MIRADA ECONÓMICA
Dólar, devaluación e inflación
La inflación de diciembre fue del 3,38%, la más alta en 22 años. No todos los precios se deberían ajustar a valor dólar, sino solo los que los economistas denominamos “transables”.
Por Martín Tetaz
Esta es una historia que empieza en el 2007. Desde entonces el gobierno viene usando el dólar como un ancla inflacionario, del mismo modo que lo hicieron primero Martínez de Hoz y luego Cavallo.
Traducido al castellano; si se mantiene un dólar bajo, es posible importar productos baratos y por lo tanto los productores locales no pueden aumentar los precios porque no pueden competir con los importados.
El problema es que los precios internacionales igual aumentaron por el boom de los comodities, haciendo que los precios locales subieran y comenzara una puja distributiva entre sindicatos que pedían aumentos salariales mayores y empresarios que los concedían, para trasladarlos a los consumidores remarcando en las góndolas al día siguiente.
A ese primer fenómeno inflacionario se sumó a partir del 2009 un creciente déficit fiscal financiado con emisión monetaria, al punto tal que en 2013 se emitieron 94.000 millones de pesos para financiar al Tesoro. Obviamente, a medida que aumentaba la impresión de billetes sin respaldo, caía su valor impactando no solo en la inflación, sino en el dólar.
El atraso cambiario tuvo básicamente cuatro consecuencias. En primer lugar hizo que nuestras manufacturas de origen agropecuario, que explican la actividad de las economías regionales, se encarecieran notablemente en el mundo, empeorando la situación de ese sector. En segundo lugar encareció a la Argentina para recibir turismo del resto del mundo al mismo tiempo que abarataba artificialmente destinos como Miami, Europa y el Caribe. En tercer lugar hizo que las empresas multinacionales que tenían rentabilidad en pesos (las telefónicas por ejemplo), experimentaran ganancias extraordinarias en dólares, que se llevaban del país. Por último, el dólar barato hizo que la gente se volcara masivamente a acumular esa divisa, del mismo modo que hubieran almacenado latas de atún o frascos de café, si esos productos estuvieran muy baratos.
Para junio del 2011 ese atraso cambiario era tan evidente que todo el mundo comprendió que luego de las elecciones el Gobierno debía corregir la paridad cambiaria; o, puesto en criollo: devaluar. Por esa razón, en los cinco meses previos a la contienda electoral se perdieron 4.537 millones de dólares de reservas y en el mes siguiente, otros 1.461 millones. La gente se volcaba masivamente a los bancos a comprar algo que sabía que pronto subiría.
Y llegó el cepo
Vino entonces la peor medida económica tomada por el Gobierno en ocho años de gestión; la imposición del cepo, que en la práctica tenía una lógica bastante parecida al corralito, porque impedía sacar el dinero del circuito financiero denominado en pesos.
La restricción a la compra de dólares deterioró notablemente la confianza de los consumidores en la economía, al punto que el indicador de la Universidad Di Tella, que capta justamente ese humor económico de la sociedad, se desplomó un 23% en los siguientes 5 meses.
Las expectativas en materia inflacionaria también hicieron lo suyo y se cristalizó un piso de aumento de precios inercial del 25%, porque cada empresario, productor, comerciante, locatario y trabajador que tenía que firmar un nuevo contrato o poner un precio, lo hacía pensando cuanto creía que iban a aumentar los precios en los próximos meses.
Llegamos entonces a noviembre del 2013. El nuevo gabinete encaró el ajuste que era obvio y empezó a micro devaluar el peso, aumentando el dólar de 2 a 4 centavos por día, con el objetivo de llegar a abril con la divisa norteamericana en torno a $8.
Pero claro, los argentinos tenemos mucha experiencia en devaluaciones y vimos esta película varias veces. En pocos días todos los formadores de precios comenzaron a remarcar para ganarle de mano a la devaluación, al punto que la inflación de diciembre fue del 3,38%, la más alta en 22 años.
El Gobierno se vio entonces forzado a adelantar el tiempo y entre el miércoles y el jueves de la semana pasada el dólar pegó un gran salto para cotizarse (a nivel mayorista) en $8.
Se dan desde entonces dos fenómenos. El primero de ellos es que ni los exportadores ni los importadores creen que esos 8 pesos sean un valor definitivo, razón por la cual no liquidan los dólar y demandan cada vez más divisas, haciendo que las reservas del Banco Central sangren entre 120 y 160 millones por día, lo cual es obviamente insostenible en el mediano plazo.
Al ritmo del dólar
El segundo hecho económico relevante es que todos salieron a remarcar precios a mansalva, para adecuarlos al nuevo dólar.
Pero además muchos llevaron más allá los ajustes, con la intención de cubrirse de una hipotética devaluación futura, porque nadie cree que ese valor de 8 pesos por dólar sea sostenible. Es el efecto “por las dudas” Pero claro, el 21 de enero el dólar salía 6,88. Si los agentes económicos creen que la divisa terminará eventualmente en $8,50, ello implica un aumento del 24% y esa será la magnitud del ajuste de precios. Si vislumbran una cotización de $9, entonces los aumentos serán del orden del 31%.
Ojo; no todos los precios deberían ajustar a valor dólar, sino solo los que los economistas denominamos “transables”, que básicamente son los que se pueden subir a un barco y exportar o importar. El problema es que en el contexto de incertidumbre actual, los servicios (que no se pueden exportar) también aumentan “por las dudas”.
Por eso es fundamental estabilizar urgente el mercado del dólar, para que todos tengan la expectativa de que se llegó a un precio de equilibrio y no se producirán futuras devaluaciones; eliminaremos de ese modo el factor “por las dudas” y los precios se normalizarán en sus nuevos valores.
Esta es una historia que empieza en el 2007. Desde entonces el gobierno viene usando el dólar como un ancla inflacionario, del mismo modo que lo hicieron primero Martínez de Hoz y luego Cavallo.
Traducido al castellano; si se mantiene un dólar bajo, es posible importar productos baratos y por lo tanto los productores locales no pueden aumentar los precios porque no pueden competir con los importados.
El problema es que los precios internacionales igual aumentaron por el boom de los comodities, haciendo que los precios locales subieran y comenzara una puja distributiva entre sindicatos que pedían aumentos salariales mayores y empresarios que los concedían, para trasladarlos a los consumidores remarcando en las góndolas al día siguiente.
A ese primer fenómeno inflacionario se sumó a partir del 2009 un creciente déficit fiscal financiado con emisión monetaria, al punto tal que en 2013 se emitieron 94.000 millones de pesos para financiar al Tesoro. Obviamente, a medida que aumentaba la impresión de billetes sin respaldo, caía su valor impactando no solo en la inflación, sino en el dólar.
El atraso cambiario tuvo básicamente cuatro consecuencias. En primer lugar hizo que nuestras manufacturas de origen agropecuario, que explican la actividad de las economías regionales, se encarecieran notablemente en el mundo, empeorando la situación de ese sector. En segundo lugar encareció a la Argentina para recibir turismo del resto del mundo al mismo tiempo que abarataba artificialmente destinos como Miami, Europa y el Caribe. En tercer lugar hizo que las empresas multinacionales que tenían rentabilidad en pesos (las telefónicas por ejemplo), experimentaran ganancias extraordinarias en dólares, que se llevaban del país. Por último, el dólar barato hizo que la gente se volcara masivamente a acumular esa divisa, del mismo modo que hubieran almacenado latas de atún o frascos de café, si esos productos estuvieran muy baratos.
Para junio del 2011 ese atraso cambiario era tan evidente que todo el mundo comprendió que luego de las elecciones el Gobierno debía corregir la paridad cambiaria; o, puesto en criollo: devaluar. Por esa razón, en los cinco meses previos a la contienda electoral se perdieron 4.537 millones de dólares de reservas y en el mes siguiente, otros 1.461 millones. La gente se volcaba masivamente a los bancos a comprar algo que sabía que pronto subiría.
Y llegó el cepo
Vino entonces la peor medida económica tomada por el Gobierno en ocho años de gestión; la imposición del cepo, que en la práctica tenía una lógica bastante parecida al corralito, porque impedía sacar el dinero del circuito financiero denominado en pesos.
La restricción a la compra de dólares deterioró notablemente la confianza de los consumidores en la economía, al punto que el indicador de la Universidad Di Tella, que capta justamente ese humor económico de la sociedad, se desplomó un 23% en los siguientes 5 meses.
Las expectativas en materia inflacionaria también hicieron lo suyo y se cristalizó un piso de aumento de precios inercial del 25%, porque cada empresario, productor, comerciante, locatario y trabajador que tenía que firmar un nuevo contrato o poner un precio, lo hacía pensando cuanto creía que iban a aumentar los precios en los próximos meses.
Llegamos entonces a noviembre del 2013. El nuevo gabinete encaró el ajuste que era obvio y empezó a micro devaluar el peso, aumentando el dólar de 2 a 4 centavos por día, con el objetivo de llegar a abril con la divisa norteamericana en torno a $8.
Pero claro, los argentinos tenemos mucha experiencia en devaluaciones y vimos esta película varias veces. En pocos días todos los formadores de precios comenzaron a remarcar para ganarle de mano a la devaluación, al punto que la inflación de diciembre fue del 3,38%, la más alta en 22 años.
El Gobierno se vio entonces forzado a adelantar el tiempo y entre el miércoles y el jueves de la semana pasada el dólar pegó un gran salto para cotizarse (a nivel mayorista) en $8.
Se dan desde entonces dos fenómenos. El primero de ellos es que ni los exportadores ni los importadores creen que esos 8 pesos sean un valor definitivo, razón por la cual no liquidan los dólar y demandan cada vez más divisas, haciendo que las reservas del Banco Central sangren entre 120 y 160 millones por día, lo cual es obviamente insostenible en el mediano plazo.
Al ritmo del dólar
El segundo hecho económico relevante es que todos salieron a remarcar precios a mansalva, para adecuarlos al nuevo dólar.
Pero además muchos llevaron más allá los ajustes, con la intención de cubrirse de una hipotética devaluación futura, porque nadie cree que ese valor de 8 pesos por dólar sea sostenible. Es el efecto “por las dudas” Pero claro, el 21 de enero el dólar salía 6,88. Si los agentes económicos creen que la divisa terminará eventualmente en $8,50, ello implica un aumento del 24% y esa será la magnitud del ajuste de precios. Si vislumbran una cotización de $9, entonces los aumentos serán del orden del 31%.
Ojo; no todos los precios deberían ajustar a valor dólar, sino solo los que los economistas denominamos “transables”, que básicamente son los que se pueden subir a un barco y exportar o importar. El problema es que en el contexto de incertidumbre actual, los servicios (que no se pueden exportar) también aumentan “por las dudas”.
Por eso es fundamental estabilizar urgente el mercado del dólar, para que todos tengan la expectativa de que se llegó a un precio de equilibrio y no se producirán futuras devaluaciones; eliminaremos de ese modo el factor “por las dudas” y los precios se normalizarán en sus nuevos valores.