La siembra de soja llegó a su fin con una implantación de casi 18 millones de hectáreas que aportarán según los especialistas alrededor de 53 millones de toneladas, volumen que sumado a 45 millones de toneladas de maíz, daría un ingreso para el Estado en materia de impuestos de alrededor de 10 mil millones de dólares.
En ese contexto, productores y autoridades gubernamentales saben que el clima es un factor determinante para los rindes, porque hasta ahora los excesos hídricos provocaron que el área de siembra prevista en principio para la oleaginosa disminuyera casi un 10%.
Sin embargo, hay otra cuestión de fondo, que se refleja en un indisimulable malestar en el campo debido a las políticas aplicadas por Cambiemos para el sector agropecuario, especialmente por el regreso de las retenciones, y a ello se suma el descontento por el precio del dólar que permanece planchado, situación que podría derivar en una retracción de las ventas de granos.
En el campo “las cartas están echadas”, como reza un viejo adagio popular, y ahora sólo resta esperar que el clima acompañe para alcanzar una cosecha gruesa que, entre soja y maíz, estará cercana a 100 millones de toneladas.
En ese sentido, con las semillas en la tierra, productores y Gobierno tienen un objetivo común que los une y, para eso, juntos ponen velas a todos los santos y ruegan que el factor climático permita un adecuado desarrollo de los cultivos para alcanzar altos rendimientos a la hora de la trilla.
Sin embargo, mientras el Gobierno espera que ese volumen de granos se traduzca en casi diez mil millones de dólares en recaudación de impuestos, indispensables para afrontar las obligaciones y no caer en default, los chacareros defienden su negocio, pero además tienen atravesadas dos cuestiones: por un lado, el malestar provocado por el regreso de las retenciones y, por el otro, el dólar planchado que los llevaría a no vender la producción y a retener la cosecha, a la espera de la devaluación que consideran inevitable.
A la espera de los “verdes”
La siembra de la soja de la actual campaña culminó y cubrió una superficie estimada en 17,7 millones de hectáreas en el país, implantación que daría como resultado una cosecha de 53 millones de toneladas, de acuerdo con los datos brindados por el Panorama Agrícola Semanal de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
La superficie sembrada con soja cayó en 200 mil hectáreas desde la estimación al inicio de la campaña el 26 de septiembre de 2018, cuando se pensaba que serían 17,9 millones de hectáreas.En tanto, la respuesta a esta merma la dio la Guía Estratégica para el Agro de la Bolsa de Comercio de Rosario que advirtió que se perdieron 270 mil hectáreas de soja en la región núcleo por los excesos hídricos.
Se trata de pérdidas en enero de 70 mil hectáreas en el este de Córdoba, 115 mil en el centro sur de Santa Fe y 85 mil en el norte bonaerense. Estas se suman a las 185 mil hectáreas que quedaron sin sembrarse con soja y así en un mes, la región núcleo perdió un 9% del área productiva de la oleaginosa.
Ocurre que hay zonas en las que llovió casi tres veces el promedio mensual en enero como en los partidos bonaerenses de Pergamino y Rojas, con 362,8 milímetros y 321,8 milímetros, respectivamente, y 350,8 milímetros en la cordobesa Bell Ville. El promedio para la región núcleo fue de 220,5 milímetros, doblando los 110 que suelen llover en el mes normalmente; es el tercer mes consecutivo de lluvias excesivas en la región.
Si bien la actual estimación de área refleja una caída de 200 mil hectáreas, la favorable condición del cultivo sobre gran parte de la región agrícola nacional eleva el rinde potencial por encima de los promedios históricos. Por este motivo, los especialistas de la Bolsa de Cereales mantienen la proyección de producción en 53 millones de toneladas de soja, contra los 36 millones de la campaña anterior, afectada por la sequía.
La lluvia y el mal humor
Los especialistas agropecuarios coinciden en señalar que los cultivos de soja, maíz y girasol aportarían un récord superior a 100 millones de toneladas durante el ciclo actual, cifra que traducida a la recaudación impositiva que espera el Gobierno en un año electoral, rondaría los diez mil millones de dólares.
A esta altura nadie desconoce que el Gobierno pone buena parte de sus esperanzas de ingresos fiscales en la próxima cosecha de soja y maíz. Esto porque el esquema de déficit cero acordado con el Fondo Monetario Internacional requiere de una buena recaudación de impuestos por exportaciones.
En los últimos días esas necesidades se vieron alteradas por dos cuestiones que encendieron todas las alarmas: el fenómeno de las lluvias que amenaza con afectar la producción de las zonas más ricas del país, y por el otro, la menor entrega de granos de los productores a las industrias procesadoras y a las agroexportadoras, que cayó para el mismo período un 57% respecto de la campaña anterior.
El hecho coincidió con una época de malestar de los productores con la política económica de Cambiemos que se empezó a manifestar desde el regreso de las retenciones a las exportaciones que la administración dispuso no sólo para las agropecuarias sino también para las industriales, que afectan también a las aceiteras y harineras.
En los últimos meses de 2018 y en los primeros días de este año las declaraciones críticas de referentes ruralistas abundaron y, en ese contexto, la asociación de la caída de las ventas con una posible decisión de los empresarios rurales para forzar medidas sectoriales estuvo a la orden del día.
Los analistas aseguran que el Estado se quedará con unos 9.800 millones de dólares por impuestos a las exportaciones de soja y maíz, muy por encima de la recaudación del ciclo anterior, pero también puntualizan que los productores no van a vender hasta que el dólar suba junto con el precio internacional.
Agua, precios y dólar
El economista de la Federación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA), David Miazzo, cambió el foco de la discusión cuando señaló que "hoy la preocupación de los productores son las inundaciones" que ponen en duda el resultado de la campaña.
El analista reconoció que el tema "en parte es una cuestión de mercado, pero está pegando la incertidumbre. El dólar y el precio también influyen porque a mayor precio y a mayor tipo de cambio más rápido se vende, pero la actitud del promedio de los productores es ir vendiendo a medida que van necesitando efectivo. En 2018, el dólar aumentó, pero no salieron a liquidar", comparó. En cambio, el problema de las inundaciones creció y trasladó su amenaza desde las provincias del Litoral a los campos de la zona núcleo.
En tanto, sobre la influencia de las retenciones, el valor del dólar y el de los granos en la decisión de venta de los productores, opinó que en realidad "el productor está prefiriendo hacer caja con el trigo que tiene mejor precio actual y con perspectivas bajistas en el corto plazo", por lo que retiene soja "que tiene perspectivas más alcistas".
Un portavoz de la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (Ciara) destacó que luego de que se igualaran las retenciones entre la producción de soja y la industrialización, junto con la aplicación del derecho de cuatro pesos por dólar exportado, la agroindustria "perdió capacidad de compra". La consecuencia, agregó, es que "el productor de soja pierde alrededor de 10 dólares por tonelada en el precio que obtiene por su producto".
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