Todavía siguen festejando los hinchas en Leeds. “Social distancing”, como le dicen los ingleses a las normas de distanciamiento por la pandemia, no hay. Saltan. Se abrazan. Cantan. Componen canciones. Hacen estatuas. Lloran. Viralizan imágenes. Todo, exageraciones incluidas, explica, a los que todavía no lo saben, qué significa el fútbol. Que la pelota es algo más que once contra once. Algo más que lo que vemos que sucede dentro de la cancha. Con mucho de inexplicable también. Pero es eso. Y, si bien el caso de Leeds tiene el componente de club histórico que llevaba dieciséis años en la B, de todo lo que contagia Marcelo Bielsa, de la pasión inglesa y de los tiempos modernos que viralizan todo, lo cierto es que el ascenso de un equipo o el título de otro suelen provocar euforia, manifestación masiva y el abandono casi inevitable a cualquier disposición oficial que pida cautela.
Esa es una de las principales razones por las que las autoridades de distintos países, no solo en Argentina, suelen ser tan cuidadosas cuando se reclama la vuelta del fútbol. Aunque reclame la corporación que defiende su negocio, los hinchas por pura pasión o la tele por puro lucro. La Conmebol presionó en los últimos días fijando fechas de retorno de copas continentales. Y cada Federación nacional comenzó a fijar entonces su propia fecha para la vuelta. El contraste más notable sucedió el viernes pasado en Paraguay, allí donde el expresidente Mauricio Macri había viajado unos días antes invocando primero su rol como presidente de la Fundación FIFA para aclarar luego él mismo que la urgencia para hablar con el exmandatario paraguayo Horacio Cartes fue para debatir estos tiempos de pandemia, algo que luego las fuentes redujeron a “negocios personales”.
Hoy, con controles previos y cifras menos aterradoras, la política de que todo debe comenzar a volver a la “normalidad” está más extendida. Por la economía, por el cansancio o por lo que fuera.
Citamos a Paraguay porque el país casi con menor muerte y contagio de la región tenía todo listo el viernes pasado para la vuelta del fútbol. Pero, sabemos, estallaron 55 casos positivos en tres equipos y cuerpo arbitral. Los equipos sin casos pidieron que la fecha se jugara igual, pero la maniobra fue frenada por el ministerio de Salud de Paraguay. Los exámenes fueron realizados al día siguiente por otro organismo y los positivos bajaron a 35, más 20 resultados “indeterminados”. Es posible que, aun así, el campeonato comience este miércoles. Todo esto sucede, justamente, en el país de la Conmebol. Pero las desprolijidades, basta con consultar con colegas de cada país, se repiten en casi todas las naciones vecinas que ya tienen fecha decidida de vuelta del fútbol. Y, en muchas de ellas, con muertes y contagios ampliamente superiores a las cifras que hoy nos asustan en Argentina, donde la vuelta formal, más allá de los protocolos presentados, sigue todavía incierta.
¿Pero acaso no tenemos aquí al lado a Brasil que no solo sigue jugando sino que hasta consagró este último miércoles a Flamengo campeón del torneo carioca? Ya hemos contado que Brasil es una historia difícil de equiparar con cualquier otra. Brasil, con su presidente Jair Bolsonaro también contagiado, fue de los primeros que decidió que el país no debía paralizarse. Se está acercando a los ochenta mil muertos por coronavirus. Ochenta mil, sí. Y más de dos millones de casos. Hoy, con controles previos y cifras menos aterradoras, la política de que todo debe comenzar a volver a la “normalidad” está más extendida. Por la economía, por el cansancio o por lo que fuera. Y sucede pese a que estamos en pleno récord mundial de contagios. La situación incluye a la propia Inglaterra donde los hinchas de Leeds siguen celebrando ascenso y título. El Reino Unido es el país europeo más afectado. Más de 93.000 casos confirmados. Más de 45.000 muertes. Esta última cifra, eso sí, comenzó a quedar en deuda a partir de ayer. El gobierno británico decidió que, debido a supuestas confusiones, dejará de informar por el momento la cantidad diaria de muertes por coronavirus.
Seguramente así resultará más fácil que todo siga como si nada estuviese sucediendo. Volver a la “normalidad”.
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