UN POTENCIAL FOCO DE CONTAMINACION EN EL HOGAR
Alertan por un riesgo oculto en las lámparas de bajo consumo
Al romperse liberan el mercurio que contienen y es necesario tomar estrictos recaudos para evitar intoxicarse. Cómo actuar para prevenir daños en la salud.
Por utilizar hasta cinco veces menos energía que las incandescentes y reducir así el impacto sobre el calentamiento global, las lámparas de bajo consumo se han ganado cierta fama de “ecológicas”. Pero lo cierto es que a diferencia de sus predecesoras contienen mercurio, un metal extremadamente tóxico que puede resultar peligroso al quedar en el ambiente cuando se rompen.
Mientras que muchos de los países que adoptaron las lámparas de bajo consumo se han ocupado de comunicarles a los usuarios su riesgo potencial, en el nuestro, el hecho de que puedan causar eventualmente daño neurológico parece ser apenas un detalle que alguien se pasó por alto en medio del proceso de renovación.
Las lámparas fluorescentes de bajo consumo utilizan menos energía y por tanto contribuyen a mejorar los balances energéticos. Sin embargo contienen mercurio.
Y si bien, cuando están selladas “no liberan ese mercurio en cantidad que pueda significar un riesgo para la salud y el ambiente, el problema deviene cuando se rompen o se les da una mala disposición final”, explica la doctora Alicia Ronco, investigadora del Conicet y directora del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente de la Universidad Nacional de La Plata.
¿Qué sucede cuando se rompen? “El mercurio que contienen queda en el ambiente liberando vapores a través del tiempo, especialmente en los lugares cerrados y muy calefaccionados. Al ser absorbidos por el organismo, esos vapores causan a la larga una intoxicación crónica que suele manifestarse con trastornos renales, digestivos y neurológicos. Los chicos son los más vulnerables”, comenta la doctora Ana María Girardelli, jefa del Servicio de Toxicología del Hospital de Niños de La Plata.
Dado ese riesgo, las autoridades sanitarias de distintos países recomiendan abandonar la habitación donde se rompe una lámpara de bajo consumo durante al menos quince minutos, ventilar el ambiente y evitar machucar sus vidrios, ya que esto puede producir en forma inmediata desde mareos y dolor de cabeza hasta reacciones alérgicas en la piel.
Un desecho peligroso
Si bien la cantidad de mercurio que contiene una lámpara de bajo consumo (unos 2 miligramos) es cien veces menor a la de un tubo fluorescente y hasta mil veces menor a la de un viejo termómetro para bebés, no deja de ser por ello un residuo tóxico que debe manipularse con precaución.
Además de ventilar los ambientes donde se rompen lámparas de este tipo, los protocolos de seguridad recomiendan en general no limpiar sus restos con la aspiradora (para no distribuir luego la contaminación a otros lugares de la casa), sino con una escoba común, y arrojarlos a una bolsa sellada utilizando guantes de goma que eviten el contacto directo con los vidrios.
Pero si bien medidas como éstas sirven para eludir una posible intoxicación en casa, no evitan sin embargo el impacto de ese mercurio en la naturaleza.
“Lo ideal sería que esos desechos sean tratados como residuos electrónicos y tengan un sistema propio de disposición final. El problema es que a nadie se le ocurrió tomar esa precaución al adoptar las lámparas de bajo consumo”, dice Horacio De Beláustegui, presidente de la Fundación Biósfera.
“Hay que tener en cuenta que son miles de lámparas las que se desechan por mes en una ciudad como la nuestra; y su fragilidad lleva a que generalmente se rompan al ser dispuestas junto con la basura común. Sin duda es un problema que requiere de una regulación urgente para evitar un daño mayor al que ya estamos provocando en nuestro medio”, sostiene De Beláustegui.
Mientras que muchos de los países que adoptaron las lámparas de bajo consumo se han ocupado de comunicarles a los usuarios su riesgo potencial, en el nuestro, el hecho de que puedan causar eventualmente daño neurológico parece ser apenas un detalle que alguien se pasó por alto en medio del proceso de renovación.
Las lámparas fluorescentes de bajo consumo utilizan menos energía y por tanto contribuyen a mejorar los balances energéticos. Sin embargo contienen mercurio.
Y si bien, cuando están selladas “no liberan ese mercurio en cantidad que pueda significar un riesgo para la salud y el ambiente, el problema deviene cuando se rompen o se les da una mala disposición final”, explica la doctora Alicia Ronco, investigadora del Conicet y directora del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente de la Universidad Nacional de La Plata.
¿Qué sucede cuando se rompen? “El mercurio que contienen queda en el ambiente liberando vapores a través del tiempo, especialmente en los lugares cerrados y muy calefaccionados. Al ser absorbidos por el organismo, esos vapores causan a la larga una intoxicación crónica que suele manifestarse con trastornos renales, digestivos y neurológicos. Los chicos son los más vulnerables”, comenta la doctora Ana María Girardelli, jefa del Servicio de Toxicología del Hospital de Niños de La Plata.
Dado ese riesgo, las autoridades sanitarias de distintos países recomiendan abandonar la habitación donde se rompe una lámpara de bajo consumo durante al menos quince minutos, ventilar el ambiente y evitar machucar sus vidrios, ya que esto puede producir en forma inmediata desde mareos y dolor de cabeza hasta reacciones alérgicas en la piel.
Un desecho peligroso
Si bien la cantidad de mercurio que contiene una lámpara de bajo consumo (unos 2 miligramos) es cien veces menor a la de un tubo fluorescente y hasta mil veces menor a la de un viejo termómetro para bebés, no deja de ser por ello un residuo tóxico que debe manipularse con precaución.
Además de ventilar los ambientes donde se rompen lámparas de este tipo, los protocolos de seguridad recomiendan en general no limpiar sus restos con la aspiradora (para no distribuir luego la contaminación a otros lugares de la casa), sino con una escoba común, y arrojarlos a una bolsa sellada utilizando guantes de goma que eviten el contacto directo con los vidrios.
Pero si bien medidas como éstas sirven para eludir una posible intoxicación en casa, no evitan sin embargo el impacto de ese mercurio en la naturaleza.
“Lo ideal sería que esos desechos sean tratados como residuos electrónicos y tengan un sistema propio de disposición final. El problema es que a nadie se le ocurrió tomar esa precaución al adoptar las lámparas de bajo consumo”, dice Horacio De Beláustegui, presidente de la Fundación Biósfera.
“Hay que tener en cuenta que son miles de lámparas las que se desechan por mes en una ciudad como la nuestra; y su fragilidad lleva a que generalmente se rompan al ser dispuestas junto con la basura común. Sin duda es un problema que requiere de una regulación urgente para evitar un daño mayor al que ya estamos provocando en nuestro medio”, sostiene De Beláustegui.