en órgano del Estado.
Ante la inminencia de su fin, Lebensohn se abstuvo de exclamar "¡No quiero morir!". Manifestó: "No debo morir; hay tanto que hacer, tanto que luchar, luchar..." José Bielicki cierra su biografía reafirmando la misión de apóstol que caracterizó a ese político de raza, su visión humanística, su actitud humilde y generosa, su compromiso con los valores altos. El traslado de sus restos a Junín provocó una multitudinaria movilización espontánea. Centenares de coronas hicieron guardia de honor ante el paso del cortejo. El diario Democracia , al que el gobierno escamoteaba papel, consiguió aparecer, pero enlutado por un vacío irreparable. Vuelvo a Félix Luna: "Lo más importante de Lebensohn es la pasión que lo animó y la jerarquía que dio a la política como instrumento para mejorar la vida colectiva".
(*) Publicado en La Nación, el 27 de noviembre de 2009