Una historia de permanente y continuo desarrollo. Al finalizar la escuela siguió con su formación académica en Buenos Aires donde tuvo sus primeros roces laborales. Sin embargo, su horizonte estaba en Junín: volver para hacerse de un lugar en el mundo médico local y constituir su familia. Ambas cosas sintetizan y reflejan la vida de Sergio Caldirola.
Su infancia transcurrió a pocas cuadras del Club Atlético Sarmiento, en la intersección de Gandini y Derqui. Hijo de un padre comerciante y una madre docente, creció con los aprendizajes de su hermana mayor y los amigos de barrio. En lo que hace a su formación escolar, asistió a los colegios San José y Marianista, donde finalizó el secundario.
“Mi papá era comerciante y estaba en el rubro de venta de calzado. Mi madre, docente. Supo ser maestra de grado y directora de primaria. Se desempeñó en el San José y en el Hogar Belgrano”, detalló sobre sus padres.
Acerca de lo que significó su infancia señaló: “Una época muy marcada. Me parece que somos una generación bisagra, ya que, si bien no pasaron muchos años, es muy distinta a la de hoy”.
“Una infancia más tranquila, más rodeada de amigos al aire libre, el campito, andando en bicicleta y no había la inseguridad de hoy. Tampoco había Internet ni celulares. Eran días más largos y tranquilos, y no se vivía tan acelerado”, describió.
Medicina
Sobre su vínculo con la medicina rememoró: “Cuando era muy chico, mi mamá era docente y yo iba a la escuela a la tarde. Entonces por la mañana estaba en la casa de mi abuela, quien era una persona con mucha necesidad de enfermería e inyecciones. Puede haber venido por ahí mi inquietud por la medicina”.
Más allá de ubicar ese interés a una temprana edad, durante su crecimiento, se fue reforzando. Al respecto, siguió: “Entré al secundario sabiendo que iba a seguir medicina.
Cuando empecé Quinto año de secundaria empecé a hacer algunas materias preparatorias cómo física, química o matemática más avanzada”.
Sin embargo, y propio de la importancia de ser prevenido y tener un plan B, con tan solo 18 años, Caldirola abarajó otra posibilidad. “En el Marianista decidí seguir comercial por si se daba la ocasión en la que no pudiera irme a estudiar. Por eso quería el título de perito mercantil para poder trabajar acá”, contó.
Acorde a lo estipulado por él mismo, en el año 86 dio comienzo a su experiencia universitaria. “Fui parte de la segunda camada del Ciclo Básico Común (CBC) a poco tiempo de iniciada la democracia. Eso también fue una situación interesante”, señaló.
Propio de la naturaleza del CBC, la ciudad de Buenos Aires fue la sede elegida para estudiar. En ese sentido, expresó: “Fuimos con cuatro amigos de la escuela con las mismas inquietudes y alquilamos un departamento”.
“En esa época era Buenos Aires o La Plata, ya que Rosario no estaba tan desarrollado como ahora. También vale decir que a La Plata iban mucho de Derecho y Ciencias Económicas, pero mi núcleo íntimo encaró para Buenos Aires”, contextualizó.
Al igual que describió antes con el tema de la infancia, no es menor la importancia de contextualizar ese momento que difiere en gran medida a la experiencia de los jóvenes de hoy: con muchas similitudes y otras complejidades, pero, en definitiva, diferente.
Por eso, indicó: “En esa época éramos más ´quedados´, por lo que ir a Retiro era toda una expedición y la hacíamos juntos entre amigos. Un estudiante médico (yo), uno psicólogo, uno odontólogo y uno veterinario. Sin grandes análisis y porque nos gustaba la UBA”.
“Viajábamos en tren porque viajar en colectivo era excepcional. Veníamos cada tanto a Junín y se puede decir que fuimos felices. Tratábamos de rebuscárnosla para conseguir apuntes de gente más grande o de amigos”, añadió.
En torno a su bagaje como estudiante de medicina comentó que “el primer año fue bastante simple porque habíamos preparado el CBC y lo ejecutamos en dos semestres, de dos cursadas a la semana, en Capital”.
“Cuando entramos a la universidad fue un cambio importante con más volumen de estudio e intensidad. Se cambió el ritmo y la densidad de las materias que eran anuales. Nunca tuve problemas. Siempre digo que la universidad no requiere más que constancia y horas de silla”, consideró.
Como parte de sus valores reconoció: “Veníamos de clase media, nuestros padres laburaban y tuvimos la suerte de no tener que trabajar y dedicarnos exclusivamente a estudiar. Hoy es todo más costoso y, además, hay muchas cosas más para hacer”.
Cardiología
Tras la formación académica, Caldirola contó cómo fue el proceso de la especialización. De tal forma, recordó: “Cuando entré a la residencia teníamos un grupo de amigos de la universidad a los que nos había gustado cardiología. No me costó porque estaba convencido”.
“El número de aspirantes para entrar a lugares donde uno quería eran muchos y las vacantes pocas. Cuando logré hacerlo fueron cuatro años duros, más uno como jefe de residentes”, rememoró.
Y fundamentó: “Venimos de la época donde no había horario de salida, pero sí de entrada; guardias de 12 veces por mes; no se consideraba si el residente descansaba o no y siempre tenía que responder. Fue una época distinta a hoy. Eran cuatro años que tenía que aprender y ganaba un sueldo muy magro”.
Siguiendo con su relato agregó que “a esa falta de pago, lo compensábamos en años seguidos con guardias extras o por fuera. Era un espíritu militarezco donde el error se pagaba con castigo”.
Precisamente, fue en el año 92 cuando tuvo lugar las experiencias relacionadas con la residencia en el sanatorio Antártida y en el Hospital de Clínicas.
Luego de cuatro años de arduo trabajo, Caldirola decidió volver a Junín para comenzar a escribir su historia profesional a nivel local. Acerca de lo que significó su inserción laboral dijo que “fue bastante azarosa. Dio la casualidad que hacía poquito que se había inaugurado La Pequeña Familia y se estaba desarrollando un servicio de cardiovascular”.
“Me presenté en la clínica, hablé con uno de los dueños, me comentó del proyecto y me junté con los médicos que iban a venir a Junín. Desde hacía años se hacía cirugías cardiovasculares, pero con cirujanos que venían a operar y se volvían por lo que esto era algo innovador”, resaltó.
A más de 25 años de ese instante manifestó: “Fue un lindo proyecto porque trabajamos con gente que tenía la misma edad, muchas ganas de desarrollar un proyecto e ideales similares. Éramos jóvenes e hicimos un buen grupo humano que al día de hoy seguimos trabajando juntos. El trabajo en equipo hoy es más clásico, pero en esa época no era tan común. Venían trabajaban y se iban”.
“Siempre entendimos que es fundamental el trabajo en equipo. Entender que, cuando se juntan varias personas con proyectos en común, las cosas tienen otra fuerza y empuje, y para mí el resultado es mejor”, opinó.
Caldirola formó parte del staff médico de La Pequeña Familia desde 1997 hasta mediados del 2015, es decir, durante 18 años. Con un gran recuerdo al respecto, actualmente su presente está en la Clínica Centro, reconocida institución en la que está por cumplir 10 años como parte del equipo médico.
Familia
Además de la experiencia laboral forjada, y los títulos conseguidos, uno de los fenómenos que destacó Caldirola fue el hecho de ser padre y haber podido formar su propia familia.
“Tengo tres hijas que han estudiado y se están desarrollando en sus profesiones. La familia es mi lugar prioritario”, definió y brindó detalles acerca de cómo conoció a su esposa Cecilia: “Estando en la carrera, volví a Junín un fin de año y ahí la conocí. Nos pusimos de novio y, desde que empecé la residencia, nacieron las nenas”.
“Cecilia (su esposa) estudió Ciencias Económicas, primero, y luego siguió Derecho en UBA. Nos acompañamos y todo lo que hicimos fue juntos”, resaltó.
En lo que hace a la relación familia y trabajo comentó: “Nos volvimos a Junín y nació, primero, Catalina y luego Josefina. Todo el esfuerzo fue acompañado de la familia”.
Cierre
Con una carrera de más de cuarenta años de trabajo ininterrumpido, al hacer un balance del camino andado señaló: “Uno tiene que hacer el esfuerzo y cuando es joven. Capaz tenés otras ganas e ideales, pero cuando se pasa el tiempo te das cuenta que hay cosas que no podés hacer”.
“Estas carreras largas, como medicina, las tenés que desarrollar en un momento particular de la vida. En mi caso, cuando entré en la residencia me di cuenta por qué hay un límite de edad. Una cosa es aceptar algunos desafíos cuando tenés 20, otro cuando tenés 30 y ni hablar cuando tenés 40”, explicó en torno a la medicina.
Sin embargo, más allá de las complejidades descriptas, reconoció: “Hay que tratar de tener ideales y perseguirlos. Hay que hacer las cosas bien, estudiar y sacrificarle porque a la larga tenés los frutos. Es como una rueda. Hay que ser equilibrado con las cosas”.
Al momento de abordar su caso analizó: “Estoy conforme con el camino y lo transcurrido. Cuando mirás para atrás me queda un dejo de satisfacción. Me gusta lo que hago y me da placer: consultorio, cirugía”.
Finalmente, como parte de su trabajo en medicina, también indicó que “los pacientes no son todos iguales y es todo un desafío porque cada uno tiene su historia”.
“Me levanto y cuando voy a trabajar ese es el lugar donde me siento cómodo y bien. Si te gusta y hacés las cosas con ganas lo transmitís. Sentís que lo que estás dando es ser honesto con la persona”, concluyó.
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