La suspensión de todos los campeonatos organizados bajo la órbita de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) significa un gesto de sensatez y empatía con el resto de los ciudadanos. Y ante la actual situación sanitaria no debía brillar por su ausencia.
Lamentablemente, la idiosincrasia de nuestra sociedad profundiza cada vez más las diferencias de posibilidades reales entre los integrantes que la componen. Hace rato que varias reglas han dejado de ser parejas. La gente común está cansada de acatar y aceptar normativas que otros, hasta en algunos casos, se ufanan de no cumplir.
Si, como expresó el Presidente de la Nación en su discurso del último jueves por la noche, el país atraviesa el peor momento de la pandemia, es el momento indicado para volver a generar plena conciencia en la población.
Después de catorce meses conviviendo con el miedo, la incertidumbre y el estrés que generó la irrupción en el mundo del coronavirus, todos, en mayor o menor medida, hemos cedido en la extrema rigidez de algunos controles y precauciones. Por esa razón, y teniendo en cuenta que los argentinos somos especialistas en encontrar la hendija por donde se filtran las excepciones, el fútbol también tenía que parar.
En un lapso donde se interrumpirá hasta la educación en modo virtual, la pelota no podía seguir girando. Cuando muchos pensaban que el ambiente de nuestro deporte número uno lograría, como ha hecho en tantas ocasiones, gambetear las restricciones que ya entraron en vigencia, la decisión de incluir en las mismas a una de las mayores pasiones de nuestra identidad, no puede menos que aceptarse sin protestas.
El fútbol, por la enorme importancia que tiene en el humor social de este país, ya goza de unos cuantos privilegios añejos como para no haberlo comprometido en este nuevo esfuerzo colectivo. En este panorama tan preocupante decidieron que el fútbol no debía ser considerado esencial. Hicieron lo correcto.
Pensando en la vuelta
El día que resuelvan retomar las competencias debieran reformular, sin hipocresía, los llamados ingresos a los estadios por lista de protocolo. La idea madre (acotar al mínimo la cantidad de componentes de cada delegación) jamás se respetó y terminó desvirtuada por completo. Se vieron imágenes irritantes.
Sólo sirvió para camuflar a hinchas VIP que, lejos de procurar pasar inadvertidos, hacían todo lo posible para hacerse notar alentando a su equipo en representación de todos los que no podían acceder a ese beneficio. Que no se repita.
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