OPINION

Dante Balestro, un ejemplo de persona

Muchos pensamos que debiéramos recordar y homenajear a nuestros próceres en el día de su natalicio y no en  el de su muerte, como es costumbre en nuestro país.  
Por ésta razón es que en la Biblioteca Florentino Ameghino festejamos en el mes de octubre el nacimiento de Don Dante Balestro, más precisamente el día 5, que es el día del camino, camino que él transitó a punta de ética y comportamiento sin igual.
Don Dante fue un ejemplo cabal de lo que llamamos "persona".  
Entre los tantos lamentos que se escuchan por doquier, se halla aquel que dice: "Los jóvenes de hoy son así (no sé que quiere decir así) porque no tienen buenos modelos". Más allá de pensar que los que andamos precisando modelos somos los adultos, aquí les presento uno que no está en el bronce ni nació bajo la tutela de una estrella milagrosa.  Nada de eso. Vio sus primeras luces en Tierra del Fuego, en un hogar de gente humilde y de trabajo. Alrededor de la mesa hogareña, junto a sus hermanos, recibió de sus padres la educación que guiaría los actos de su vida por más de noventa y tantos años. Tuvo una infancia feliz, concurrió a la escuela hasta sexto grado y nunca olvidó a sus maestras.
Hace noventa años, las cosas no eran fáciles (como nunca lo han sido) para la gente  humilde. Así pues, don Dante vivió durante un tiempo con unos tíos en Mar del Plata donde, con sólo 14 años, trabajó como cobrador de la luz; por lo visto, ya era una persona confiable.
Vuelto a Junín, el hijo de un maquinista ferroviario tenía casi signado su destino y mientras esperaba el nombramiento como obrero del riel, supo andar de pescador, tiró de la maleta juntando maíz y fue bolsero por Laboulaye. Finalmente, a los veinte años entró al ferrocarril como lava-máquinas y no paró hasta maquinista y aún instructor de maquinistas.
Aunó su experiencia con la teoría, ya que ésta nunca le fue ajena. Era un obrero esclarecido y comprometido, tanto en su trabajo específico como en las luchas obreras; un hombre cabal, a quien la distinción de Ciudadano Ilustre le quedaba chica.
Desde luego -no podía ser de otra manera-, Don Dante conoció los calabozos y fue dejado cesante.
¿Qué hizo entonces? Lamentablemente, no recibió algún subsidio por desempleo y tampoco fue puntero de algún comité de morondanga sino que, para llevar el pan a su mesa, ejerció el oficio de albañil, frentista, sastre y vendedor ambulante por las estancias.
Por fin lo jubilaron... con la vergonzosa cifra con que, históricamente, hemos recompensado a nuestros conciudadanos.
Hasta aquí, una vida honrosa y ejemplar como la de tantos compatriotas; pero Don Dante hizo algo más: fue un autodidacta, un hombre ilustrado en una época donde, para un obrero, el acceso a los libros era casi una utopía. Estudió en soledad y pudo hacerlo porque, entre otras cosas, su padre le enseñó a amar el conocimiento por el conocimiento mismo y no el conocimiento como un instrumento útil solamente para ganar dinero o posición social. Saber por el placer de saber y amor por sus semejantes para transmitir ese saber, tal como lo hizo, desinteresadamente, el montón de años que estuvo al frente de la Biblioteca Florentino Ameghino de la cual fue, y será, su alma máter. Poseía ese saber que cuando yo lo conocí se llamaba sabiduría.
Por todas esas cosas y otras más, en el centenario de su nacimiento, por mí y por muchos, gracias maestro, gracias Don Dante.