Brian Castaño volvió a dar todo lo que tenía, estaba a la altura de las circunstancias, pero su sueño de consumar una epopeya se desvaneció en un puñado de segundos en el contexto de una pelea que poco a poco mostraba su peor cara y la mejor de Jermell Charlo. Fue el estadounidense, desde la primera campana, el que ofreció una versión diferente de aquella de la pelea de 2021 y sin embargo mucho debió bregar para imponer las condiciones.
He ahí el gran mérito de Castaño, que pese a tropezar a un Charlo mejor entrenado, más enfocado, más suelto y más picante, se las compuso para hacer una primera mitad de alto rango. En su ley de centro del ring hacia las sogas, presionando sobre su rival, el “Boxi” de La Matanza forzó a Charlo a intercambiar golpes y a extraer de su caja de herramientas lo más lúcido de su repertorio defensivo.
En esos asaltos, desde el comienzo mismo hasta el sexto, por lo menos, el combate cobró ribetes espectaculares y Castaño dispuso de buenos momentos de saldo a favor, pero en ninguno tuvo el control absoluto de la pelea. O en todo caso en ningún momento logró sostener la iniciativa, la presión y la imagen dominante que sí había sido suya en el pleito anterior.
¿Charlo estuvo más rápido o Castaño estuvo más lento?
Desde luego que en un deporte de contacto, de oposición directa, una cosa es subsidiaria de la otra, pero aún en sus fragmentos de marea alta dio la impresión de que esta vez el peleador argentino tenía una marcha menos y que ese déficit le sabría carísimo. Cómodo en su alternancia de jabeador cargoso, de contragolpeador furtivo y de bombardero latente, Charlo aprobó el examen más difícil en un compromiso de semejante importancia: ir de más a más. Y Castaño fundió bielas, un contratiempo que solo en parte logró disimular por su enorme corazón y por su alma de guerrero cabal.
Lástima que ni su enorme corazón ni su alma de guerrero cabal resultaron suficientes para impedir el demoledor gancho zurdo de Charlo y el inmediato nocaut. Dio tristeza, claro que sí, en la medida que al argentino se le presentaba la inédita posibilidad de convertirse en campeón absoluto, en un peso de la tradición de súper welter, en la meca del pugilismo y frente a una figura local.
Pero perder contra un rival de la dimensión de Charlo era una carta factible y a despecho del orgullo herido, y de la frustración, bien puede ufanarse el “Boxi” de haber correspondido a las demandas de las grandes ligas. Eso, en especial en tiempos en los cuales al boxeo argentino no le sobran exponentes de primer nivel, es un valor que Castaño ha sabido ganarse y que es justo que se le reconozca.
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