“Que da la mano de Edgardo Bauza, todos la vuelta vamos a dar”. Lo cantaban miles de rosarinos en diciembre pasado, apenas dos meses y medio atrás. Rosario Central acababa de conquistar la Copa Argentina, su primer título después de 23 años, de la Copa Conmebol 1995. La misma Copa Argentina que se le había negado en tres malditas finales previas contra Huracán, River y Boca y que, por fin, de la mano del “Patón”, vestía de fiesta a media ciudad. El título que, además, lo clasificaba para volver a jugar la Copa Libertadores. ¿A quién podía importarle, en medio de tanta euforia, si el equipo jugaba bien o mal? ¿Si le ganaba esa final a Gimnasia y Esgrima La Plata por penales? Sí, también por penales, y jugando igual de mal, como ya le había sucedido eliminando desde los doce pasos a Talleres en 16avos de final, a Almagro en octavos y a Temperley en semi, después de haber superado 2-1 en cuartos nada menos que a Newell’s. Bauza, no importaba cómo, era Gardel.
Es cierto, pasaron apenas dos meses y medio. Pero ese mismo equipo, jugando de vuelta más mal que bien, parecido a diciembre pasado, sumó siete partidos sin ganar, y ya sin chance de definiciones por penales que sirvieran para maquillar cualquier análisis. El último capítulo fue el viernes, 0-2 contra Lanús y caída al 18º puesto de la Superliga. Apenas 12 puntos de los últimos 51. Y Bauza, buscando como carta electoral por los dirigentes, ya es pasado. “Si me quieren echar -abrió la puerta el propio DT, acaso sabiendo que ya todo estaba decidido- tengo pasaje mañana mismo para Quito”. Otro técnico, sin el peso de su nombre en Central, hubiese sido despedido aún antes, dicen en Rosario. Porque esa Copa Argentina ganada con cuatro definiciones por penales (parecía la Argentina de Italia 90) disfrazó todo. ¿Pero acaso hay certezas ahora de que otro DT (seguramente de menor salario, eso sí) mejorará al equipo en las cinco fechas finales y con un equipo obligado a sumar porque ya asusta el promedio del descenso? ¿Serán casuales cuatro cambios de DT en cinco años y que un club otrora formador casi privilegiara una condición de comprador?
Hay cosas que jamás cambian. Con o sin Superliga. Con o sin promedios. Bauza es el DT número diecinueve despedido en apenas veinte fechas (Y por ahora, porque todavía quedan partidos por jugarse este fin de semana). No se salvó siquiera el DT último bicampeón de la Superliga, Guillermo Barros Schelotto, cesado tras la final de Libertadores en Madrid. Ya no está tampoco el último campeón de la Copa Argentina (Bauza). Y poco antes se había ido el DT subcampeón de la Copa Argentina (Pedro Troglio de Gimnasia). Como se ve, ya no alcanzan títulos recientes y ni siquiera la chapa de ídolo casero para resistir en el cargo. Y al técnico que quiere resistir, que dice que no se quiere ir porque confía en la recuperación, lo amenazan los de siempre, mandados por los de siempre. Ya desde la “nueva AFA” habían avisado sobre el cuadro de situación. La lista de diez técnicos en catorce años en la selección se agravó en una eliminatoria que vio desfilar a tres entrenadores y que, posMundial, echó también al que había contratado como la gran solución de todo (Jorge Sampaoli). Afrontaremos la Copa América con DT interino (Lionel Scaloni).
Allí está, como contracara, el modelo de River con el Muñeco Gallardo, un DT que llegó con ventajas por su condición de ídolo, pero que fortaleció todo a base de títulos y títulos, pero también de aguante del club en rachas de resultados adversos. Nos enteramos ahora que River hasta fue multado por la Superliga porque presentó tarde un balance con números mucho más complicados de lo que se preveía, fuerte déficit operativo y deuda creciente y preocupante de 12 millones de dólares. Sorpresivo para un club que se jactó no sólo de sus títulos, sino ante todo de sus cuentas saneadas, de su dirigencia experta en finanzas y de su modelo económico que hasta fue presentado como libro y caso de estudio en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Los resultados, como vemos, no solo sirven para tapar un mal juego. También ayudan a disimular números en rojo. (Y a disimular además a barras oficiales, hasta que son descubiertos revendiendo entradas. O apretando en la Bombonera a quienes canten contra el presidente poderoso).
El fútbol no tiene por qué quedar al margen de la crisis económica que está afectando a cualquier otra industria, especialmente a las perjudicadas por una devaluación que otros celebran. River, como cualquier otro club argentino, precisa vender para equilibrar sus cuentas. Hasta lo hizo Boca vendiendo a Alemania, casi sin siquiera hacerlo debutar, a un pibe como Nicolás Balerdi. Una cosa es la premura económica, cada vez más desigual y que nos distancia cada vez más de la Europa más poderosa. Pero otra es la falta de decisión para sostener un proyecto. Para creer que la velocidad y la voracidad de estos tiempos modernos carecen de reglas. Y creer que todo el tiempo podemos volver a reescribirlas. Y reescribirlas, por supuesto, del modo que más nos convenga.
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