Hace 30 años atrás, las familias que vivían en los campos decidieron mudarse a los pueblos y ciudades que los rodeaban en busca de una mejor calidad de vida. Pero, en la actualidad, se comenzó a observar un fenómeno contrario a raíz de la crisis económica, el efecto pospandemia y la necesidad de cambiar de estilo de vida.
De esta manera, algunas familias apuestan por volver a vivir en la ruralidad en tierras que heredaron de generación en generación, más allá de la falta de servicios, el mal estado de muchos caminos rurales, la lejanía de la salud, la educación y las actividades culturales.
“Excepto algunas ventas puntuales, el pequeño productor no es de vender, sobre todo si la actividad la trae desde hace muchos años. Hay que tener en cuenta que no solo es un medio de vida, sino un modo de vida”, explicó Eduardo Porta, titular de una inmobiliaria especializada en campos y estancias. Y agregó: “El pequeño productor vende cuando el trabajo se le torna pesado o en la familia nadie continúa con la actividad. Además, cuando eso ocurre, generalmente se transforman en arrendadores, siempre que el poder adquisitivo se los permita”.
En cuanto a la compra por parte de los pequeños productores, “es muy difícil que ellos puedan adquirir tierras cuando los ingresos son en pesos y la compra de tierras en dólares.
Pesos devaluados e imposibilidad de adquirir dólares es el combo perfecto para que al pequeño productor lamentablemente las cuentas no le den”, comentó Porta.
En este contexto, quienes vuelven a habitar la ruralidad lo hacen en campos familiares heredados. Este es el caso de Nicolás Giancane y Luciana Oviedo, en el partido de General Arenales, quienes decidieron volverse de Rosario con sus dos hijos, Renata y Pietro, a trabajar en el campo familiar. Lo que surgió como un plan a largo plazo, se adelantó y la chacra “El Entrevero” ya es una realidad.
“Todo se empezó a gestar en febrero de este año, cuando tomamos la decisión de volver a Ferré y empezar a trabajar el campo, que se viene alquilando para soja, para más adelante mudarnos. Los dos pensamos que era una locura vivir tan apretados en una ciudad teniendo tanto lugar”, comentó Giancane, quien nunca había trabajado en el agro. Así que comenzaron a asesorarse, tomaron cursos, charlas, visitaron a productores de Junín y Casilda. Lo que iba a ser un plan a 10 años, se precipitó y en diciembre de este año ya estarán mudados.
Ahora se encuentran trabajando en la parte del monte que estaba abandonado. “Estamos poniendo frutales de varias especies, tenemos gallinas ponedoras y vamos a poner colmenas”, explicó Nicolás. En esta transición que están llevando de la ciudad al campo, Giancane se encontró con más personas y proyectos “que buscan volver al campo, trabajar de otra manera, chacras mixtas con diversidad de producciones, como antes. Y de esta forma, hay más gente habitando el campo, porque es un trabajo que requiere que estés todos los días”, agregó.
El campo familiar
La familia de Silvio Lopapa vivió y trabajó toda su vida en el campo. Hoy él es la cuarta generación de agricultores. Diariamente, por cuestiones laborales, va y viene del campo a Los Toldos. A raíz de la distancia que lo separa, 30 kilómetros de Chancay donde está su campo familiar, pasa la mayor parte de sus días en el pueblo y el resto en el campo, donde junto a su padre y sus dos hermanos están recuperando los modos de trabajar de antaño: cuando se hacían muchas producciones distintas para el consumo humano.
Silvio estudió administración agropecuaria y con el tiempo se especializó en huerta orgánica y en agricultura agroecológica. Desde 2017 trabaja como asesor de la Secretaría de Desarrollo Social en el municipio de General Viamonte y es promotor del INTA de Junín. Además, trabaja asociado a otra chacra donde producen alimentos para la venta: huevos y verduras agroecológicas.
Para Lopapa, quien recorre la zona rural de la región a diario, la agricultura extensiva “despobló de alguna manera el campo y generó un desarraigo de los empleados y las familias, de la mano con que cada vez hay menos escuelas rurales”.
Sin embargo, en los últimos años, gracias a un nuevo mercado que se abrió, están cambiando su modo de trabajar y habitar las tierras.
“Cada vez hay más personas que quieren comer alimentos sanos. Acá, en Los Toldos, la verdura viene desde lejos. Con esto, algunos productores están empezando a ver la horticultura como una alternativa”, comentó Lopapa. En esta búsqueda está su familia, quienes, aparte de agricultura convencional, realizan huerta, tienen frutales, gallinas y ganadería.
A futuro, para Lopapa, la búsqueda de alimentos sanos y de cercanía “van a generar arraigo en el campo, ya que no hay manera de practicar ese estilo de vida si no hay arraigo, si no hay familia en el campo”, y sostuvo: “Creo que estamos como en una transición que va a ir de muy a poquito, pero que desde hace un par de años se viene afirmando mucho más”.
No es solo mayor tranquilidad
Mauro Liffourrena, junto a su familia, decidió mudarse a la chacra “La Lomita” en pandemia, luego de haber trabajado en el campo familiar toda su vida. “Fue una decisión muy pensada. La idea era volver a la chacra, donde se criaba un poco de todo para autosustentarse, no solo buscando más tranquilidad”, explicó.
Para esto, vendieron la casa que tenían en Los Toldos para poder construirse una casa en la chacra. “Por suerte, por acá pasa la electricidad. Tuvimos que hacer algunas infraestructuras, alambrados, pusimos frutales, armamos huerta, compramos cabras y, ahora, unas ovejas y cerdos”, detalló. Actualmente parte de la producción de animales se vende para consumo de carne en Capital Federal y el resto de las verduras y huevos en General Viamonte.
Para ellos, el agua fue un problema. “Estamos en una zona alta y el agua estaba a mucha profundidad, por eso tuvimos que hacer una perforación encamisada con una bomba de inmersión y hacer los análisis correspondientes para ver si se podía tomar. Pero lo pudimos resolver. Conozco gente que vive en el campo que todavía no tiene luz y necesita equipos solares que son caros y limitados”, agregó.
En la chacra Liffourrena vive junto a su esposa y sus dos hijos que colaboran con las tareas rurales. Trabaja en el campo desde siempre, primero con animales y después con agricultura. “Desde hace unos años empecé a ver gente joven que vuelve a las chacras, a un pedazo de campo que tenían sus padres, y empieza de a poco”. A sus 50 años, su modo de vida y el de su familia cambió completamente. “Fue la mejor decisión de mi vida”, aseguró.
Problemáticas rurales
Vivir en el campo no es fácil y son muchas las problemáticas que se presentan: el acceso al agua, a la luz, la mala calidad de la conexión a Internet o de la señal telefónica, el estado de los caminos rurales y las lluvias. A esto se le suman los centros de salud alejados y las escuelas rurales que cada vez son menos. Todo esto no es fácil y mucho menos siendo mujer.
Verónica Bottaia y su marido son empleados de una estancia y viven hace 23 años en el campo. Actualmente están en Lértora, partido de Trenque Lauquen, junto a sus hijos, a quienes todos los días lleva a la escuela. “Las mamás recorremos muchos kilómetros para llevar a nuestros chicos a la escuela. Nosotros tenemos unos 7-8 kilómetros y nos trasladamos por nuestros propios medios. Algunas madres van en moto, otras a caballo, en lo que tengan. Y si llueve se vuelve mucho más difícil”, afirmó.
El recorrido depende de la distancia de la casa a la escuela y en cada caso es distinto. “Imaginate que si tenés varios hijos, en primaria, jardín y secundaria, se complica. En especial, la secundaria porque quedan más lejos: hay algunas a 70 kilómetros y por lo general son con residencia para que no tengan que ir y volver todos los días”, comentó Bottaia.
En cuanto al acceso a la salud, para aquellos que están campo adentro se hace difícil. “Te tenés que trasladar con el vehículo que tengas o recurrir al dueño del campo para que te acerque a la salita u hospital más cercano”, aclaró Bottaia.
La señal de Internet depende de la infraestructura-servicio con la que cuente cada empleador o productor.
Las actividades culturales y recreativas también quedan lejos, pero Verónica junto a un grupo de otras mujeres rurales lograron revertir esta situación. El año pasado recuperaron un destacamento policial abandonado, junto a la ayuda del municipio de Trenque Lauquen y del grupo Crecer Comunidades Rurales del INTA, y lo convirtieron en el Centro Comunitario Rural Lértora. Un lugar donde brindan cursos, charlas y realizan actividades. Además, y principalmente, es un espacio de encuentro para que las madres que dejan a los hijos en clases, puedan esperarlos.
Actualmente ofrecen varios cursos y se sumaron profesores y talleres de oficios. “Las mamás pueden aprender algo mientras esperan que los chicos salgan de la escuela”, mencionó Bottaia. Alrededor de 10 familias participan de las actividades del centro cultural. Cabalgatas y astroturismo son algunas de las actividades abiertas al público en general que organizan las mujeres del Centro Comunitario en la búsqueda de hacer de la ruralidad un mejor lugar para vivir.
El peligro de la concentración
Diego Pablo Scarafia, gerente de la Cooperativa Agrícola Ganadera Limitada de Ascensión, aseguró que, en este panorama, el peligro es que haya “una mayor concentración de las tierras en manos de pool de siembra”.
Al respecto, aseguró que “en zonas productivas como las nuestras, quienes no trabajan la tierra la alquilan y otras familias, por temas sucesorios, también deciden alquilar. Estamos viendo este tema con atención para ver cómo nos puede impactar”.
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