Cerca de 70% de las plantas con flores cultivadas en el planeta depende de los polinizadores para ser fecundadas y producir frutos. Para alimentar una población creciente, el mejor escenario es un incremento productivo con una intensificación agrícola sustentable, que fomente el establecimiento y mantenimiento de la biodiversidad de insectos beneficiosos.
Aunque siempre las asociemos con la miel, las abejas potencian la producción de una gran cantidad de alimentos como peras, cítricos, almendras, hortalizas y girasoles, entre otros.
De hecho, diferentes investigaciones realizadas en el mundo, y ensayos llevados adelante por especialistas del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en la Argentina, reafirman las estadísticas globales que indican que sin los agentes polinizadores, siendo la abeja melífera la más utilizada, caería, y mucho, la producción de alimentos a escala mundial.
Desde el Programa Apícola del INTA (PROAPI), se aporta información para la aplicación de técnicas para aumentar la disponibilidad de colmenas de abejas melíferas, como así también vitalidad de estas.
También se trabaja para aumentar la presencia, y establecimiento de las abejas silvestres, a través de su cría racional. En el caso de las abejas solitarias, se aportan datos para valorar la importancia del mantenimiento, e incremento, de sus sitios o sustratos de anidación.
En el mundo, se conocen alrededor de 20.000 especies, mientras que en la Argentina se han identificado unas 1.100 especies de abejas silvestres, reunidas en cinco familias: Colletidae, Andrenidae, Halictidae, Megachilidae y Apidae. En nuestro país, la apifauna se caracteriza por una alta diversidad, en especial en las regiones áridas y semiáridas y la Argentina es reconocida como uno de los siete centros del mundo con mayor diversidad de abejas.
Cada vez que una abeja visita una planta silvestre o cultivada –dependiente de la polinización entomófila–, interactúan y esto redunda en beneficio mutuo: el insecto consigue su alimento –polen y néctar– y la planta, la posibilidad concreta de multiplicarse, algo que no podría hacer por sus propios mecanismos naturales o le resultaría difícil.
Por ejemplo, los almendros dependen para esto en más de un 90% de los insectos –siendo la abeja melífera el principal polinizador para este cultivo– mientras que en cítricos varía entre 10 y 30%.
Podemos afirmar que siempre que haya polinizadores, el proceso es mucho más efectivo y se traduce en un impacto positivo en la producción de mayor cantidad de frutos y de mejor calidad individual.
También se estudió que, en el cultivo de arándanos, en Tucumán, aumentaron los rindes hasta un 40 % cuando estuvieron presentes dos polinizadores manejados (abejas melíferas y abejorros nativos).
Por otra parte, en semilleros de girasol, se utiliza la polinización con abejas para promover el cruzamiento entre líneas para obtener los híbridos y se vio que este efecto se potencia con la existencia de polinizadores nativos en forma simultánea.
Queda demostrado, con este último ejemplo, la importancia de conservar refugios de vegetación natural y hábitats adecuados, utilizando prácticas agrícolas sustentables, para favorecer la vida de los insectos, ya que, cuando estos espacios se reducen o se pierden, se limita la actividad y salud de los polinizadores.
(*) Investigador EEA Famaillá y Programa Apícola del INTA (PROAPI).
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