El trigo, sin duda, puede ser la gran revancha para los productores (y también para el Gobierno), después de varias campañas irregulares por inundaciones y por sequía, como esta última. Todo eso impidió que el cereal, uno de los más tradicionales que tuvo la Argentina desde sus orígenes, se recuperara más rápidamente de una caída inédita, que lo llevó al área más baja en 108 años.
Esto ocurrió en la campaña 2012-2013 cuando apenas se lograron 3,15 millones de hectáreas, a causa de políticas erróneas (retenciones, precios de referencia, Roes verde, etc.). El resultado fue una magra cosecha, con muchos problemas de calidad que determinaron que ya para septiembre del ´13 la oferta local se terminara.
El trigo llegó a valer, internamente, más que la soja, y se sospecha que en ese momento se trajo harina de contrabando para calmar la demanda local a dos meses de las elecciones legislativas nacionales.
A partir del ciclo 2016-2017, con el recorte de las retenciones a 0%, el grano fue recuperando rápidamente su superficie de cultivo aunque, como se dijo, los avatares climáticos impidieron un despegue mayor.
Ahora, tras la pérdida de más de 35% de la última cosecha global por la seca, la conjunción de buenos precios internacionales, sumados a la recuperación del dólar que le da más competitividad a la Argentina, determinan que el estratégico cereal de invierno haya acrecentado nuevamente sus expectativas, que lo podrían llevar a superar los 6 millones de hectáreas, lo que puede permitir perfectamente alcanzar un récord de alrededor de 20 millones de toneladas.
Esto es clave, para los productores, ya que el trigo es lo primero que tienen para vender al comenzar el año, y eso les permite manejar con mucho más calma los granos gruesos, como maíz y soja que se recolectan después.
Las colocaciones no son difíciles. De hecho, sólo Brasil requiere más de 8 millones de toneladas de grano, mientras que la molinería local tiene previsiones de llegar a 2 millones de toneladas de ventas al exterior.
Sin embargo, en este caso, es mucho más importante, aunque por la misma razón, para el Gobierno que tendría con esas abultadas exportaciones de más de 12 millones de toneladas, los primeros ingresos "genuinos" de un año que será muy complejo, entre otras cosas, por las elecciones presidenciales de octubre.
Las colocaciones no son difíciles. De hecho, sólo Brasil requiere más de 8 millones de toneladas de grano, mientras que la molinería local tiene previsiones de llegar a 2 millones de toneladas de ventas al exterior.
De todos modos, el objetivo no es tan fácil de lograr. En primer lugar, el clima sigue inestable lo que impidió, hasta ahora, finalizar con la recolección del ciclo pasado, tanto de maíz como de soja, y el trigo como cultivo de invierno ocupa muchos de estos potreros en el caso del doble cultivo trigo-soja.
También hay otras rotaciones, pero los altos niveles de humedad también impiden, por el momento, el laboreo de preparación. Pasado este escollo queda otro para nada menor. Es que los productores están "desplatados" y la actual conmoción financiera no contribuye, justamente, a dar tranquilidad para planear estratégicamente a mediano plazo.
Tampoco se sabe demasiado bien en qué nivel quedarán las tasas, saldrán los créditos o estarán los planes canje para acceder a los insumos, considerando que no todos los productores están en condiciones de obtener créditos bancarios, por la situación de sus carpetas, excepto que se "flexibilicen" sensiblemente las condiciones.
Hay que considerar además que, según Márgenes Agropecuarios, con el dólar anterior a la última escalada (de $ 21,50 por dólar), el costo directo de implantación en la zona típica del sudeste bonaerense, alcanzaba los U$S 360 por hectárea, lo que arrojaría un requerimiento de más de U$S 2.100 millones para cubrir la superficie triguera estimada en la intención inicial de siembra y, sin duda, tal cifra dista de estar hoy al alcance de la mayoría de los agricultores.
De ahí que el "pleno", aunque salga, puede llegar a resultar muy magro.
(*) Periodista especializada.
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