Fue imposible no conmoverse. Los jugadores salieron al campo con camisetas de Ana Frank. Se juntaron en el círculo central y, con las luces del estadio apagadas, escucharon junto al público fragmentos del Diario de Ana Frank, testimonio universal del horror nazi. “Veo como el mundo se va trasformando lentamente en un desierto…”, leía el locutor.
El acto, emotivo, se llevó a cabo de modo simultáneo en los partidos del miércoles pasado de la fecha en Italia. El día anterior, el presidente de Lazio, Claudio Lotito, había realizado una ofrenda floral en una sinagoga de Roma. Buenos gestos. Pero pocos hablaron del Lado B. Que Lotito, creyendo que no era escuchado, dijo, supuestamente, que lo de las flores era una “puesta en escena”. Que las flores que dejó en la sinagoga fueron arrojadas entonces al río Tévere. Y que los hinchas de numerosos equipos se burlaron mientras por los altavoces se escuchaba El Diario de Ana Frank. Los más apuntados, los de Lazio, se la pasaron cantando “Me ne frego”.
“Me ne frego” puede ser traducido como “me importa un comino”. Hecho canción, remite al fascismo. Pudo haber nacido cuando los soldados, en la Primera Guerra Mundial, escribían sobre sus vendas “me ne frego”. Estoy herido, pero “me ne frego”, sigo luchando. Lo adoptaron luego soldados y camisas negras de la Italia fascista. Un centenar de fanáticos de Lazio cantaron el miércoles “Me ne frego” Ana Frank. Es decir, seguiré siendo antisemita. Seguiré siendo racista. Hinchas de Roma, clásico rival de Lazio, cantaron a su vez en favor de su equipo mientras se leía El Diario de Ana Frank. Todo había comenzado justamente por una ofensa contra ellos. El domingo previo, hinchas de Lazio habían dejado en el Estadio Olímpico de Roma stickers de Ana Frank con la camiseta de Roma. Querían insultarlos. Decirles que son judíos. Por eso la reacción de Lotito al día siguiente de ir a una sinagoga con su ofrenda floral a modo de disculpa. Lástima que el propio dirigente lo arruinó luego.
Lotito lo desmiente, pero testigos cuentan que sus gritos se escuchaban hasta la fila 24 del avión que iba el lunes pasado de Milán a Roma, apenas antes de ir a la sinagoga. “Estos no valen nada”, decía Lotito, según el audio filtrado al diario romano Il Messaggero. Se refería, supuestamente, a la comunidad judía en Roma. “Hagamos esta puesta en escena”, dice luego. Hablaba de su visita a la sinagoga. Fue acompañado de dos jugadores negros de Lazio, Felipe Anderson y Wallace. Demostración, habrá querido decir, de que en Lazio, un club célebre por sus fanáticos de ultraderecha, se acepta la diversidad. “Los Irreductibles”, como se apodan los “ultrás” más conocidos de Lazio, suelen vivar a los jugadores negros siempre y cuando sean propios y jueguen bien. Si son rivales, cada vez que uno de ellos recibe la pelota, comienzan los “buuu” de repudio. No quieren negros ni judíos. Dan pena.
El presidente de la Federación Italiana de Fútbol (FIGC), Carlo Tavecchio, expresó feliz que hasta la Casa de Ana Frank en Ámsterdam lo felicitó por la iniciativa de haber leído en las canchas El Diario de Ana Frank. Es el mismo presidente que, a poco de asumir, en 2014, se quejó porque el calcio tenía demasiados extranjeros. “Llega uno que antes comía plátanos y ahora es titular en Lazio”, fue su frase. Quiso decir que los clubes fichaban a jugadores sin currículum. Por ejemplo, a negros que hasta unos días antes de llegar comían bananas en la selva. Intentó aclarar, pidió disculpas y, aún así, la UEFA lo suspendió por seis meses.
Hitler, claro, es pasado, pero el antisemitismo, sabemos, tiene raíces profundas. Sin embargo, la peor discriminación en Europa la sufren hoy los negros. Hasta han sido incendiados refugios de inmigrantes en los últimos tiempos. Allí están los partidos de extrema derecha sacando cada vez más votos en países europeos. Allí está Donald Trump en Estados Unidos. “Estamos retrocediendo ochenta años”, se lamentó Ruth Dureghello, presidenta de la comunidad judía romana.
En la Juventus de Gonzalo Higuaín y Paulo Dybala fue titular aquel miércoles una de las máximas promesas que tiene el calcio, Federico Bernardeschi, comprado a Fiorentina por 40 millones de euros. Junto con la selección Sub 21 de Italia visitó tiempo atrás el campo de exterminio de Auschwitz, por donde pasó justamente Ana Frank. “Me tiembla la voz cada vez que debo hablar del tema. Allí viví las emociones más intensas de mi vida. Hay que darle una enseñanza correcta a los niños”, dijo Bernardeschi. Antes del partido, también en ese estadio los jugadores se juntaron en el círculo central para escuchar el texto de Ana Frank. La parte que habla del “sufrimiento de millones”. Y de la esperanza de que “esta crueldad también terminará, que la paz y la tranquilidad volverán una vez más”. Fanáticos de Juventus se ubicaron de espalda. Cantaban el himno italiano. Este último fin de semana se jugó una nueva fecha de la Bundesliga. Fanáticos alemanes publicaron adhesivos de Ana Frank con la camiseta de Schalke 04. La ignorancia es universal.
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