El Barrio Real, conmovido pero silencioso
DEMOCRACIA se trasladó hasta el Barrio Real, donde la familia Colo posee una quinta en la que sus integrantes suelen pasar los fines de semana, aunque visitan con más asiduidad en el verano.
De todos, quienes más frecuentaban el lugar –ubicado a 300 metros de la plaza- eran Sandra y sus padres. A veces lo hacían juntos y en otras ocasiones era la hija la que llegaba a la discreta casa de esa zona residencial junto a su grupo de amigos, donde las mujeres predominaban en la cantidad y en la frecuencia con la que asistían al lugar.
Pese a la frialdad que se suele hallar en ese tipo de conglomerados, semivacíos de habitantes durante la semana y con una comunicación entre vecinos distante, nada comparable al contacto estrecho y hasta fraterno característico de quienes viven en la zona urbana, el homicidio fue un latigazo que ardió en la sensibilidad de quienes se hospedan en el gran complejo habitacional situado en el acceso a la Laguna de Gómez.
Eso sí: todos se rehúsan a hablar sobre los movimientos en la finca donde Sandra se hospedaba para desconectarse de las obligaciones cotidianas y soltar la rienda a la diversión junto a sus íntimos.
El miedo a hablar, a emitir sin querer alguna frase que los involucre como testigos testimoniales, es inocultable, se manifiesta en el tono parco de quienes responden de manera escueta a la pregunta sobre los hábitos de Sandra y los suyos.
“Queremos que se sepa quién fue, quién la mató, y lo pedimos no solamente porque sea una chica a la que hayamos conocido sino porque semejante horror merece que su autor se pudra en la cárcel”, expresó Isabel, una médica radicada a doscientos metros de la quinta de los Colo.
El mismo deseo tuvo Walter, cuyo domicilio se encuentra separado por un par de terrenos del inmueble de la mujer asesinada. Tan cercano que el fin de semana pasado, cuando llegó la Policía a la morada donde Sandra descansaba en busca de objetos que podrían sumar evidencias en la investigación, él fue interrogado por los efectivos del Grupo de Delitos Complejos de La Plata.
De todos, quienes más frecuentaban el lugar –ubicado a 300 metros de la plaza- eran Sandra y sus padres. A veces lo hacían juntos y en otras ocasiones era la hija la que llegaba a la discreta casa de esa zona residencial junto a su grupo de amigos, donde las mujeres predominaban en la cantidad y en la frecuencia con la que asistían al lugar.
Pese a la frialdad que se suele hallar en ese tipo de conglomerados, semivacíos de habitantes durante la semana y con una comunicación entre vecinos distante, nada comparable al contacto estrecho y hasta fraterno característico de quienes viven en la zona urbana, el homicidio fue un latigazo que ardió en la sensibilidad de quienes se hospedan en el gran complejo habitacional situado en el acceso a la Laguna de Gómez.
Eso sí: todos se rehúsan a hablar sobre los movimientos en la finca donde Sandra se hospedaba para desconectarse de las obligaciones cotidianas y soltar la rienda a la diversión junto a sus íntimos.
El miedo a hablar, a emitir sin querer alguna frase que los involucre como testigos testimoniales, es inocultable, se manifiesta en el tono parco de quienes responden de manera escueta a la pregunta sobre los hábitos de Sandra y los suyos.
“Queremos que se sepa quién fue, quién la mató, y lo pedimos no solamente porque sea una chica a la que hayamos conocido sino porque semejante horror merece que su autor se pudra en la cárcel”, expresó Isabel, una médica radicada a doscientos metros de la quinta de los Colo.
El mismo deseo tuvo Walter, cuyo domicilio se encuentra separado por un par de terrenos del inmueble de la mujer asesinada. Tan cercano que el fin de semana pasado, cuando llegó la Policía a la morada donde Sandra descansaba en busca de objetos que podrían sumar evidencias en la investigación, él fue interrogado por los efectivos del Grupo de Delitos Complejos de La Plata.