Karina Núñez tiene 47 años y después de varios intentos en la frontera, llegó a Junín hace cinco años. Durante dos años estuvo chateando con un juninense por Facebook –su actual esposo- y, tras atravesar una operación de urgencia por un inicio de cáncer, decidió, junto a su hijo, emigrar.
“Me operé en enero y, en mayo de 2018, decidí venirme acá con mi hijo. Nos vinimos sin pasaporte, por tierra. Nos dieron la plata suficiente para llegar hasta acá”, cuenta en diálogo con Democracia.
Atravesaron Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Chile, donde no los dejaron pasar porque no tenían pasaporte, por lo que se vieron obligados a volver a Lima (Perú). Ahí estuvieron tres días hasta llegar a Bolivia con la intención de cruzar la frontera a Argentina, pero tampoco les querían permitir pasar.
Entonces, “un señor que es diplomático” -según indicó Núñez- y que viajaba en el mismo colectivo que ellos, decidió ayudarlos llamando a un contacto en la embajada. “Al rato llamaron de la Republica de Bolivia pidiendo disculpas y nos dejaron pasar”, contó.
Entraron por Jujuy y el siguiente y único destino fue Junín. Acá su esposo los esperaba con un departamento alquilado para ella y su hijo. “Estábamos solo nosotros dos. Él es viudo y tiene dos hijas, entonces él vivía con ellas. Después de tres meses decidimos casarnos y hace ya cuatro años que estamos juntos”, contó, emocionada.
Para Karina, lo más difícil, y a lo que todavía no pudo adaptarse, es al frío. Su ciudad natal es Maracaibo, estado de Zulia, donde “hacen 50 grados todos los días y no hay estaciones”. Además del clima, las playas y su familia son las tres cosas que más extraña de su país.
Aunque todavía no pudo volver a Venezuela, planea hacerlo cuando ella y su hijo consigan la ciudadanía argentina. “La Argentina es muy linda y me gusta mucho Junín. Siempre nos han tratado muy bien. Estoy muy agradecida”, expresó.
El de Karina es solo un caso de muchos otros venezolanos que llegan a La Argentina, y a nuestra ciudad, en busca de un futuro mejor.
Una vida nueva
Alicia Coromoto, de 45 años, decidió salir de Venezuela en el momento que quiso comprarle a su hija unos lápices de colores y vio que costaban lo mismo que su sueldo de un mes. “En ese momento, me dije que no podía vivir así. Tenía que buscar una nueva vida para mis hijos, donde les pueda dar las cosas básicas”, relató.
Es que su hija -que en ese momento tenía seis años- todavía no había probado nunca una pera o una manzana, ya que la escasez en su país era “terrible”.
Consiguió salir del país gracias a la ayuda un amigo que tiene una ONG, que le costeó parte del viaje, y gracias a dos primos que le prestaron 100 dólares.
Al igual que la mayoría de los venezolanos, cruzó por tierra. Pasó la frontera de Venezuela a Colombia. Luego, en colectivo, llegó a Ecuador y de ahí a Perú, donde un conocido le dio asilo por 15 días hasta que le mandaran el dinero que le faltaba. El siguiente destino fue Bolivia y desde ahí entró al país por La Quiaca.
El próximo destino desde La Quiaca fue Jujuy, donde durmieron las dos primeras noches en la terminal. El siguiente paso fue llegar en colectivo hasta la terminal de Retiro, en Capital Federal.
Pero ahí no terminó la odisea, ya que una vez en capital tuvieron varios inconvenientes. La persona que los iba a recibir desapareció y Alicia estaba “a la deriva”. Hasta que un hombre argentino, con el que se había contactado un año atrás por Facebook, los ayudó -sin querer recibir nada a cambio- pagando dos noches en un hotel en Buenos Aires.
Después de un mes de un lado para otro, consiguió una entrevista con un empresario juninense que la contrató y les ofreció transporte hasta Junín. “Nos subimos a una combi rumbo a Junín sin conocer nada, solo habíamos buscado un poco por internet para ver cómo era. Se veía lindo, la Laguna y todo eso”, afirmó.
Cuando llegó, Alicia dijo que se enamoró de la ciudad. “La hice mía”, expresó. Para ella, es parecida a Mérida, su ciudad natal, excepto por las montañas que en su país rodean la ciudad.
En cuanto a las diferencias culturales, la comida y el frío son los dos aspectos más difíciles de incorporar en su día a día. Además de algunas palabras. Es que si bien es castellano, a veces no entiende lo que le dicen o los demás no entienden lo que ella dice, afirmó.
Con respecto a las comidas, nunca pensó darles a sus hijas algo dulce a primera hora de la mañana ni que la cena fuera tan “pesada”. En Venezuela, el almuerzo es la comida más importante del día, “aquí el guiso de la noche, el asado de la noche”, comparó.
Por otro lado, Alicia destacó la generosidad de los juninenses, siempre dispuestos a ayudar, incluso sin conocerla.
“Siempre buscamos la manera para que el que va llegando sienta ese calorcito de hogar que dejamos en Venezuela”, se quebró.
El desarraigo es difícil de sobrellavar. “De los 15 días que estuve viajando, lloré la mitad”, contó. Pero tampoco es imposible. “Con un poquito de querer hacerlo, con este ímpetu de salir adelante y de siempre hacer lo mejor, se logran las cosas”, destacó.
Pocas expectativas de crecer
Kendel Piña tiene 36 años y se fue de Caracas junto a su novia, en 2017, motivados por la crisis económica y las pocas expectativas de fututo, dejaron la universidad y el trabajo. Y ahora cuentan con su propio negocio, “El Rey de las Arepas”.
Aunque no tenían un destino concreto, llegaron a Junín después de que unos amigos de la universidad, que habían emigrado un año antes, los invitaran.
“Junín es una ciudad donde cualquier migrante quisiera llegar, te reciben con los brazos abiertos y te integran como parte de ella, eso facilita mucho el proceso de adaptación”, destacó Piña.
La sensación de seguridad y confianza que sentía acá, a diferencia de su país natal, fueron determinantes para estar seguro de la decisión que había tomado. Aunque admite que extraña la temperatura cálida, las playas y a su familia, contó que construyó un futuro en Junín, donde está muy cómodo.
“Lo que tienes ya no está en Venezuela: el trabajo, lo material que has podido conseguir, las nuevas amistades, el entorno, la tranquilidad”, explicó.
Representar a Junín
Para Manuel Alejandro Soto Maldonado, de 42 años, el motivo de emigrar fue la salud de su hijo, ya que es paciente oncológico y, en Caracas (Venezuela), no podía darle el tratamiento que necesitaba. Además, la familia de la madre de su hijo ya estaba en Junín desde hacía un tiempo.
Soto vivió y trabajó en Quilmes (Buenos Aires) un año, donde todo fue más difícil. “El recibimiento fue bueno acá en Junín. Llegué ya con empleo en La Carpa y esta cuidad es más tranquila, así que todo fue más fácil”, dijo.
Culturalmente, de Argentina le llamó la atención la pasión por el fútbol. “Acá es mucho más cultura europea y Venezuela es más cultura americana”, diferenció.
Por su parte, de Venezuela, como la mayoría de los migrantes, lo que más extraña es su familia. “Mi mamá, mi hija mayor, mi hermano y sobrinas. También las playas y montañas, ya que en Caracas tienes las dos cosas, y el clima caribeño”, enumeró.
Hace cinco años que no viaja a su país, pero sueña con poder traer a su mamá.
“Quiero mucho a la Argentina y siempre les digo que cuiden lo que tienen. Mi hijo está sano, ya tiene 16, estudia en el colegio industrial y ha representado a Junín en el softball”, celebró.
Formar una familia
Nelly Mireya López Duarte, de 38 años, llegó desde Maracay, estado de Aragua, 15 días antes de que empezara la pandemia, en 2020. Ella y su marido emigraron en busca de una mejor oferta laboral. Eligieron Junín por “ser una ciudad tranquila y muy bien catalogada”. Además, un amigo ya vivía acá.
Aunque Argentina “es un país maravilloso”, López explicó que extraña mucho Venezuela. “Mi Familia, mi madre, mis hermanos, mi casa, mi hogar. Mis navidades juntos, mis playas. Es algo extenso de explicar y creo que todo migrante lo siente cuando abandona su país”, confesó.
Antes y ahora
Karina Núñez. Ocupación en Venezuela: chequeadora de transporte público. Ocupación en Argentina: cuidadora de mayores, limpieza por hora y gastronomía.
Alicia Coromoto. Ocupación en Venezuela: técnica en estadística de salud en el Hospital Universitario de la región. Ocupación en Argentina: asistente contable.
Kendel Piña. Ocupación en Venezuela: diseñador gráfico y animador audiovisual. Ocupación en Argentina: emprendedor, proyecto Rey de las Arepas/Cocinero.
Alejandro Soto. Ocupación en Venezuela: cajero en un banco. Ocupación en Argentina: vigilante en Personal y delivery.
Nelly López. Ocupación en Venezuela: contadora pública. Ocupación en Argentina: monotributista, comerciante.
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