Marité Cristina es abuela, madre y maestra a tiempo completo y una apasionada de la profesión. Se recibió de docente de nivel inicial en el colegio Santa Unión, dio clases en las aulas de la ciudad y sus alrededores, y dejó un importante legado a muchas generaciones.
De joven, abandonó otros estudios y su puesto en la administración pública para convertirse en quien es hoy, y orgullosamente habla de la educación y el trabajo junto a los niños como lo más importante en su vida.
Hoy se celebra el Día del Maestro en todo el país, en conmemoración del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, en 1888. Es la profesión que transforma realidades y da a los niños la posibilidad de tener un futuro mejor. La tiza y el pizarrón son los bienes más preciados por Marité, una educadora que, desde hace cinco décadas, explota el potencial de los más chicos.
Cambio de rumbo
“Estudié en Santa Unión en la época en la que ser maestro era palabra mayor”, recordó Marité, que se recibió en el año 69, tras cursar el terciario. No obstante, su recorrido profesional no comenzó con la docencia, sino que, inicialmente, había estudiado asistencia social y trabajaba en Arba. “Ahí trabajé muchos años, un día me di cuenta que no era lo mío y renuncié para ser docente”, explicó.
Apasionada por la enseñanza, decidió seguir su pasión. “Se necesitaban muchas horas para estudiar y ser maestro”, afirmó, y destacó los “conocimientos de un valor incalculable” que tienen los educadores. En su caso, el camino lo allanó con suplencias en escuelas de campo y otros centros de la ciudad, hasta que fue convocada por el colegio Santa Unión, donde trabajó por muchos años.
Los primeros pasos en el oficio la encontraron rodeada de colegas que hoy recuerda con mucho cariño. “Comencé con suplencias en la escuela N° 22 y necesitaba trabajar”, explicó, y recordó, emocionada, la ocasión en que dos maestras pidieron licencia para que ella pudiera ingresar en su reemplazo. “Estoy eternamente agradecida con Miriam Molinari y Miriam Menué. Ya no se encuentra ese carisma en el ambiente de trabajo”, destacó.
En retrospectiva, la docencia constituye, para Marité, un pilar fundamental en su vida. “Tengo los mejores recuerdos de los padres y alumnos de esa época”, recordó.
De carrera
En el ámbito público o privado, en la ciudad y en el campo, en la escuela y en su casa Marité trabajó por igual y dedicó más de 50 años de su vida a la docencia. En su trayectoria, se destaca su paso por el colegio Santa Unión, la escuela de Agustina, las escuelas N° 41, 2, 22 y 19 e, incluso, colegios rurales, como Campo La Cruz y la Nº 5 “Patricias Argentinas”, ubicada en Campo Camicia.
“Ahí conocés realmente cómo es ser docente”, señaló, en referencia a la vasta experiencia en los colegios locales, donde, a diario, lidió con las dificultades económicas y las trabas a la educación.
Es que considera que “sin un buen plan económico, no hay educación” y que, por ello, “el docente debe estar bien pago” para evitar la superposición de trabajos. “Muchas veces, el maestro de la escuela pública debe completar los materiales porque no hay presupuesto”, lamentó.
El tiempo la hizo portadora de una notable experiencia en la docencia primaria, donde los desafíos no faltaron. “En las escuelas de campo se daban clases a 3 grados juntos, porque eran pocos alumnos”, explicó. En dicho sentido, el trabajo de los docentes es arduo, puesto que, destacó, “hay que luchar para que todos aprendan”.
Por otro lado, su oficio le ha dado muchas amistades e historias para contar, y lo recuerda afectuosamente. Las cinco décadas frente al pizarrón la convirtieron en educadora de muchas generaciones, y destacó que, a menudo, cruza a exalumnos en la calle. “Yo los amo y creo que me han amado mucho”, señaló, y agregó: “Mis alumnos son mi tesoro más preciado”.
Asimismo, tal es el vínculo que entabla la maestra con los niños que, recientemente, una de sus alumnas de clases particulares la eligió como madrina de confirmación. “Me dijo que quiere que sea su madrina porque estuve cuando me necesitó”, afirmó.
Maestra de apoyo
Sus 53 años de carrera docente no llegaron a su fin y, aunque dejó las aulas hace más de 2 décadas, nunca abandonó la enseñanza. Es que, mientras fue docente de escuela, Marité ya daba clases particulares a niños: “No tenía dos trabajos y tenía que pagarles los estudios a mis hijos, por eso hace una vida que doy clases de apoyo”, explicó. Desde entonces, no ha dejado de recibir a alumnos en su casa, en una entrega diaria que no conoce límites.
Actualmente, trabaja 7 horas a diario, de lunes a jueves, en el aula de su domicilio. “Ejercer la docencia te mantiene vivo, disfruto de cada clase”, afirmó y, además, señaló que busca inculcar en los niños “una forma de trabajo autónoma”, en donde cada uno trabaje solo y consulte al docente cuando sea necesario. “Yo siempre les digo que puedo explicar todas las veces que sea necesario”, remarcó.
Además, mientras trabaja con hijos de exalumnos, no sólo oficia como maestra de apoyo, educadora y acompañante, sino que genera vínculos que graba a fuego en su memoria. “Estoy eternamente agradecida con la docencia, me ha dado todo”, destacó.
Sin embargo, también recuerda su etapa como maestra dentro de los colegios, y, particularmente, lo que más extraña es la tiza y el pizarrón, frente a 30 alumnos con la mirada atenta. “En el pizarrón, el docente expresa su conocimiento y le transmite al chico lo que sabe”, agregó.
Contención
“Más allá del aprendizaje, cada chico necesita contención, que te preocupes por su problema”, explicó la docente, que considera que es, y ha sido, una importante guía para sus alumnos.
La metáfora es ilustrativa: sin cimientos no puede esperarse un buen edificio. Las realidades son heterogéneas, y no todos los niños viven en condiciones afectivas, de higiene o de salud para aprender. “Muchos chicos llegan a la escuela sin lápiz ni cuaderno y con la panza silbando”, lamentó Marité, que en su vida docente conoció historias muy tristes.
Es por ello que, señaló, “el chico debe saber que hay alguien que lo quiere”, y el docente debe enfocarse en que “más allá del aprendizaje, tiene que haber una cuota de contención, abrazos y cariño”, para obtener los resultados esperados. “Eso es lo que aprendí como docente”, destacó.
Y agregó: “Hay que dedicar tiempo a salvaguardar la identidad física y psíquica del chico, que es lo que más importa”. Sin dudas, “primero los alumnos”, señala una abuela que ama a los chicos y tiene 3 nietos, Isabella, Iker e Inti.
Maestra de pizarrón
No obstante, el nivel de enseñanza siempre fue su prioridad. “Reconozco que soy muy exigente”, señaló la maestra, que recordó que “exigir es muy importante, siempre y cuando no se confunda con autoritarismo”. Más de 50 años de trayectoria en el colegio le demostraron que, a diario, los niños necesitan muchas horas de dedicación, y que las distracciones pueden atentar con el proceso de aprendizaje.
En dicho sentido, respecto al uso de la tecnología, señaló que, a menudo, es motivo de charla con los padres, puesto que en muchos casos nota a sus alumnos “distraídos, pensando en los videojuegos o el celular”.
“La tecnología es progreso, y muy necesaria, pero el maestro de pizarrón y tiza debe existir. Hay que encontrar el punto de contacto”, destacó.
Como maestra de primaria trabajó toda su vida en la enseñanza de matemáticas, lengua, ciencias sociales y naturales, y por ello reconoce que “el maestro de pizarrón es muy importante, porque el chico lo escucha y le presta atención”.
Además, recordó su particular obsesión con las tablas de multiplicar y las faltas de ortografía, pilares fundamentales de los conocimientos escolares. “Entraba al salón y se las tomaba. Así aprendían”, señaló, entre risas. Cada viernes, Marité tomaba examen, pero también pensaba en sus alumnos y no dejaba tarea para los fines de semana porque “son para disfrutar”.
Sin embargo, aunque la exigencia fue, siempre, su prioridad, también destacó que ello no implica ser inflexible, dado que “hay muchas rutas para llegar al conocimiento”, y muchas formas de enseñar. “Lo importante es que el chico debe aprender y, sobre todo, querer la escuela”, agregó.
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