Ayer se cumplieron 27 años de la ausencia física de Omar Atondo, pero no de su presencia permanente en los más lindos recuerdos de aquellos que tuvimos la felicidad de compartir su amistad y de conmovernos con su calidad futbolística.
Existen ocasiones en las que uno se pregunta por qué la vida se pone caprichosa, y en un acto poco entendible para nosotros que estamos pendientes de sus avatares, decide ensañarse con los que menos se lo merecen. Omar Orlando Atondo no solo fue un jugador de fútbol maravilloso, uno de los más talentosos que nacieron en Junín, sino que además sintetizó un ser humano excepcional como pocos, a quien todos recuerdan por su inmensa bondad. Estas son las cosas que al fin y al cabo perdurarán para siempre en el corazón y la memoria de todos aquellos que lo conocieron.
Aún hoy, a muchos de los amigos que supo cosechar les sigue pareciendo que la ausencia de "El Patón" es otra de sus tantas e inacabables bromas. Pero lo cierto es que el domingo 25 de abril de 1993, hace veintisiete años, Omar se cansó de luchar contra esa maldita enfermedad que durante tanto tiempo lo tuvo a maltraer, y con apenas 39 años, nos dejó a todos desconcertados y sin entender bien por qué a él.
A tantos años de su partida, sigue presente en el recuerdo de todos aquellos que lo conocieron. Y los que no tuvieron la dicha de tratarlo mano a mano, jamás olvidarán el enorme placer que provocaba verlo en acción en una cancha de fútbol.
Es que jugaba como los dioses, más bien dicho: mejor que los dioses, porque los dioses juegan por elevación y no saben llevar la pelota al piso. Fue un virtuoso que ponía el balón contra el suelo, de esos que no aparecen todos los días, y que si alguna vez tiraba un pelotazo, era para darle un pase milimétrico a algún compañero.
La versión pública de Omar Atondo es la de un jugador de fútbol genial, que aparentaba torpeza por su físico enorme y pesado, pero cuando la pelota llegaba a sus pies su imagen cambiaba de inmediato. Si bien era diestro, manejaba los dos perfiles a la perfección, y llegaba mucho al gol. Podía trabajar como armador o bien de punta, aunque fue en el primer puesto donde más sobresalió. Era dueño de un remate maravilloso con cualquiera de las piernas, que le permitía poner la pelota donde él quería.
Cuando la trasladaba, era muy difícil sacársela, ya que a su contextura física le agregaba una gran habilidad y potencia. Con él dentro de la cancha, todo era posible. Inventaba alguna genialidad en el momento menos esperado, con la cual podía definir un partido. A todas estas condiciones, se le sumaba una fundamental: era muy inteligente. Su panorama notable y su capacidad para manejar los ritmos del juego lo hacían aún más importante para sus equipos. Jugaba más con la cabeza que con los pies.
Pero también existió el Omar Atondo como persona. Y en este rubro supera notablemente al del jugador. Era muy amigo de sus amigos, generoso, humilde, sencillo, capaz de entregarle al prójimo más de lo que poseía. Jamás le dio una importancia trascendental al dinero. Practicaba el culto a la amistad. Como dijo su hermana Nelly Atondo, “Omar era diez corazones juntos”. Un tipo frontal, honesto, que nunca callaba su verdad, y que siempre hizo las cosas que su conciencia y corazón le dictaban.
Nació en “El Picaflor”, el barrio de toda su vida, el 10 de marzo de 1954. De la mano de "Chiche" Fattori llegó a las inferiores de River Plate, y cursó el secundario en el Industrial, donde fue compañero de otro grande, Mario Rizzi. En sus años de adolescente, era un clásico la disputa de torneos reducidos que se realizaban a pocas cuadras de su casa, en el Club Alumni. Allí formó parte de un equipo que integraba junto a otros dos talentosos que brillaron a nivel nacional: el mismo Rizzi y Oscar Ortíz.
Cuentan los que los vieron en acción, que el fútbol desplegado por los tres fue lo más parecido que existió a la perfección.
En el año 1970, obtuvo el campeonato de reserva de la Liga Deportiva del Oeste con River, jugando con Alfredo Caicedo, Néstor García, Osvaldo Comisso, Héctor Fernández y Néstor Spadari. Uno de los grandes amigos del barrio y el fútbol que tuvo fue Adolfo Américo, "El Bachi", quien con mucha emoción lo recuerda como “un bohemio al que le daba lo mismo vestir con traje o alpargata, viajar en sulky o en avión. Nunca le hizo mal a nadie, era un tipo que se hacía querer por todo el mundo. Dentro de la cancha, sabías que con él la pelota iba a tu encuentro, te buscaba, daba pases magistrales. Además, cuando encaraba de frente al área, armaba un desastre con su habilidad y potencia”.
En 1973, con 19 años, llegó a Sarmiento. Los primeros tiempos fueron de adaptación, y las cosas le costaron bastante. Su arribo al club coincidió con la de un ignoto pibe de Chacabuco, que había sido rechazado en varios clubes grandes, y llegó a Junín a probar suerte: Daniel Alberto Passarella. Al año siguiente fue a préstamo a Gimnasia y Esgrima de Jujuy, donde tuvo como compañero a otro juninense: Oscar Ochoaizpuro. Ese equipo terminó ganando el Regional y obtuvo el derecho a participar en el Torneo Nacional al año siguiente. Pero Omar retornó a Sarmiento.
Una vez instalado nuevamente en Junín, tuvo que cumplir con el servicio militar. Fue por este motivo que en la temporada de 1975 no pudo entrenar con normalidad, y recién apareció en toda su dimensión sobre el final del certamen.
Ese equipo es uno de los más recordados en la historia del club, y estuvo a un paso de ascender a Primera "A", con nombres como los de Oscar Melillo, Alberto Curini, Horacio Crosta, Juan Boianelli, Horacio Milozzi, Omar Giménez, Néstor Soria, Julio Apariente y Adolfo Américo.
Su explosión futbolística
El ciclo 1977 fue el año de su explosión futbolística. Sarmiento había armado un buen equipo con jugadores del nivel de Durich, González, Pezzatti, Álvarez y Benítez, con serias intenciones de retornar a la divisional "B", y él era la carta de triunfo. Al finalizar el certamen el objetivo tan ansiado se cumplió. Sarmiento logró el ascenso con un fútbol arrasador y una notable potencia ofensiva. Ese equipo convirtió la impresionante suma de 111 goles en 34 partidos, de los cuales Atondo marcó 27, siendo además la figura desequilibrante.
Después del excelente año que tuvo Sarmiento, el técnico Héctor Silva inició tratativas con los directivos de Atlanta, para dirigir el equipo en el torneo de Primera. Entre algunos de sus pedidos se hallaban las incorporaciones de Álvarez, Atondo y Benítez. Finalmente, Silva no arregló con el equipo "Bohemio", pero al que sí se llevaron fue a Omar, quien pasó de militar en la “C”, a enfrentar a Boca, River y todos los grandes de la Argentina.
Hoy suena a imposible el hecho de que un jugador que realiza semejante cambio de categoría logre al menos cumplir un digno papel. Lo consiguió, pero no solo eso. Fue una de las revelaciones de 1978. Los periodistas le pedían a César Luis Menotti que le brindara una oportunidad en la Selección Nacional que se estaba preparando para el Mundial.
Además, fue elegido el tercer mejor número 10 del país, detrás de Diego Maradona y Norberto Alonso. Atondo había trasladado su fútbol magistral a Villa Crespo, se convirtió de la noche a la mañana en el líder futbolístico del equipo, y en el primer campeonato que jugó hizo 19 goles. Algunos de ellos memorables, como los que les convirtió a River, o los tres (de tiro libre, de cabeza y de jugada) a Hugo Gatti, cuando atajaba en Boca. Los hinchas de Atlanta lo idolatraron en poco tiempo.
Al año siguiente, los directivos de Atlanta lo declararon intransferible, ante los insistentes pedidos de Independiente y Boca por contratarlo. Esos momentos tuvo a varios jugadores de Junín en Primera. Además de Atondo, estaban Mario Rizzi y Juan Manuel Sánz en San Lorenzo, Raúl Malavolta en Ferro, Alfredo Caicedo en Quilmes y Oscar Avilés en Huracán.
En 1980, Colón de Santa Fe adquirió su pase, pero "El Patón" ya se estaba alejando del fútbol. Ese año su equipo descendió y en la temporada siguiente arregló con Los Andes para jugar en la “B”. Luego tuvo un pasó muy fugaz por el fútbol ecuatoriano, pero regresó porque extrañaba a sus afectos.
Así se fue definitivamente del fútbol grande, solo porque él lo quiso así.
Para todos fue un enorme talento aprovechado a medias, que podría haber llegado mucho más lejos, pero también sabemos que se guió siempre con los designios de su corazón, haciendo solo lo que le nacía del alma. Quizá como una intuición de lo que le esperaba, se había cansado de algo que él consideraba secundario, como el fútbol, y quería disfrutar a pleno de otros aspectos de la vida.
Jugando un partido con un equipo de “Las Estrellas”, en Arribeños, Atondo sufrió una descompostura, que se repitió después de la cena. Tres meses más tarde volvió a suceder, y fue allí cuando le descubrieron el tumor. Corría 1986, y empezó una larga procesión, que duró siete años, de operaciones y largas recuperaciones.
Hasta que desde arriba le avisaron que habían conseguido una pelota nueva y faltaba uno para el "picadito". Y allí fue, se sacó los zapatos al entrar para no ensuciarlos, los dejó en un costado y se puso a jugar. Hoy seguramente estará tirando paredes, tacos y sombreros en el cielo.
COMENTARIOS