La cotidianidad de Juan José transcurre entre el Palacio Municipal, donde trabaja como administrativo, y su taller, en el que, a diario, produce bombos legüeros de forma totalmente artesanal, una actividad que le ha dotado de reconocimiento en el mundo de la música, y que realiza hace casi una década.
Los reconocidos artistas que tocan sus instrumentos, los clientes tras la frontera, el proceso completo de trabajo, desde el monte hasta los escenarios, y su carrera personal como músico. Juan recibió a Democracia en tu taller y dio detalles de todo.
Inicios y auge
En su hogar, la música tuvo siempre un lugar privilegiado. Su hermano mayor es baterista y, desde los 8 años, Juan se dedicó al folklore, particularmente a la danza y a tocar el bombo. Pero fue recién en el 2009, con los viajes a Santiago Del Estero para trabajar con escuelas rurales, cuando el vínculo con el Norte Argentino lo acercó a la profesión. “Fui a buscar un bombo y conocí a Froilán González, el luthier más reconocido de Argentina”, destacó Martínez que, a partir de entonces, se lanzó a la reparación de los instrumentos, como fase preliminar a la fabricación.
“Soy totalmente autodidacta”, explicó el artista, que reparó su primer bombo en 2011, del grupo juninense de folklore “Canay”. Fue recién en agosto del 2013, con la fabricación de su primer bombo, que inauguró “El Ceibo percusión”, su marca personal de instrumentos que ha llegado a los mejores escenarios.
“A finales del 2018 fabriqué el bombo número 100, y en la pandemia la marca creció muchísimo”, explicó.
El arte de fabricar un bombo
Entre su primer bombo, que demoró 6 meses en estar listo, a los que hoy produce, en no más de 20 días, Juan no reconoce notables cambios. Es perfeccionista y muy detallista, y cada etapa del proceso la realiza él mismo en el taller de su casa.
Es que fabricar un bombo es, sin dudas, un arte. Requiere de un notable conocimiento, mucho tiempo, y los mejores materiales, y él ha sabido alcanzar la perfección.
Respecto al proceso, el fabricante explicó que “el bombo legüero está hecho con un tronco de Ceibo ahuecado a mano, trabajado y secado a fuego”. Él compra sus materiales en Santiago del Estero, por lo que los troncos llegan ahuecados, recién salidos del monte, por encomienda, y, al recibirlos, los introduce en un tambor lleno de agua, “para que se impregne la madera”. Luego, usa llantas de moto como tutores para darles la forma redonda perfecta.
Tras esa etapa, con braseros y carbón, y con el cuidado de no dañar la madera con las chispas, realiza el secado. “Ahí empieza el proceso de afinación del cilindro”, explicó Martínez, que utiliza una gubia de mano para emparejar el interior y un cepillo eléctrico y lijas para el exterior.
Para los aros, que están por encima del parche, utiliza varillas de quebracho blanco dobladas a mano, lo que considera “el trabajo más complicado porque es una madera dura”, y que requiere de la ayuda del agua hirviendo para permitir mayor elasticidad. Además, la varilla lleva agujeros hechos con taladro y sellados con hierro al rojo vivo.
Por último, explicó el fabricante, se colocan los parches, que son cuero de cabra de animal adulto, “más gruesos, durables y con mejor sonoridad”, y que se posan sobre varillas de molle o enredadera.
Como detalle final, se realizan los pirograbados, a pedido del cliente. “Es un proceso súper artesanal, todos los bombos los hago por encargo y los trabajo de a uno”, destacó Martínez, que considera que tener stock y producir en serie sería difícil, y lo obligaría a “apurar ciertos tiempos”, lo que no considera conveniente para su producto. Además, señaló que el nivel de trabajo sobre cada instrumento “implica que ningún bombo sea igual al otro”, lo que hace a cada pieza única, como fruto de su mano de obra, que busca la perfección.
“Soy súper obsesivo y detallista, una vez desarmé el bombo por completo porque en el aro había quedado una distancia de 2 milímetros con el cilindro”, explicó.
El artista hace todo en su casa y gran parte de su trabajo está supeditado no sólo a las condiciones climáticas sino a la disponibilidad de materiales. En dicho sentido, agradeció que la producción en Santiago del Estero es continua, y recordó que, durante la pandemia, las restricciones que impedían ingresar al monte dificultaron la llegada de materiales a Junín.
Clientela nacional e internacional
Juan es el único en Junín y la zona que produce bombos legüeros de forma 100% artesanal. Abastece tanto a grupos y músicos locales como nacionales e internacionales y, en algunos casos, también produce cajones peruanos y cajas vidaleras.
Actualmente, sus productos recorren el país y el mundo, sobre los escenarios y al hombro de cientos de artistas. Respecto a la exportación, destacó que “para vender en el exterior es muy importante el boca a boca, porque los bombos han llegado a lugares inesperados”. Un claro ejemplo de ello es que Julio Paz, del dúo Coplanacu, quien es además uno de sus máximos ídolos, toca con un bombo suyo. “Como es un referente en el folklore nacional, eso me acercó a muchos músicos”, explicó Martínez, que hizo trabajos para Austria, Chile y Estados Unidos.
Entre el boca a boca y el contacto establecido a través de su cuenta de Facebook, “El Ceibo Percu”, los bombos legüeros parten de Junín a cientos de localidades, y dentro del país son también muy conocidos. “En el sur vendo muchísimo, al igual que en Mendoza, Catamarca, Jujuy, Córdoba, Santa Fe, La Rioja y toda la zona”, explicó, y remarcó la importancia de dialogar con sus clientes “para definir los diseños y el propósito para el que quieren el bombo”.
Sus últimos trabajos fueron para el percusionista de Natalia Pastorutti, para Néstor Guernica y Martín Bruhn, el baterista de Andrés Calamaro, a quien llegó por su amistad con Coco Banegas. Por su parte, las casas de música también lo contactan para realizar reparaciones de bombos, una actividad muy apreciada por los músicos, puesto que “es volver a darle vida a instrumentos que se consideraban perdidos”.
Sus productos son elementos únicos, y el tiempo que les dedica es de suma relevancia, puesto que, destacó, “ello hace a la calidad, la sonoridad y la estética del instrumento”, y es lo que lo diferencia de las líneas producidas en las fábricas.
“Bombos legüeros se pueden conseguir en todos lados, la diferencia está en el proceso y el tratamiento de cada material”, destacó.
Además, agradeció la confianza en su producto por parte de los músicos, que hace que sus bombos recorran los escenarios de cientos de localidades del país y el mundo, pero, aún así, aclaró: “A mí me gusta hacer bombos, no importa para quién”.
Artista
Además de la fabricación, Juan también hizo carrera como músico. Se subió a los escenarios por primera vez en 2009 junto a “Los Marchetto”, en la celebración de La Fiesta del Cosechero en Morse, y supo compartir noches con Sergio Recúpero, ex integrante del conjunto “Canay”. Además, tocó con Héctor Córdoba y en la primera formación de “Los Gringos”, grupo que en 2015 fue declarado revelación en el Festival de la Sierra en Tandil.
La música no sólo le dió una pasión y profesión, sino también a su actual pareja, porque fue gracias al folklore que conoció a Pamela Santiago, en 2017. Es que, según recordó Juan, “ella tenía que reparar sus bombos antes de su gira en Ecuador” y le habían recomendado llamarlo, pero eligió otro luthier y el arreglo fue fallido. Luego de la gira, contactó al juninense y se conocieron.
Fue con ella con quien también formó un dúo de percusión, “Santiago Martínez”, con el que visitaron diferentes localidades. Tiempo después, Pamela vió nacer a su conjunto, “Tierra Suelta”, y Juan, que no ha dejado de participar en él, decidió abocarse a la fabricación
“Le dí más lugar a la luthería que a tocar, fue una elección”, destacó, y explicó que dicha decisión se debió a la dificultad de coordinar sus horarios y ensayos con su profesión como fabricante.
“Fabricar un bombo no es cumplir horario de oficina y cortar a las 4 de la tarde, hay días que estoy hasta las 12 de la noche con eso”, agregó.
Entre su espacio cultural y sus proyectos
Juan es consecuente con su pasión y persigue sus ambiciones. “La Negrada, Patio de Retumbos”, el patio de su casa, también funciona como espacio cultural, y fue recientemente reconocido por el municipio como tal. “Le pusimos mucho cuerpo y mucha energía, y la gente que viene es muy agradecida”, destacó. Allí organizan peñas de forma periódica, con capacidad de hasta 50 personas, a las que se accede con reserva, y el pago de un derecho de espectáculo.
En cuanto a su presente junto a su proyecto personal, la marca de bombos legüeros artesanales, está enfocado en coordinar los tiempos y organizar sus días de trabajo, para que su actividad lo encuentre enfocado en el proceso de trabajo. “Soy muy obsesivo, me costó mucho trabajar relajado y disfrutar lo que hago”, explicó.
Asimismo, adelantó que prepara una fiesta aniversario por los 10 años y que, en el horizonte, el propósito es mudarse al centro del país y dedicarse exclusivamente a la fabricación. “En el futuro nos gustaría erradicarlos en Unquillo, Córdoba”, señaló, respecto al lugar que considera “ideal” para el trabajo que realiza.
Su primer bombo, una reliquia
El primer instrumento que fabricó, y que dio inicio a su marca personal, estuvo listo en agosto del 2013 y demoró 6 meses. Fue un regalo para su hermano mayor, que es baterista, y hoy está en su taller, como recuerdo de sus inicios.
“Le tenía miedo y respeto, después pude acelerar los tiempos”, destacó, y fue a partir de entonces que no dejó de producir instrumentos. “Ese bombo no parece el primero que hice, tuve mucha convicción desde el principio”, agregó.
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