Para los detenidos ilegalmente en la dictadura y sus familias, el calvario no terminó con su liberación, sino que luego siguió un arduo camino en su reinserción social.
Esto quedó plasmado en los testimonios de la jornada de ayer.
Rubén Liggera aseveró que luego de su secuestro, vivió “muy mal, angustiado”, encerrado en su casa, en la que “sólo leía novelas policiales, sin ninguna manifestación pública, política o social, porque el terror instaurado era paralizante”.
Por supuesto, Coart se desintegró.
Su esposa, Ana María Córdoba, agregó: “No podíamos desarrollar una vida normal porque nos hacían sentir que nos vigilaban y nos seguían, y nosotros teníamos mucho miedo”.
Algo similar a lo vivido por Normando Di Sábato, quien tuvo numerosos problemas para conseguir trabajo. “Quedé muy mal –recordó– temeroso, la sociedad nos rechazaba, era un paria porque muchos amigos que cruzaba miraban para otro lado”.
Su ex esposa, Olga De Giulio, relató que quedó marcada porque la noche del secuestro de su esposo, estando ella embarazada, le pasaban un arma por su vientre mientras le decían: “la matamos entonces, un zurdo menos por nacer”. Además, remarcó “la marginación social” que hizo que se alejaran sus amigos. “Solamente acudió gente del MID a brindar su ayuda”, sostuvo.
Según dijo, en Junín se sintió “atacada y humillada” y también tuvo problemas para recuperar su puesto como docente.
Finalmente, Cecilia Vega también explicó cómo cambió su vida el secuestro de su padre: “Después de hechos como estos, nadie vuelve a ser el mismo. Mi papá estuvo muy mal durante un tiempo largo, no sé si decir deprimido, pero era una persona callada, triste, a pesar de que era muy joven. Le costó reinsertarse en el trabajo y socialmente también. Dejó de reunirse y disfrutar de cosas que antes hacía, como la cultura y, principalmente, la música. Se me ocurre que esto, de alguna forma, nos volvió más introvertidos, más inhibidos, más solitarios”.
DESPUÉS DE LOS SECUESTROS
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