FÚTBOL

Batalla por el poder de la barra brava

Walter y Jesús Gómez no estaban invitados al asado. Hijos del Rulo Ignacio, un histórico hombre de la tribuna de Racing, se enteraron de la comida de la barra oficial en el club Alvear y concurrieron a pedir ayuda.
El Rulo, 55 años, tiene VIH y necesita dinero para el tratamiento. Y sus hijos, que heredaron la condición paterna de barras y forman parte del segundo anillo de los violentos, creyeron que era hora de que los jefes de la tribuna, Raúl “el HuevoEscobar y Nelson Medina Lopetegui, pusieran su granito de arena. En realidad, lo que pedían eran 30.000 granitos de arena.
Conociendo el paño, sabían que la misión era difícil. Por eso fueron acompañados de diez amigos y algunas armas. Entraron mientras se estaba cortando el último costillar y la respuesta al pedido fue apenas de 4.000 pesos. Eso originó una discusión que fue subiendo de tono y terminó con varios tiros al aire, un desbande general y un herido, Alan Carniz, que fue atendido en el hospital Piñeyro por traumatismo de cráneo.
Pero el hecho desnuda una historia oculta de traiciones y un futuro negro para Racing, cuyo partido de hoy por Copa Argentina frente a Mitre de Santiago del Estero fue postergado ante la posibilidad de que se desate una guerra en medio del estadio.
Para entender el hecho hay que remontarse a tiempo atrás. “HuevoEscobar tomó el mando de La Guardia Imperial hace diez años, cuando vivía de un pequeño kiosco que atendía personalmente en el barrio de San Cristóbal.
En esta década la tribuna le dio más dividendos: vive en un piso céntrico de Avellaneda valuado en 250.000 dólares, tiene tres lavaderos de autos, una flota de vehículos entre los que se destaca una Toyota Hilux y participación en otros negocios, todo logrado al amparo de una importantísima cobertura policial y de la dirigencia deportiva.
Porque al clásico rubro de los trapitos y reventa de entradas, la barra de Racing le sumó una actividad súper redituable: la venta de merchandising propio en los locales oficiales del club. Y ni siquiera iban a riesgo: le vendían a la institución mercadería por valor cercano a los 250.000 pesos mensuales y no había forma de discutir el precio.
Tal poder los llevó a ganarse una impunidad reflejada en los viajes a Europa y en cruceros que posteaban en sus redes sociales y, en un hecho inédito en el fútbol argentino, a pintar en la base de los arcos del Cilindro el escudo de la barra.
Esa vida de lujo a la que accedían sólo las cabezas principales, comenzó a generar rispideces en el resto de los barras. Así, desde el año pasado y bajo el mando de Leonardo Paredes, otro asiduo habitante de la popular, un grupo de barras con asiento en la Villa Corina de Lanús, se juntó con gente de la Villa El Morro y del polo Dock Sud para intentar desbancarlos, lo que produjo tres hechos violentísimos que incluyeron una balacera a tres cuadras del estadio en la previa del partido contra Patronato del torneo pasado.
Escobar resistió y siguió mandando. Pero ahora se le abrió un nuevo frente: los hijos del histórico “Rulo” que ya no se contentan con la ropa de la utilería del club que les daban para calmarlos y que tras la balacera del lunes, se unirían a la facción de Corina para dar la batalla final por el poder de la barra de Racing.