Nadie suponía aquel 1º de mayo de 1994 que esa curva de Tamburello en el Autódromo Enzo y Dino Ferrari, durante el Gran Premio de San Marino, pasaría a la historia por ser el escenario de uno de los peores momentos del automovilismo mundial. El hombre que vivió a 300 kilómetros por hora, acelerando como pocos y doblando casi como ninguno nos dejaba para convertirse en leyenda.
Ayrton Senna le había puesto durante casi una década nombre y apellido a las hazañas más notables. Proezas que fueron más allá de sus tres campeonatos del mundo de Fórmula 1, las 41 victorias (seis de ellas en el mítico Gran Premio de Mónaco), 80 podios y l65 pole positions sumadas en la máxima categoría del automovilismo mundial.
El brasileño está sin dudarlo entre los más exitosos y dominantes pilotos de la era moderna e incluso para muchos expertos el más rápido de la historia. Hace algunos años la revista “Autosport” se puso en contacto con 217 pilotos y expilotos de la F1 para realizar una votación y crear un ranking de los mejores de la historia: la lista la encabezó Ayrton.
En su notable foja de servicios se destacan sus extraordinarios desempeños con pista mojada –uno de los desafíos más riesgosos para cualquier corredor de autos—con actuaciones memorables en esas condiciones en Mónaco (1984), Portugal (1985) y en el GP de Europa, en 1993. También forman parte de un legajo impecable su conducción veloz en cualquier trazado, la técnica superlativa para dominar el vehículo más indócil y su agresividad en carrera. Mantuvo una rivalidad intensa con otro grande de la época, el francés Alain Prost, durante varias temporadas inclusive durante los años en que fueron compañeros de equipo en McLaren. Para muchos esa debe haber sido la pelea más intensa de toda la historia de la categoría.
En medio de infinidad de hipótesis sobre el accidente, nunca del todo definidas, la mayoría de las crónicas coincidieron en afirmar que una varilla de la suspensión del vehículo atravesó el casco de Senna provocándole una herida fatal en la cabeza. Más de un millón de personas participaron en su traslado al cementerio, el mundo del automovilismo le rindió todos los honores y aún hoy son comunes los clubes de fanáticos, los monumentos recordándolo y los sectores de pistas de todo el planeta que llevan su nombre.
Aquel Gran Premio de San Marino no había empezado bien. Durante las pruebas de clasificación el austríaco Roland Ratzenbrger había fallecido instantáneamente tras un brutal despiste, mientras que en la largada un choque asustó a todos. Seis vueltas después sobrevino el accidente que conmocionó al planeta. El que se cobró la vida de un grande. Que no se fue porque sigue vivo en cada acelerada...
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