La distinción recibida en las últimas horas por el astro Lionel Messi tiene valor en la medida que trascienda la mera instancia de la votación y la pomposa ceremonia en La Scala de Milán.
Nunca está de más reponer una verdad igual de vigorosa que de omitida o negada: en sentido estricto los premios no hacen mejor de lo que es a cada quien o a una obra.
Los premios, añeja convención cultural, cuando no institucional y a menudo antes que otra cosa, comercial, suponen un indicador, una referencia y la medida de un prestigio eventual.
Pero no más que eso y bien merece la pena que se lo subraye: ni los premiados ganadores, ni los perdedores de los premiados ni los que quedan afuera del radio del galardón, incluso de una mera mención, pueden ser contenidos por la evaluación y el sufragio de un grupo de notables.
Dicho de otro modo, si Messi no hubiera resultado vencedor de The Best, si lo hubieran ganado el luso Cristiano Ronaldo o el holandés Virgil van Dijk, eso no lo habría convertido en un futbolista de menor valía de lo que es.
Tampoco robustece su verdadera dimensión el hecho de haber recibido un lauro cuya ausencia en su vitrina generaba morbo en cierta vereda de la prensa internacional.
Por ejemplo el diario deportivo Marca, de cuño madrileño y por extensión remiso a ponderaciones de la catalanidad, tituló "Por fin es The Best", en tácita alusión en que en 2016 y 2017 se lo había llevado CR7 y en 2018 el croata Luca Modric.
En rigor, la más genuina significación del premio atañe a la pasmosa vigencia de su portador: todo lo demás es cotillón.
Vigencia, en el alto nivel y en el peldaño más alto del deporte de mayor cantidad de cultores a lo largo y a lo ancho del planeta.
He ahí una construcción que pone a salvo al rosarino de sus presuntas deudas, de sus fiscales, de sus jueces y de sus detractores, de quienes hacen hecho un deporte de contar sus costillas y hacer notar de que "ganó" esto y "perdió" aquello tal si no fuera un equipo de fútbol una maquinaria de engranajes diversos y de armonía compleja.
Messi juega en Primera desde el 14 de octubre de 2004 cuando el holandés Frank Rijkaard lo hizo debutar a los 17 años, tres meses y 22 días.
Entre otras cosas en 2004 se descubrieron las dos galaxias más lejanas y restos fósiles de un par de desconocidas variantes de dinosaurios, Gastón Gaudio ganó Roland Garros, el Boca de Carlos Bianchi perdió la final de la Copa Libertadores y la Selección Argentina de Marcelo Bielsa quedó a un puñado de segundos de conquistar la Copa América frente a Brasil.
Pues bien, tres lustros después, cuando hoy mismo cumple 32 años y tres meses, Messi persiste en la alegría de correr tras la pelota y ser la máxima expresión individual del fútbol profesional, mientras ni Gaudio juega ni Bianchi dirige, Bielsa está en un club del ascenso de Inglaterra, la ciencia avanza y el mundo sigue andando.
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