Nací en Junín, en el Barrio de las Morochas. Ya la barriada estaba avanzada, con asfalto y todos los servicios.
Mi abuela vivía en Alsina 306 y tenía un local en donde está la casa de comidas Tanucho. Fui al jardín San Jorge. A mi me cuidaba mi abuela y siempre deambulaba por el barrio. Me la pasaba molestando en el taller del Beto, electricista de al lado, con una bicicleta. No había celular, tablet, nada de eso.
Después me fui a vivir a una quinta, que actualmente estoy ahí en el barrio Los Almendros. Entonces por cuestión de cercanía con el trabajo de mi vieja, comencé la primaria en la escuela número uno. Hice hasta segundo grado y me volví al San Jorge, que era donde estaban todos mis compañeros. Con ellos fui hasta séptimo. Fui la primera camada de octavo y noveno, cuando comenzó el polimodal. Y como a mi me gustaba mucho el campo rendí un examen complicado para ir a la Escuela Salesiana de Ferré, porque no articulaba con ese establecimiento.
Duré 9 meses pero no aguantaba el “aislamiento”, a pesar que me iba bien. Entonces me volví, era fin de año y no había lugar en ninguna escuela. Pero me tomaron en el San José. Terminé ese año ahí y al siguiente me pasé al San Ignacio. Lo que sucedió fue que mis compañeros habían hecho octavo y noveno en el San Jorge, pero no había primero y segundo. Y se habían ido al San Ignacio. Por eso terminé con ellos el secundario.
De chico jugaba al básquet en Argentino de Junín hasta preinfantiles. Luego me fui a San Martín donde jugué la Liga de Juveniles y alcancé a jugar unos partidos en primera división. Era más defensor que atacante. Nunca jugué al fútbol, no me gusta. Paralelamente practicaban boxeo, pero nunca debuté acá.
Cuando me fui a estudiar a Buenos Aires lo primero que busqué fue una academia de lucha. Me la pasaba adentro del gimnasio. Tres turnos por día. Era ir a la facultad y luchar.
Competía seguido en Sumiya, que es lucha sin kimono. Es como la lucha en el octágono y a someterse, ya sea del cuello con una palanca traumática que te rompe los huesos o por puntos si se ganan posiciones. Está entre la lucha Greco y el Jiu jitsu natural. Nada más que no se usa kimono. El Jiu jitsu se hace con kimono que abre el juego a otras técnicas que a mi no me gusta porque deja de ser tan importante la fuerza. Y a mi me gusta el tema de la explosión y la fuerza.
Después cambié de técnico. Me entrenaba Luciano Correa –hasta hoy somos amigos- que lo había conocido en Muay Thai Argentina. Ahí peleaba con piña, patada, rodilla y codo.
Llegué a pelear Real Fight uno con Pablo Álvarez en el estadio de Ferro, ya fallecida mi mamá, y gané la copa Rulo en absoluta de peso. Le gané a todos en todas las categorías y fue la copa más linda de mi carrera. Luego comencé a pelear MMA.
Me volví a Junín ya recibido de Abogado y retomé con el boxeo que era lo que hacía antes de haberme ido. Estuve como ocho años en esto. Si bien lo arranqué de grande, cumplí mi sueño. Tuve una carrera amateur corta. Metí 26 peleas en dos años. Hice todas las peleas contra cualquiera de cualquier kilaje y en cualquier lado. Perdí solamente una por nocaut y gané el resto. Salí campeón provincial ganándole el título a Luciano Lisman en Ascensión y como visitante. Luego gané el campeonato de las estrellas en la Federación Argentina de Box que puse nocaut en la final a Ezequiel Torghele, con Polo Rodríguez como técnico en categoría hasta 91 kilogramos.
Después me hice profesional, hice 12 peleas y perdí 3. Una con el Tigre Ulrich, otra en Canadá y la última con Facundo Ghiglione. En abril de2018 decidí dejar el boxeo estando sexto del ranking argentino.
Ya estaba laburando, con la familia encaminada. Iba a las 5 de la mañana a correr al parque, venía a trabajar, hacía fierros al mediodía y a la noche. No dormía, ni descansaba. Los fines de semana iba a hacer sparring a Buenos Aires o a San Nicolás.
Lo hice un montón de tiempo y económicamente no me redituaba, no estaba con mi familia y además me exponía a que me pegaran un poco porque ya tenía 35 años.
La verdad que boxear en la Argentina, para todos, no es negocio. Lo que pasa que para el que no tiene nada son esas peleas que le dan cierta fama, una platita que en el momento viene de arriba porque hace lo que le gusta, pero después no existe. Tal el caso de Sosita que es campeón sudamericano y no tiene una moto, anda en bicicleta. No hay obra social, no hay salario fijo, solamente puede haber diferencia yendo a pelear al exterior.
Actualmente hago pesas para competir en culturismo clásico. Terminé con 87,500 y ahora peso 100 redondos. Tengo que subir como 7 kilos más para poder competir en marzo.
Ahora justo estoy en un período de descanso para con el organismo, hace dos meses, para volver a ensuciarlo de cero. El tema de la subalimentación y la comida. Eso lo puedo hacer, me lleva mucho tiempo cocinarme que lo hago con gusto con mis hijos y demás. La expectativa es subirme a un nivel semiprofesional pero sin grandes expectativas.
Lo que pasa es que acá tiene mucho que ver cuánto se quiere arriesgar y digamos que mucho no quiero. Son dos horas por dia de entrenamiento en dos tandas. Cuarenta y cinco minutos con quince de elongación que es una parte aeróbica. Y una sesión de gimnasio que no puede pasar de una hora veinte.
Ahora que estoy comiendo menos para limpiar los riñones, sin suplementación ni química ni natural –para que el organismo ande natural y ver que queda- el cuerpo se cae de manera estrepitosa.
Si uno está en el quilaje normal, el cuerpo no se cae nunca. Pero cuando más arriba te vas, es complicado. Los que lo quieren hacer como yo, sin correr riesgos, no hay problema.
Si no es un camino de ida. Vas y vas. Cuando cortas vas al médico y ahí ves con lo que te encontrás, no es fácil. Ha habido casos de gente acá en Junin, rompiendo por el culturismo y sobre todo por el tema de los riñones.
Yo me controlo periódicamente. Lo baso más en el esfuerzo, la comida. Es un trabajo en el tiempo y todavía no debuté.
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