Los nombres y los hombres
Aún al 50 por ciento de su potencial, Lionel Messi, con su imaginación y su chispa, alumbra el equipo y lo hacen mejor de lo que es.
Sin desconocer las falencias estratégicas, tácticas y técnicas que jalonan el paso de la Selección Nacional por las eliminatorias clasificatorias al Mundial de Rusia, sin omitir el daño por añadidura que pudo haber producido el caos organizativo de la AFA, tampoco será imprescindible demasiada perspicacia para deducir que gravitan elementos que pasan por los botines pero no nacen en los botines.
Por supuesto, y si no pudiera darse por supuesto es oportuno que sea recordado que más vale salir rápido de las respuestas unívocas.
La hipótesis de la causa única es tranquilizadora para el que la esgrime pero germina poco en el campo donde se supone que florecen las verdades.
Si no la verdades inmensas, las verdades con mayúsculas, por lo menos las verdades con minúsculas, que a falta de transparencia plena ayudan a entender un poco más.
¿ Es justo atribuir un porcentaje de responsabilidad a las sucesivas conducciones que ha tenido la AFA ?.
Es justo. Punto y aparte.
¿ Es justo atribuir otro porcentaje de responsabilidad a Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli ?
Es justo y debido, en la medida que para bien o para mal, para bien y para mal, no hay equipo de fútbol que no se parezca a su conductor.
Martino quedó atrapado en su brumoso y anémico ideario del lirismo que ni siquiera fue y Bauza quedó atrapado en la fascinación de ejercer un rol que anuló las virtudes que tenía sin dejar a mano la llave adecuada para abrir la puerta de las virtudes por adquirir.
Sampaoli dispone del atenuante de su relativo tiempo de estar al frente del plantel, aunque no suponga, ni de lejos, que sea inimputable: después de todo se hizo cargo de una Selección Argentina en cuyo menú consta el mejor jugador del planeta.
Por cierto: ¿ Y Lionel Messi ?
Messi es lo mejor que tiene la Selección y a veces, a la vez, si exageramos un poco, acaso no tanto, también lo peor que tiene la Selección: lo mejor, va de suyo, porque aún al 50 por ciento de su potencial su imaginación y su chispa alumbran el conjunto y lo hacen mejor de lo que es.
Y lo peor, porque en los momentos de marea baja primero se fastidia, después se desentiende, y por último, desaparece: un líder mustio, la negación del líder.
Punto y seguido con Messi, por la sencilla y a menudo olvidada razón de que el fútbol es un deporte colectivo y por ende cada equipo está subordinada a la influencia de once jugadores.
Que Messi sea la eventual solución a los problemas de la Selección y al tiempo el fatal problema no deja de ser una hipótesis, o una verdad a medias, por qué no una falacia.
La encrucijada que atraviesa el representativo nacional y tendrá desenlace en octubre, por qué no en noviembre versus Nueva Zelanda, desde luego incluye al muchacho nacido en Rosario y madurado en Barcelona, pero a la vez lo excede y lo contiene en un contexto específico.
Un contexto que como mínimo invita a formular dos preguntas a la comunidad futbolera argenta.
Las eliminatorias empezaron el 8 de octubre de 2015 y a lo largo de 23 meses se han jugado 16 partidos: sin repetir y sin soplar, ¿quiénes han sido los jugadores argentinos, entre decenas, que han dado la talla y jugaron más o menos en idéntico nivel al de sus respectivos clubes?
A primera mirada, ¡Gabriel Mercado!
(Salgan del asombro, no se enojen, no se crispen: ¿ Mercado y cuántos más ?).
Al parecer, abundan los nombres y escasean los hombres de atributos bien puestos por saber.
En la mitad de los partidos, siete, la Selección se vio en desventaja: una sola vez remontó (con Chile en Santiago), dos veces empató (tas dos con Venezuela) y cuatro perdió: versus Ecuador y Paraguay en casa y versus Brasil en la casa de la canarinha y Bolivia en el techo del mundo.
Eso sin contar que con Perú en lima fue incapaz de defender el triunfo parcial, no en una, en dos oportunidades.
A buen entendedor, pocas palabras: no hay otra Selección que la que nos ha tocado.
Y esta Selección, qué decir, es una Selección que presume de imponente y en realidad es impotente, una palabra que suena parecida pero separada por dos planetas.
Sin jerarquía, puede salvarte el alma, pero sin jerarquía ni alma puede salvarte apenas si los astros se alinean y te dispensan un regalado que, de momento, no encontraría merecido ni el creyente más piadoso.