El gataflorismo argentino encuentra en el fútbol un ambiente ideal para repartir sentencias y acomodarse según la ocasión. Y para colmo, la Selección es funcional a esta sensación de eterna insatisfacción. De querer siempre lo que no hay. Para ejemplo alcanza con pararse a un costado de la ruta y ver transcurrir este presente extraño de la camiseta argentina. Con el Mundial haciendo sombra, con un técnico interino, con el mejor jugador en pausa, con una citación plagada de especulaciones, con el mundo futbolero mirando apenas de reojo y mucho más interesado en lo que pasa puertas adentro con Boca, River, la Libertadores, los malos arbitrajes y otras cuestiones. Con una gira incómoda por Arabia Saudita. Y encima con Brasil en el horizonte, el martes, en un amistoso que sí podría sacudir este ambiente monótono y sin brújula en el que se mueve el seleccionado.
Todo esto estaba incluido en la balanza del encuentro ante Irak, en Riyadh, bajo 30 grados y un puñado de hinchas. Con el regreso de Romero en el arco y con algunas figuras -Icardi, Otamendi y Tagliafico- siguiendo el partido desde los sillones de los lujosos palcos del estadio Príncipe Faisal bin Fahd.
¿Qué tendría que haber hecho Argentina para dejar una imagen positiva? ¿Cómo podía haber dejado conforme al gataflorismo futbolero? Parece imposible. Ganó cómodamente un partido que tenía que ganar cómodamente. Ni le patearon al arco. Manejó el trámite desde el inicio hasta el final. Pero enseguida aparecerá un contraataque contundente: fue un entrenamiento, fue un rival sin pergaminos, fue sólo lo que debía ser.
En ese contexto, aparecieron algunos indicios que en el futuro podrían ser certezas. Y el 4-0 ofrece una estadística curiosa: los cuatro que marcaron hicieron su debut en la red con la camiseta argentina.
En el segundo tiempo llegaron los cambios y la chance de nuevos intérpretes para romper un partido que había entrado en un pozo. Porque Irak no tenía con qué y Argentina intentaba ser prolija pero cada vez tenía menos aire y no lograba cambiar de ritmo.
Roberto Pereyra y Franco Cervi tienen eso que tanto se le reclamó a la Selección y que tan fácil es de encontrar en los planteles que llegan lejos en el Mundial: son mediocampistas con llegada, con gol. Con la salvedad evidente de las facilidades que otorgó Irak, el tucumano del Watford y el santafesino del Benfica pisaron el área, definieron con clase y, contra un palo. El ex River puso el 2-0 con un derechazo a colocar y el ex Central sentenció el 4-0 con una buena apilada en velocidad y un zurdazo cruzado.
Para ese entonces el partido no era tal. Germán Pezzella, zaguero titular en los tres partidos del ciclo Scaloni, ya había aparecido solito en el segundo palo para confirmar de cabeza que su nombre se hará cotidiano en el futuro del equipo.
Ahora será tiempo de Brasil. Seguramente los que estaban en el palco saltarán a la cancha. Y la vara se elevará. El rating será mayor. La exigencia estará a la altura. Y allí la Argentina deberá afrontar la primera prueba difícil en el ciclo de Scaloni. Un ciclo ideal para alimentar el gataflorismo argentino mientras intenta aferrarse a pequeños indicios: al menos frente a Irak se encontró con cuatro goleadores nuevos. Con un atisbo de esperanza para el futuro.
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