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Juan José Martingorena.
OTRO GOLPE AL DEPORTE JUNINENSE

Gran tristeza, murió Juan José Martingorena

“El Vasco” fue uno de los responsables del armado del equipo de Sarmiento que hizo historia, al extremo de ganar, en 1980, el ascenso a Primera División de la AFA. También representó a Rivadavia de Lincoln en la Liga del Oeste.

Logró aquello que, como se dice, es la aspiración postrera de un colaborador futbolístico popular: volverse anónimo. La participación activa en la conformación de aquel memorable plantel de Sarmiento /1980, junto a otros miembros de la subcomisión de Fútbol había dejado de pertenecerle y refulgían tanto en el recuerdo de los hinchas verdes como en la memoria colectiva. La noticia seca dice que Juan José Martingorena murió ayer en Junín,  la ciudad donde había nacido el 10 de agosto de 1950. Tenía, pues, 69 años.
Martingorena estaba aquejado desde hace bastante tiempo de problemas cardíacos, y solía atenderse en la Fundación Favaloro, como en otros centros de salud.
En lo suyo como jugador, realizó todas las divisiones inferiores en el club de sus amores, Sarmiento, hasta pasar a las categorías menores de San Lorenzo de Almagro, donde compartió vestuario con otro juninense: Oscar Alfredo Melillo. No llegó a Primera, pero sí jugó mucho en reserva, con Victorio Nicolás Cocco, Pedro Cambareri, Héctor “Bambino” Veira y el propio Gallo Melillo, entre otros. 
Después fichó para Sarmiento en la temporada 1972, debutando el 4 de marzo en Campana ante Villa Dálmine, partido que terminó 3 a 3. Fue un gran año, aunque el elenco verde perdió un desempate por el ascenso ante Flandria, en la cancha de Ferro.  Martingorena alternó con grandes figuras, como Adolfo Américo, Oscar Mellillo, Horacio Barrionuevo, Velorio Giménez, Santiago Zunino, Osvaldo Gutiérrez, Hugo Bissón, Marcelo Jorge, Fito Pezzatti, Manolo Sanz, Oscar Avilés,  Carlos Burgos, Juan Boianelli y muchos otros. 

El Vasco fue una pieza muy importante, aunque no la única, en el armado de aquel plantel de 1980, que logró lo que siempre pareció más un sueño inalcanzable que una realidad: jugar en Primera, codearse con los colosos del círculo superior.  Compartían también esa subcomisión de Fútbol, repleta de fantasías e ilusiones, otros corazones anhelantes: Ricardo Tamburini, Nelson Benito, Rodolfo Ganci y el Negro Ibarra. “No quiero sufrir más y antes de morirme, quiero ser campeón”, había pedido el presidente de Sarmiento, Pocho Sabella, luego de que el equipo se salvara del descenso ante Estudiantes, en el torneo de 1979, según recordaba Martingorena tiempo atrás, agregando: “Con Tambu (Tamburini) y Francho Benito fuimos a Buenos Aires para encontrarnos con mi amigo Ernesto Duchini, que era el DT del seleccionado juvenil de la AFA. Me derivó a un viejo conocido, Victorio Cocco, con quien compartí siete años en San Lorenzo. En ese momento, el Cabezón (Cocco) estaba entrenando en Palermo a los jugadores libres. A raíz de su recomendación, se fueron dando las incorporaciones de Marcelino Britapaja, Roberto Salomone, Roberto Espósito, Néstor Hernandorena, Héctor Ortega, Rodolfo Fischer, José Monserrat, Rubén Glaría, Rubén Peracca, Aldo González, Hilario Bravi y Daniel Conti. Por gestión de Osvaldo Zubeldía, llegaron dos jugadores que estaban en Colombia bajo su tutela: José Humberto Romero y Luciano Peremateu. El Toti Iglesias fichó de última y fíjate que fue uno de los valores fundamentales”. Por último, apuntó una anécdota que despierta sonrisas: “Con el plantel prácticamente ya “cocinado”, Duchini me llevó a hablar con César Luis Menotti. El Flaco se sinceró: “Mirá, con los jugadores que me mostrás, no van a hacer un partido como la gente, pero tampoco lo vas a ver perder ni de local ni de visitante. Jugar lindo, olvídate. Algunos fueron tus compañeros, vos lo sabés muy bien”.
Y ya se conoce lo que pasó durante esa campaña. Empezó muy mal, pero terminó con las exquisitas mieles de un título, el segundo, forjando una bellísima historia, al extremo de lograr amalgamar los sentimientos de los hinchas de Sarmiento con toda la comunidad en general, expuestos en cada llegada a Junín del ómnibus triunfador, con calle inundadas de gente, blandiendo  banderas verdes y blancas, y un “Dale Campeón”, cimbreante y encantador.
Al año siguiente, junto a Pedro Cambarini, El Vasco puso en práctica otro sueño. Logró juntar más de quinientos pibes de toda la región, quienes vinieron a prueba, en sucesivas tandas.  La intención era la de alimentar las divisiones inferiores. De ellos, se logró seleccionar a una veintena de talentos. Entre ellos, el que luego fuera destacado DT: Héctor Rivoira. Sin embargo, esa quijotesca empresa quedó trunca, ya que los dirigentes del momento, por razones económicas, le bajaron el pulgar al proyecto.
 En el año 1984, Martingorena acometió otro desafío. Aceptó ser consejero de Rivadavia de Lincoln ante la Liga Deportiva del Oeste. Fue tan exitoso su trabajo, que sus pares le habían puesto un apodo: “El Henry Kissinger del fútbol zonal”, en virtud del espíritu negociador del que hacía gala. Fue una época, entre 1982 y 1986, en la que Rivadavia y El Linqueño se adueñaban de los torneos locales. Precisamente, ambos jugaron una memorable final en 1985, ganada por el albirrojo.  El Linqueño tenía a Jorge Clara, Allemandi y De La Iglesia y Rivadavia a Casado, Diosquez y Di Gilio. Esa fue otra gran alegría para El Vasco. 
En realidad, él nunca necesitó de mecenas reconocibles. Las aprobaciones y reconocimientos que más le tocaron el alma llegaron de la gente simple, aquella capaz de recordarle tanto un gol extraordinario del Toti, como canturrearle un tango de Manzi o una rabieta de Discepolín.  Seguramente ahora El Vasco estará en algún estadio color verde, donde bajan a recibirlo todos los dioses muertos de Sarmiento, encabezados por el Pelado Heber Pérez y el Coco Pelli.

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