El domingo 9 de febrero, Julio González nadó cuatro horas para atravesar los 5000 metros en la edición 2020 del Cruce Grande que se realizó en nuestra Laguna de Gómez. Su discapacidad no le impidió en absoluto cumplir con el objetivo. Se preparó, se esforzó y llegó.
Días después de la hazaña, aún sintiendo los dolores de aquella batalla, Julio aceptó contar su historia a Democracia. Recordó el accidente doméstico que cambió su vida, habló del esfuerzo, de la entrega, de vencer obstáculos y de haber encontrado en la natación una manera de enfrentar el futuro.
- ¿Cómo arranca su relación con la natación?
- En principio por el profe Diego Cuadrado, lo conozco hace muchos años. Él trabajaba en el Sindicato de Empleados de Comercio, en el predio, daba clases de natación y además era el profe de la pileta. Yo iba a pasar la temporada de verano y siempre conversábamos. En aquel entonces, nadar no estaba en mi cabeza, ni en mis planes.
- Hasta que un día...
- Hasta que un día me propuse aprender los cuatro estilos. Siempre había tenido esa inquietud. Quería, al menos, tener una idea de los cuatro estilos. En un momento Diego (Cuadrado) dio clases con Ariel Colman, eran clases para adultos. Y así fue que arranqué. Me sumé y ese podría decirse que fue el principio. Esto fue en el año 98, 99, por ahí. Mucho antes de que tuviera el accidente. Arrancó como inquietud, quería aprender.
- ¿Y después del accidente?
-En uno de los posoperatorios que tuve, Diego me dio la sugerencia de probar con la natación. Y ahí fue todo distinto. Arrancamos otra etapa. Era todo nuevo. Me acuerdo que los primeros días usaba unos infladores en los brazos. Era como una prueba, después mejoré y me fui acostumbrando.
- ¿En qué lo ayudó?
- Desde la parte física me ayudó un montón y, principalmente, me generaba algo distinto el hecho de dejar la silla. La natación para mí es la libertad absoluta. Me han invitado a practicar un montón de disciplinas, tenis, básquet, aprovecho la oportunidad para agradecer. Pero bueno, no me llamó la atención hasta que probé nuevamente con la natación. Al principio me costó mucho porque fue como empezar de cero. Pero arranqué, pude superar los miedos y la verdad es que me terminó gustando muchísimo.
- ¿Cómo fue el accidente?
- Estaba en mi casa, podando una planta y sufrí una caída que me produjo la rotura de una vértebra y el aplastamiento de la médula. Eso me imposibilitó movilizar las piernas. Tuve ocho intervenciones quirúrgicas. Al principio creía que la lesión no era tan grave, después uno va cayendo de la realidad. Mi familia sufrió mucho. Pero de a poco salimos adelante. Además de mi familia tengo la suerte de tener un grupo de amigos que siempre están.
- De aquella situación determinante en tu vida, llegas a un presente donde hace poco nadaste cinco kilómetros durante unas cuatro horas.
- La verdad es que nunca estuvo previsto hacer todo esto. Tuve una primera aventura de ir a nadar al Rio Paraná, a una maratón acuática de unos siete kilómetros y medio. Eso fue hace unos años atrás, la pasamos muy bien. Y lo del Cruce Grande en Junín era algo que estaba pendiente. Lo venía analizando. Hasta que en un entrenamiento, Diego (Cuadrado) me pregunta cómo estaba, le dije que bien y me preguntó si quería hacer el Cruce Grande. Me entraron las dudas pero a medida que fuimos avanzando en los entrenamientos me empecé a sentir cada vez más seguro.
- ¿Cuál era su principal miedo?
- Tenía que estar cuatro horas en el agua, nadando. Y la verdad que fue durísimo. El día estaba complicado, estaba gris, había viento, hacía frío, pero bueno, ya estaba ahí. Cuando llegué al punto de partida, más precisamente cuando me bajé de la camioneta para subir al kayak, me pregunté: Qué hago acá. (risas). Pero bueno, arranqué. Y ahí los miedos pasaban por ver cómo funcionarían mis hombros, de que no se me sobrecarguen, después está el tema de la hipotermia, porque hacía frío. En fin, miedos había, pero arranqué y lo pude terminar. Me acompañó en todo momento José Castellazzi, un hermano de la vida. Martín Laius también me acompañó, me ayudó en la hidratación. No estuve solo, porque nada se puede hacer solo.
- ¿Qué recuerda de la llegada?
- Un momento único. Se había hecho muy largo. Durante el recorrido había tenido momentos emocionales muy duros, físicos también, lógicamente. Tuve principios de calambres, al final se me cargaron los hombros y ahí es donde uno tiene miedo a las lesiones. Pero a medida que me iba acercando la adrenalina era mayor. Se me pasaba todo. Y al llegar, ver a tanta gente querida, los abrazos, algunos aplaudían, fue un momento único. Una experiencia enorme.
- ¿Qué elementos considera claves en su historia de superación?
- El esfuerzo, tratar de estar tranquilo, de controlar la cabeza y principalmente convencerse de que si uno quiere puede. Si vos querés, podés. Ese es mi mensaje. En mi caso me tocó conocer a gente maravillosa, de estar en grupos de mucho compañerismo, como son Los Predadores, Los Minipredadores, gente sensacional que siempre te están apoyando. Con gente así la cosa es más fácil. Y ni hablar de la cabeza que es Diego Cuadrado. También en estos grupos han sido muy importantes los aportes de Nicolás Bogado y de Gerardo Pereyra. Y que me disculpen porque seguro me olvido de alguien más. La verdad es que todos son maravillosos conmigo.
- ¿Qué representa la natación hoy?
- Calidad de vida. En eso hago hincapié. Después, si aparece algún desafío lo iremos viendo. Haber hecho el Cruce Grande, sinceramente, fue una locura, no estaba en mis planes. Pero bueno, le podríamos echar la culpa de todo esto al “profe” Diego Cuadrado (risas). La sensación de nadar es única. Se trabajan todos los músculos y al mismo tiempo. Y el cansancio que se genera después se transforma en bienestar. Es maravilloso. Y para mí ha sido un antes y un después.
De esta manera, la historia de Julio González se escribe en base a esfuerzo y superación. Es cierto que sufrió y mucho. Pero en la adversidad se hizo fuerte para atravesar obstáculos. Hoy está mejor. Encontró en la natación un momento de libertad para disfrutar la vida.
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